Foto de Mick De Paola en Unspl |
Si bien se veía venir, también había una cierta confianza de que no
pasaría a mayores. Sin embargo, finalmente Rusia, de la mano de Putin, decidió
emprender la aventura de ir a la guerra invadiendo sin asco alguno Ucrania. Se
sabe cuándo y dónde empieza una guerra, pero no cuándo ni cómo se termina. El
tiempo de las amenazas de lado y lado terminó para iniciarse un período cuyos
ribetes desconocemos, pero que de seguro serán de alto costo no solo para los
involucrados, sino que para todo el mundo. Los únicos que deben estar sobándose
las manos, son los empresarios de la industria de armamentos que viven de las
guerras. Los rusos decidieron tomar el toro por las astas y decir basta a las
pretensiones independentistas de Ucrania. La acción rusa es un fiel reflejo de
su intento de reverdecer laureles, de tiempos hegemónicos, tiempos de la URSS. Putin,
con su pasado en la policía secreta, ha resuelto hacerse responsable de
gatillar una guerra que nadie se esperaba. Afirma hacerlo en aras de los
intereses rusos amagados.
En honor a la realidad, Putin se lanza al vacío dada la debilidad en que
se encuentra internamente donde los problemas económicos reflejados en la
desvalorización de su moneda, el rublo. Para zafar no encuentra nada mejor que
involucrar al país en una aventura externa inflamada de nacionalismo ruso. Lo
mismo que hizo en su momento Galtieri en Argentina cuando decidió invadir las
islas Malvinas para sacarse de encima los problemas económicos y sacarle el
jugo a nacionalismo argentino. Fue por lana y salió trasquilado.
El maquiavelismo de Putin tiene antecedentes no solo por su rol en la
KGB de la URSS, sino por su intervención en las elecciones norteamericanas que hicieron
posible el triunfo de Trump por sobre Hillary. En esa oportunidad el espionaje
ruso jugó un papel clave.
Y ahora se lanza a la guerra luego de simular una retirada de sus tropas
estacionadas en la frontera con Ucrania. Es claro que a Putin no le hace gracia
que Rusia se vea rodeada de un conjunto de países que fueron parte de la URSS, y
que ahora pretendan hacerse parte de la Unión Europea (UE), y menos aún que
estén al amparo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Recordemos
que la OTAN era la otra cara de la moneda del Tratado de Varsovia, pacto
militar contraído por la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS) con los países satélites comunistas, entre los que se encontraban
Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, entre otros. Todo eso se derrumbó a
partir de la caída del muro de Berlín. Y ahora Putín pareciera que aspira a
reverdecerlo para contrarrestar a la OTAN.
Hasta el día de hoy a Putin le pesa la desaparición de la URSS, y de
hecho la califica como una de las mayores tragedias del siglo pasado. No solo
no le causa gracia alguna, sino que le resulta insoportable. No olvidemos que
en 2014, en un dos por tres, Rusia se anexó la península de Crimea que
pertenecía a Ucrania sin que la Unión Europea y EEUU reaccionaran más allá de
reclamar para la galería. Rusia no está dispuesta a perder lo que fue su área de
influencia y que de alguna manera sigue siéndolo.
El apetito sobre Ucrania se explica no solo por su estratégica posición
geopolítica. Es un país con más de 40 millones de habitantes que ocupa una no
despreciable superficie geográfica. En el ámbito de la minería cuenta con
importantes reservas de mineral de titanio, de manganeso, de mercurio, de
carbón; en el ámbito de la agricultura es un país que dispone de una gran
superficie cultivable, con una elevada producción de trigo, girasol y aceite de
girasol, de cebada, de maíz, de papas, de centeno, que le permite responder no
solo las necesidades de alimentos de su población, sino que posee excedentes
para la exportación. A ello se agrega la disponibilidad de una importante
infraestructura industrial, gasífera, y de transporte ferroviario.
Como puede verse, Ucrania no es cualquier país, de ahí su desgracia de
ser hoy el escenario en el que confluyen los más variados intereses. Su
autonomía e independencia de cualquier pretensión imperial es esencial. Hace
bien nuestro presidente electo, Boric, al condenar la invasión a Ucrania y
solidarizar con las víctimas. En esto, como en tantas otras cosas, es
imprescindible ser de una única línea, sin dobles estándares.