Ya se conoce la propuesta constitucional que se plebiscitará el próximo 17 de diciembre, en poco más de un mes. Las opciones en juego son claras: a favor y en contra. No hay más alternativas. Para quienes no nos gusta la constitución actual, y quienes quisimos tener una nueva constitución, no podemos estar en peor escenario.
Tendremos
que elegir entre algo que no nos gusta y algo peor. Nunca imaginé siquiera estar en este trance. Veo a no pocos opositores, felices
porque están jugando un partido en el que cualquiera sea el resultado, ganan al
proclamar “O votamos A FAVOR O NOS QUEDAMOS CON LA Constitución del dictador …
de cualquier manera pierde”.
Esta
proclamación es de mala leche, es la clásica politiquera de baja estofa, la de
un combate en el que al derrotado se le refriega con la expresión: “de
cualquier manera pierde”. Y para refregarlo a uno ya en la lona plantea la alternativa “con
la constitución del dictador” omitiendo que la actual no es la original del 80,
sino que tiene sucesivas reformas aun cuando preserva sus características
esenciales por las cuales se aspira modificarla.
Lamento
que la constitución que salió de la comisión de expertos y que fue enmendada
unilateralmente por el consejo constitucional, no se plebiscite. Tengo la
certeza, que si en la papeleta estuviesen las tres alternativas en juego: la
actual, la de la comisión de expertos, y la que emergió del consejo
constitucional, ganaría por paliza la de la comisión de expertos. Pero la
realidad de los hechos es que estamos ante una elección binaria.
No
pocos se amparan en la necesidad de votar a favor para cerrar el proceso. Es un
engaño, una falacia. El proceso se cierra legitimando la constitución que
emerja como ganadora: la del 80 con sus modificaciones o la nueva constitución.
Todo demócrata que se precie de tal debe aceptar el veredicto de las urnas. Votando
a favor o en contra, el proceso de cierra, no se abre un nuevo proceso y así lo
ha reconocido el propio gobierno.
Sin embargo,
las características de este cierre vendrán dadas por el resultado del
plebiscito. Si la diferencia entre una y otra opción es reducida el proceso
seguirá entreabierto, sangrando. La razón es muy simple: porque el texto
constitucional que se somete a nuestra consideración estaría lejos de unirnos,
como lo proclamaron y postularon urbi et orbi quienes inclinaron la balanza en
el proceso anterior.
Cualquiera
con dos dedos de frente se percata que no está hecha con amor, ni es una que
nos una, ni la casa de todos. Sí lo habría sido la constitución propuesta por
el consejo de expertos que se esmeró por producir un texto que recogiera un
espíritu unitario, que incluyera todo lo que nos unía, y excluía lo que nos
dividía. El resultado fue una constitución minimalista que contenía todo
aquello en que concordábamos.
La
pregunta que quizás nos haría Sócrates sería ¿es posible tener una constitución
hecha con amor? ¿una constitución que nos una? ¿una constitución que sea la
casa de todos?
Desgraciadamente,
a mi modesto entender, la ultraderecha no resistió la tentación de meterle
mano, de hacer uso y abuso de su mayoría en el consejo, para introducir
enmiendas que encorsetan al país bajo un marco que difícilmente perdurará. Un
marco que no recoge un malestar de larga data, que no ayuda a encauzar, enfrentar
y resolverlo.
Mi voto
en contra se fundamenta, en lo grueso, en que la propuesta constitucional no
hace sino consolidar un modelo de sociedad que refuerza, en vez de aminorar, la
desigualdad imperante. Una propuesta que estimula una visión individualista por
sobre una visión solidaria, que promueve la segregación en lugar de la
integración. Me hago eco del refrán que dice "más vale diablo conocido que santo por conocer".
En
columnas siguientes espero dar rienda a los aspectos específicos de mi postura.