enero 28, 2020

La búsqueda de un sentido común compartido

Esta columna ha sido escrita por el suscrito junto con Jim Morin y es el resultado de varias conversaciones en torno a conceptos relevantes para los fenómenos que se están dando, no solo en Chile. Estas conversaciones han girado en torno a las ideas de Bernardo Lonergan, que Jim Morin ha estudiado en profundidad.

En los tiempos que corren, pareciera urgir, en Chile y el mundo, un llamado a la cordura, al sentido común. Pero ¿qué es el sentido común? A simple vista, sería una suerte de brújula que invita a pensar y hacer lo que consideramos obvio de acuerdo a la formación, a la educación que hemos recibido, así como al marco de significados y valores en que nos desenvolvemos. Sin embargo, en tiempos de revuelo social aparecen diversos sentidos comunes que buscan tomar el mando de un barco en medio de un mar tormentoso.

En la búsqueda de una definición menos intuitiva y más rigurosa, nos remitimos a Bernardo Lonergan (1904-1984), jesuita, filósofo, teólogo y economista canadiense, considerado uno de los pensadores católicos más importantes del Siglo XX, en relación a los desafíos del mundo moderno. Él describe el sentido común como expresión de la inteligencia práctica de cada persona que busca satisfacer sus necesidades básicas teniendo en cuenta su relación con los demás. Es una suerte de inteligencia puesta en acción que se apoya en la colaboración con quienes nos acompañan para sostener el desarrollo técnico, económico, político y cultural de la sociedad. Así, en tiempos de paz y justicia se progresa para asegurar un bien de orden en beneficio de todos.

El sentido común observa, comprende, evalúa y actúa espontáneamente en relación con las demandas y las posibilidades que se presentan en la vida cotidiana. Su importancia reside en su capacidad para satisfacer nuestras necesidades y las de quienes nos rodean. En síntesis, contribuye a orientar el desarrollo integral de nuestra existencia. El sentido común aparece desde temprana edad por medio de la socialización, está presente en todos los contextos sociales, y perdura a lo largo de la vida. Un país será más o menos cohesionado en tanto logre tener un sentido común compartido.

Haciendo el símil con el barco en un mar tormentoso. ¿Funciona bien la brújula del sentido común, que es la conciencia que observa, interpreta, y juzga para decidir lo que hay que hacer? Se supone que el capitán y la tripulación han desarrollado un sentido común especializado que los hacen capaces de navegar en medio del peligro, para sobrevivir y encontrar el rumbo a seguir. ¿Qué pasa cuando los pasajeros se intranquilizan y protestan cuando sienten que el barco corre peligro? Es en estos momentos de peligro y de posibles quiebres que aparecen diversas expresiones encontradas del sentido común.

Esta analogía puede ayudarnos a ponderar lo que estamos viviendo. Todos, sin excepción, estamos implicados y afectados por las formas en que el sentido común se despliega en un determinado contexto socio-cultural. Mal que mal, pasajeros, tripulantes y capitán estamos todos en un mismo barco. En una situación de peligro, afloran diversas reacciones del sentido común, develando que éste no es uniforme y que presenta sesgos que pueden limitarlo. Dado que el sentido común es patrimonio de cada persona, las observaciones, interpretaciones, juicios de valor y decisiones de cada uno van a variar según la respectiva historia personal. Esta historia está dada por la formación y/o vivencia que se haya tenido, así como por los beneficios o perjuicios recibidos por el bien de orden reinante.

Los conflictos sociales y quiebres históricos develan cómo los sesgos del sentido común de un grupo se consolidan en oposición a los sesgos de otros grupos para agudizar aún más los conflictos y la desintegración social. Cuando estos son recurrentes y se establecen como patrón, la sociedad tiende a ingresar en un ciclo de decadencia histórica. En vez de ser piezas de un mismo puzzle que da sentido y valor a la vida, pasamos a ser piezas de ningún puzzle, o quizás de distintos puzzles. Dejamos de ser un país tal como lo entendemos. Basta pensar en qué ocurriría si el capitán del barco adopta una decisión que es resistida por la tripulación? o si entre estos se produce un motín con el respaldo de los pasajeros? o si entre estos últimos, unos adhieren al capitán en tanto que otros a la tripulación? o si entre los tripulantes se produce una división?

La historia nos enseña también que los conflictos y quiebres presentan oportunidades para explicitar el potencial y las limitaciones del sentido común de nuestra generación. En una democracia, el diálogo crítico y auténtico es el medio por el cual los sujetos escuchan para aprender de los sesgos y superarlos en la búsqueda colaborativa de un bien de orden mayor en beneficio de todos.

En relación a los tiempos que vivimos, el sentido común liberal, tal como lo interpreta la derecha, a partir de una fuerte crítica al Estado como agente planificador y/o regulador, supone que el emprendimiento individual posibilita un desarrollo eficiente de la economía. Por el contrario, el sentido común social, tal como lo ve la izquierda, propone un desarrollo económico planificado basado en la solidaridad acompañado de una fuerte crítica a las desigualdades originadas por el modelo liberal. El conflicto entre ambas ideologías dificulta visualizar cómo superar sus limitaciones y potenciar mutuamente sus fortalezas.

Por ello es esencial que ambos reconozcan que tienen una brújula común de cuatro puntos cardinales que orienta la conciencia de cada sujeto auténtico. Estos cuatro puntos cardinales son la capacidad para observar con atención, interpretar con inteligencia, juzgar con fundamentos y decidir cómo actuar con libertad responsable. Un sujeto auténtico es aquel que está consciente, que entiende y vive los sesgos e intenta superarlos para que emerja un sentido común compartido por todos.

Nosotros que fuimos formados en las fortalezas y sesgos del siglo XX tenemos la obligación de pasar el mando del barco a una nueva generación. Sabemos que el mar está agitado y que se aproxima una tormenta mayor sin precedentes, provocada por un tipo de desarrollo que está causando un desequilibrio ecológico que amenaza tanto al factor capital como al factor trabajo, ambos requeridos para el desarrollo. En vez de enfrascarnos en discusiones sesgadas por ideologías con raíces en el pensamiento del siglo XIX, la sabiduría nos exige movilizar tanto el emprendimiento individual como la solidaridad social para desarrollar un sentido común compartido que busca cómo convivir con justicia y en equilibrio con los recursos de nuestro planeta.

El proceso constituyente (parte 2)

En mi columna anterior hice mención a la oportunidad que representa el próximo plebiscito para pronunciarnos en torno a la constitución política del Estado, donde se definen las líneas gruesas de la forma en que nos organizamos y de nuestra convivencia. Sería la primera vez en que podremos expresarnos democráticamente respecto del tipo de país en que queremos vivir. También resumí el significado de las opciones en juego, aprobar o rechazar la elaboración de una nueva constitución.

Desafortunadamente, al menos hasta la fecha, desde las distintas trincheras, en vez de centrarse la energía en los méritos de sus respectivas opciones, se tienden a reportar mensajes apocalípticos de triunfar una u otra opción, tanto en los medios de comunicación convencionales como en las redes sociales. La polarización está en marcha buscando instalar una campaña del miedo, tanto de parte de quienes están con la opción apruebo, como con la opción rechazo.

Algunos de quienes respaldan la opción apruebo afirman que la perpetuación de la actual constitución implicaría la recurrencia en el tiempo de los estallidos sociales, los que tenderían a incrementarse. Se apoyan en la revolución pingüina del 2006, la rebelión universitaria del 2011, y el tsunami social del último 18 de octubre. Sin embargo, olvidan que ninguno de estos estallidos fue precedido por plebiscito alguno donde todos tengamos la posibilidad de expresarnos sobre la actual constitución. Es una diferencia que estimo clave.

En efecto, si en el plebiscito ganara la opción de rechazar la elaboración de una nueva constitución, lo democrático es aceptar el veredicto y no sacarse el pillo con argumentos sacados de la manga. Más que amenazar con los mil y un demonios de ganar la opción rechazo, lo que corresponde es asegurar que la gente pueda votar informadamente, concentrarse en las ventajas que conlleva la construcción de una nueva constitución desde una hoja en blanco, sin imposiciones ni violencias de ninguna naturaleza, asegurarse que el mayor número de personas vote, y que los espacios publicitarios sean equilibrados para las distintas opciones. Flaco favor le hacen a la opción apruebo al basarse en las consecuencias negativas de la opción contraria.

Lo mismo vale respecto de quienes desde la acera contraria, la del rechazo, ponen el acento en el vacío o caos que se generaría de ver triunfante la opción apruebo. Pero eso será materia de la próxima columna.

enero 22, 2020

El proceso constituyente (parte 1)

Ya se están dando los primeros pasos del proceso constituyente, cuyo primer hito será el plebiscito en el próximo mes de abril. Los distintos actores están posicionándose y mostrando sus cartas. De momento no se observan grandes sorpresas.

El acuerdo alcanzado en noviembre último entre las distintas fuerzas políticas, tanto de derecha como de izquierda, se logró al amparo del estallido social desencadenado el 18 de octubre. Su momento álgido fue la marcha de más de un millón de personas convocada por una diversidad de organizaciones sociales, vía redes sociales, sin liderazgos convencionales ni padrinos políticos, y abrazando una larga serie de demandas de todo orden, expresivas de un malestar y enojo acumulados. De alguna manera, el acuerdo político posibilitó descomprimir la energía almacenada para su encauce institucional. Mientras se inicia el proceso constituyente, los poderes ejecutivo y legislativo intentan abordar las demandas sociales más potentes centradas en atender los agudos problemas existentes en educación, salud y pensiones.

La importancia del plebiscito se explica porque es primera vez que la ciudadanía tiene la oportunidad para pronunciarse electoralmente en torno a la constitución actual, que no obstante las múltiples reformas que ha acumulado hasta la fecha, tiene su génesis en 1980.Mal que mal, la constitución vigente fue fraguada en plena dictadura, entre cuatro paredes, y validada mediante un proceso electoral sin garantía alguna para los sectores opositores. De hecho no existían siquiera registros electorales ni posibilidad alguna de fiscalización. Desde entonces, la constitución original ha experimentado diversos cambios, pero manteniendo incólume su estructura básica.

Han transcurrido ya casi 40 años desde entonces, por lo que parece razonable tener la oportunidad de pronunciarnos directamente si queremos o no una nueva constitución. Sería la primera vez que podríamos expresarnos colectivamente, de dilucidar un tema recurrente, zanjándolo definitivamente. Saludable para todos, tanto para quienes están más cerca de la derecha como de la izquierda, porque debiera ponerle término a los cuestionamientos que ha tenido en estas casi cuatro décadas.

Si gana la opción rechazo, significa que se rechaza la elaboración de una nueva constitución, y por lo mismo, se opta por la continuidad de la constitución que nos rige. En consecuencia, legitima la constitución que tenemos, lo que no deja de tener un sentido positivo para sus adherentes. Así lo han entendido no pocos de ellos.

Si gana la opción apruebo, significa que se pone término a la actual constitución para iniciar un proceso conducente a disponer de una nueva, donde la ciudadanía pueda participar tanto en la elección de quienes tengan la responsabilidad de elaborar la nueva carta fundamental, como en el levantamiento de propuestas en el ánimo de que la nueva constitución sea un reflejo del país que queremos, de la forma en que nos organizamos, de los derechos que aspiramos consagrar. Su relevancia descansa en que se está tratando de la construcción de la constitución, llamada también la ley de leyes, esto es, la ley que enmarca las leyes que emergen del poder ejecutivo y legislativo.

enero 16, 2020

Nuestro cuello de botella: la educación

Recientemente tuve el privilegio de ser invitado a participar en uno de los diálogos ciudadanos organizados por el gobierno regional del Maule destinados a identificar las principales necesidades que tenemos como país.

Estos diálogos, así como los cabildos, han sido estimulados en gran parte gracias a la erupción social desatada a partir del pasado 18 de octubre y que en cierta forma han disparado las alarmas, cuyo tenor depende del cristal con que se mira. Desde un extremo, se pone el acento en los actos de inusitada violencia que se han desatado sosteniéndose que la erupción tiene su origen en el partido comunista con el propósito de erosionar un sistema neoliberal que el mundo ha estado mirando como modélico, ejemplo a seguir. Desde el otro extremo, el énfasis está puesto en las marchas pacíficas y masivas, expresivas de un malestar acumulado por los más disímiles motivos: entre los que destacan dificultades para acceder a una educación y salud de calidad, precariedad laboral, alto endeudamiento y bajas pensiones. Esta tesis apunta al cambio constitucional acompañado de una potente agenda económica y social.

En referencia a las principales necesidades que tenemos, mi intervención estuvo centrada en la educación, dado que es el que considero como el gran cuello de botella que tenemos, y que ya lleva mucho tiempo. No es nada nuevo lo que estoy afirmando, y por lo mismo, es preocupante.

Mal que mal, desde hace más de medio siglo venimos haciendo una reforma educacional tras otra, desde tiempos de Frei Montalva. Si bien el país que tenemos hoy no es el mismo en términos de cobertura, seguimos al debe en términos cualitativos. Otros países, particularmente en el sureste asiático, que estaban más rezagados que nosotros, hoy nos aventajan y por mucho. Desde hace más de medio siglo vengo escuchando que debemos diversificar nuestras exportaciones, romper nuestra dependencia del cobre y de nuestros recursos naturales, agregando valor a nuestros procesos productivos. Sin embargo, si miramos nuestra matriz productiva y exportadora, así como nuestra cultura empresarial y laboral, todo indica que seguimos sin dar el salto.

Nuestra visión cortoplacista, así como la imposibilidad de llegar a acuerdos en materias sustantivas, nos impide despegar. Mientras sigamos invirtiendo menos del 1% de nuestro producto geográfico bruto en investigación y desarrollo; mientras solo unos pocos académicos e investigadores se inserten en empresas productivas privadas; mientras el peso de las inversiones en investigación y desarrollo lo lleve el Estado; y mientras no exista una cultura que valorice el trabajo responsable y bien hecho, seguiremos comulgando con ruedas de carreta.

Basta mirar lo que ha ocurrido con los países que en este último medio siglo han dado el salto al desarrollo. Ya no exportan piedras, sino que tecnología cada vez más sofisticada. Todo ello gracias al respaldo de un potente sistema educativo capaz de desatar todas las potencialidades del ser humano. No hay atajos.

enero 09, 2020

Las redes sociales: ¿son buenas o malas?

La gran promesa de las redes sociales está al debe. Su explosión introdujo en no pocos un optimismo desbordante, dada su capacidad para comunicarnos, para interrelacionarnos con bases temáticas, en torno a tópicos del interés de cada uno. El resultado parece ser frustrante.

Hay quienes extrañan los tiempos epistolares, cuando las cartas, los amores, se tomaban su tiempo para ir de un punto a otro, días, semanas, meses. Escribir y recibir unas líneas era toda una ceremonia, un alto en el camino que invitaba a recordar, reflexionar, madurar, pensar, soñar. Hoy son tiempos de ráfagas, de instantáneas, de escribir en un dos por tres y enviar, tiempos de no perder el tiempo. Sin embargo, hoy parece perderse más tiempo que el que se gana, así como antes, se ganaba más tiempo que el que se perdía cuando nos sentábamos a escribir y leer, pausada, tranquilamente. Las letras parecían tener más peso, eran más reflexivas; las de ahora son sobre la marcha, son disparos que se gatillan.

Hablar por teléfono podía costar un ojo de la cara, había que pensársela muy bien antes de levantar el auricular. Por lo mismo la llamada estaba reservada para comunicar lo importante, no lo trivial; hoy, si encargáramos un estudio de big data para rastrear lo que se comunica vía redes sociales, muy probablemente nos retrate de cuerpo entero. Me inclino a pensar que menos del 1% de lo que se transmite es intrascendente, incluso para sus protagonistas, y que similar proporción de personas son quienes transmiten mensajes relevantes a sus destinatarios.

Son los tiempos que corren, tiempos inmediatistas. En este sentido, la esperanza que trajeron consigo las redes sociales están siendo decepcionadas, al dejarnos un sabor un tanto amargo, una suerte de vaciedad, de pérdida de tiempo.

Políticamente resulta escalofriante pensar en la potencialidad que tienen las redes sociales. En sus inicios los énfasis estaban puestos en sus cualidades, en la posibilidad para disponer de más información para tomar decisiones. No veíamos la otra cara de la moneda, su capacidad para transmitir información falsa, mentiras, las que son capaces de esparcirse como reguero de pólvora. En el ámbito político, la democracia que se asumía saldría fortalecida con el surgimiento de las redes sociales, parece estar viviendo el proceso contrario, debilitándose velozmente como consecuencia de la multiplicación sin freno de noticias falsas que se transmiten sin corroborar mayormente su veracidad y sus fuentes.

Llega a producir escalofríos pensar que las redes sociales se estén usando para promover la violencia, la distribución de noticias falsas. Para enfrentar esta nueva realidad nada sacamos con escondernos, marginarnos, abandonar, cerrando nuestras cuentas para convertirnos en una suerte de ermitaños virtuales. Lo mejor que podemos hacer es aumentar nuestra capacidad para pensar críticamente, para discernir, para separar lo verdadero de lo falso, lo que implica que tenemos que fortalecer nuestra educación, nuestro proceso formativo para no ser presas fáciles de quienes buscan despistarnos.

Curiosamente estas líneas están escritas luego de ver que quien me alentó a introducirme en una de las redes sociales –facebook-, está con ganas de cerrar sus cuentas e irse al fin del mundo.

enero 07, 2020

El matonaje en acción

El año empezó con todo, tanto a nivel internacional como nacional. En el mundo, Trump dio una clase de matonaje al ordenar el asesinato de un general iraní, el comandante Qasem Soleimani, estratega de las operaciones militares iraníes en Oriente Medio y cabeza de las Fuerzas de elite de Al Quds. En Chile, la postergada Prueba de Selección Universitaria (PSU) que debe ser rendida por quienes aspiran ingresar a la educación superior ha sido boicoteada por las agrupaciones estudiantiles ACES y CONES, impidiendo el normal desarrollo de la PSU  en cerca de 100 locales en el país.

El asesinato de Soleimani se concretó mediante un bombardeo desde un dron teledirigido equipado con misiles que dejó caer sobre el vehículo que lo transportaba desde el aeropuerto de Bagdad, la capital de Irak. Estamos hablando del asesinato de un alto militar de Irán, por orden del presidente de un país, USA, que se erige a sí mismo como un paladín de la democracia a nivel mundial, USA.

El magnicidio me hace recordar el asesinato de Orlando Letelier, quien fuera embajador de Chile en USA y ministro del interior, defensa y relaciones exteriores bajo el gobierno de Allende. Este asesinato, fue ordenado desde la macabra DINA en tiempos del innombrable en septiembre de 1976 en plena capital de USA, Washington, mediante la detonación de una bomba del vehículo en que viajaba. Tanto el innombrable como Trump, se sienten con licencia para matar sin tener que rendir cuenta ante nadie. Matonaje puro y duro desde las más altas esferas.

Intentemos descifrar la lógica con que actúan estos personajes. Ellos parecen asumir que el dilema es, tú o yo, pero ambos no cabemos en este espacio. Visualizan el problema como uno de supervivencia. Tú quieres mi destrucción, por lo que me siento autorizado para eliminarte, exterminarte. Con ello dan inicio a una escalada, a una espiral de violencia sin fin. El Medio Oriente es un fiel testimonio de ello. Irán ha prometido vengarse. Trump twitea asegurando que Irán no tendrá nunca un arma nuclear. Y así sucesivamente, se busca la imposición del terror, disuadir por la fuerza.

En Chile, el sabotaje al desarrollo de la PSU, es otro acto de matonaje, de violencia, de otro tenor, pero que no por ello deja de tener las características de matonaje. En efecto, por sí y ante sí, organizaciones estudiantiles decidieron impedir que estudiantes pudiesen rendirla, coartando su libertad para ello. El razonamiento es el mismo que el de las barricadas que restringían el paso vehicular mediante el lema “el que no baila, no pasa”. Acá el que manda soy yo. No hay diálogo alguno, no hay nada que conversar, solo hay imposición.

Al igual que en el caso anterior, intentemos descifrar la lógica de quienes bloquearon el normal desarrollo de la PSU. Sus críticas apuntan al carácter segregador, elitista del proceso de selección para ingresar a la educación superior, por factores ajenos a las potencialidades y capacidades intelectuales de quienes egresan de la educación media. Argumentos sólidos que validan un proceso de análisis y reflexión respecto de la pertinencia de la PSU en las instancias correspondientes. Argumentos que comparto, pero que de modo alguno validan la violencia que implica impedir por la fuerza que puedan rendir la prueba quienes quieran rendirla. La energía habría que centrarla en eliminar y/o modificar la PSU, así como en no rendirla masivamente. Sin violencia, sin odio, pacíficamente. Pero claro, esta es la vía larga, la de la persuasión, la de la conversación, del diálogo, de la paciencia, del intercambio de ideas.

No hay atajos, el de la violencia termina volviéndose en contra de quienes la practican.