diciembre 24, 2015

La hora de las postulaciones a las universidades

En Chile no basta con egresar de un establecimiento de educación media para ingresar a las universidades. Se requiere rendir una prueba de selección, la PSU. Siempre ha sido así en nuestro país, antes era la PAA (Prueba de Aptitud Académica) y si nos vamos más atrás, a los primeros años de la década de los 60, era el Bachillerato.

La desconfianza hacia las calificaciones con que se egresa de la educación media está simbolizada en su baja ponderación a la hora de postular a alguna universidad. A pesar del bajo valor predictivo del puntaje que se obtiene en la PSU, éste sigue pesando fuertemente aun cuando se han estado incorporando nuevas variables, como la posición que un alumno ocupa dentro de su establecimiento.

Es por ello que la publicación de los puntajes PSU son esperados con expectación, dado que inciden fuertemente en las postulaciones que se vienen encima. Este año, esta expectación se ha visto incrementada por las vicisitudes experimentadas por la reforma educacional y la incógnita en torno a las universidades que finalmente se acogerán a la gratuidad, así como su alcance. No hay que olvidar que una de las banderas de las movilizaciones estudiantiles del 2011 fue el de la gratuidad.

Llegada la hora de postular no está de más reflexionar en torno a qué carrera y en qué universidad estudiar. Respecto de la carrera, la postulación debe venir dada, esencialmente, por los siguientes factores. Uno, lo que uno quiere estudiar, lo que quiero ser a futuro. Dos, debo considerar mis capacidades, conocerlas, saber si tengo dedos para el piano de lo que quiero ser. Tres, las perspectivas laborales.

Ninguno de estos 3 factores debe ser soslayado. Nada saco con estudiar lo que quiero si no tengo las aptitudes para ello. Del mismo modo, nada saco con estudiar una carrera basada tan solo en la perspectiva laboral. En este plano es crucial que cada postulante logre conciliar lo que quiere con lo que puede y con las perspectivas futuras.

Una vez acotado el espacio de carreras en las que incursionar, se debe decidir la universidad en que se impartan. Acá los factores que inciden son múltiples, pero me centraré en los que considero centrales. Uno, la calidad del cuerpo académico responsable de la carrera que elegimos. Calidad que se expresa no solo en términos de jerarquías o grados, sino que humanos, de trato, experiencia, dedicación. Dos, el ambiente que respira la universidad, tanto físico como psíquico, que está dado por el alma mater, la historia, los espacios disponibles, las conversaciones, el espíritu reinante. Para ello, una visita, una caminata por los senderos de las universidades donde pensamos estudiar, y conversar con quienes nos encontremos, nos puede ayudar a tomar una decisión crucial que puede definir el curso de nuestras vidas.

diciembre 18, 2015

La universidad en Chile

En la semana, en una cafetería de Talca, con la participación de 40 invitados, se dio el lanzamiento del libro “LA UNIVERSIDAD EN CHILE: PRESENTE Y FUTURO. Reflexiones desde la provincia” escrito por 12 académicos de diversas universidades regionales.

Su primer lanzamiento fue hace cerca de un mes atrás en la capital del reino, en el marco de una feria de universidades regionales efectuado en la plaza de la Constitución. Ahora, en la última semana, con singular éxito, el mismo libro fue lanzado en Talca y en Temuco, en esta última ciudad, en un evento organizado por la Universidad de la Frontera. Para los meses de enero y marzo del próximo año se están programando sucesivos lanzamientos en las ciudades de Arica y Valdivia, organizados por las Universidades de Tarapacá y Austral respectivamente.

El objetivo del libro es dar cuenta de lo que se piensa en las regiones en torno a la realidad universitaria actual. Sus capítulos abordan temas convencionales y candentes. Los convencionales son aquellos referidos a las funciones clásicas asociadas a la creación (investigación), transmisión (docencia) y difusión (extensión) del conocimiento; los capítulos candentes son los vinculados al modelo político-económico en que se inserta la universidad chilena de los últimos 40 años, que han condicionado su financiamiento, gobernanza y acreditación.

Una realidad compleja, como lo ilustra la discusión que por estos mismos días tiene lugar a nivel nacional en torno a qué universidades podrá acceder a la gratuidad. Desafortunadamente la actual discusión pública ha girado en torno a aspectos operativos sin que venga precedida de un marco que clarifique conceptos y oriente la toma de decisiones.

De otro modo es difícil explicarse la confusión reinante y que colinda con lo absurdo, como es el estar ante un Estado no disponible para financiar a universidades públicas, pero sí a universidades privadas. La lógica de condicionar el acceso a la gratuidad en base a la acreditación y no tener fines de lucro, es de dudoso gusto. De hecho, esta lógica se cae por sí sola por al menos dos factores. Uno, porque legalmente ninguna universidad debe lucrar, pero se sabe que muchas de ellas han lucrado a costa del endeudamiento de los estudiantes sin que el Estado tenga la capacidad y/o voluntad para sancionar e impedirlo. Dos, porque las actuales acreditaciones muestran fisuras, por no decir facturas de consideración, que explican muchas acreditaciones truchas.

La portada del libro ilustra su contenido y de las miradas de sus autores. Por un lado, nos muestra a estudiantes en pie de lucha, y por otro a jóvenes volando en base a las hojas de los libros. Realidad y sueños. Tierra y cielo, pragmatismo e idealismo.

Un libro escrito por académicos de universidades regionales, desde sus respectivas provincias, reafirmando su convicción de que Santiago no es Chile, que en provincia también existimos, también tenemos algo que decir respecto de la universidad que queremos.

diciembre 11, 2015

Se buscan líderes

Por razones de espacio, la semana pasada se nos quedaron en el tintero algunas aristas en torno al tema de las jefaturas y los liderazgos, y que son los que intentaré bosquejar en esta oportunidad. Bien pudieron constatar que la diferencia entre un jefe y un líder es tal que no resulta difícil distinguirlos. Basta verlos como se plantan, como actúan, como se presentan.

Los jefes van a todas las paradas protocolares, tienen que estar en la foto, idealmente con quienes se asume que son líderes. Están convencidos que saliendo en la foto con ellos, automáticamente ellos también pasan a serlo. El liderazgo no se compra ni adquiere con fotos o relaciones, tampoco se busca.

Los jefes buscan por afán de figuración, forzadamente, relacionarse, ser parte de redes, las que suelen ser inactivas. Los líderes en cambio, tienden a ser parte de redes de contacto en forma natural con beneficios para todas las partes, y no hacen ostentación de tales redes. Sus redes tienden a ser activas.

El líder levanta la mirada, tiene la mirada puesta en el cielo sin dejar de tener los pies en la tierra. No trabaja solo, sino que se siente formando parte de un equipo. En una canoa rema junto con los remeros, a diferencia del jefe, para quien los remeros deben remar mientras mira el horizonte. El jefe no se siente parte del equipo; el líder sí.

El jefe se pierde en lo operativo, en las formas, en la coyuntura, posee memoria de corto plazo. Convoca a reuniones cuando se le antoja, para tratar los temas que se le ocurren, convencidos que quienes trabajan con él, lo hacen para él, no para la institución a la que pertenecen. Al jefe le gusta actuar por sorpresa, sin una tabla de temas a tratar, sin documentación. La documentación, a lo más es entregada al momento de la reunión, y la decisión debe tomarse al momento, aunque no se haya leído nada. Esto es, la decisión que ha de tomarse, es la que el propio jefe induce a ser adoptada. Sin serlo, aparenta ser democrático.

Los líderes convocan sobre la base de temas previamente conocidos y proveyendo oportunamente toda la documentación necesaria, de modo que al momento de la reunión todos ya tengan opinión formada y no se pierda el tiempo. Los participantes debaten y deciden colectivamente, ventajas y desventajas de las alternativas en juego, conducidos e inspirados por el líder. No hay tiempo que perder, ni se emborracha la perdiz.

Por el contrario, el jefe compartimenta la información de que dispone y/o la guarda bajo la manga para tirarla en el momento más oportuno para sus intereses. El jefe recela de la comunicación horizontal, y él mismo decide qué consulta y a quién. Para el jefe el orden jerárquico es clave, porque de allí emana su autoridad, por lo que tiende a exigir una comunicación vertical, donde se ordena de arriba abajo, y se debe acatar de abajo hacia arriba.

En concreto, estamos llenos de jefes, demasiados. Nos faltan líderes. Vivimos tiempos complejos, de cambios, que nos exige lo mejor de cada uno de nosotros. De allí que el país, el mundo educacional, político, empresarial, económico necesita líderes, no jefes. Líderes dignos de imitar, de seguir.

diciembre 04, 2015

Jefe o líder

Muchos jefes se creen líderes sin percatarse de la abismal diferencia entre unos y otros. En estas líneas intentaré bosquejar lo que separa a unos de otros.

De partida, los líderes no necesitan cargos, lo son por naturaleza, por lo que proyectan, lo que inspiran; los jefes necesitan ocupar cargos, mantenerlos y ascender para ocupar otros cargos. Los jefes no trepidan en nada, buscan escalar a como dé lugar.

Recuerdo, décadas atrás, bajo los olivos del valle de Azapa, en la parcela de un amigo, un delicioso almuerzo y una más deliciosa conversación con Renato Hevia, entonces sacerdote jesuita, quien fuera director de la revista Mensaje. En algún minuto surgió el tema del líder: ¿qué es un líder? La respuesta que dio se me quedó grabada hasta ahora: un líder es quien reúne 3 características difíciles de encontrar en una misma persona: ser un pensador, un soñador y un realizador. Esta capacidad para pensar, soñar y realizar o concretar lo que piensa y sueña, es lo que poseen los verdaderos líderes, no los falsos líderes.

Por lo general poseemos uno o a lo más dos de estas capacidades, pero no las tres. En efecto, podemos pensar y soñar, pero nos cuesta concretar; si somos buenos para realizar, seremos realizadores, pero no necesariamente líderes si no tenemos sueños o los abandonamos en aras del pragmatismo o del realismo. Por otra parte, los sueños tienen que estar hermanados con la reflexión, puesto que de otro modo difícilmente estaremos en condiciones de concretarlos.

Para estos efectos, la autoridad de un líder emana de su aura, no del cargo que ocupa, que por lo demás no necesita; por el contrario, el jefe necesita imperiosamente del cargo y se ampara en él para intentar proyectar una aparente autoridad.

Los jefes buscan imponerse, ampararse en cargos, disquisiciones protocolares, en normativas, ocultan sus verdaderas intenciones, esconden información relevante, despliegan información irrelevante y son incapaces de actuar con transparencia. Los líderes no se imponen, por el contrario, colaboran, orientan, proyectan, dan ejemplo. Hay un dicho popular: el que sabe, sabe; el que no sabe, es jefe.

A los jefes les encanta transmitir y hacerse responsables de las buenas nuevas, estar en actos protocolares, necesitan ser vistos; las malas nuevas, las transmite amparándose en que es decisión de otros, de las que no se hace responsable. El líder en cambio asume la responsabilidad en la buena y en la mala, no se esconde, es capaz de dar un paso al costado cuando no comparte una decisión que afecta al equipo de trabajo en el que se encuentra.

Se me quedan muchas otras diferencias que tendré que dejar para otra ocasión, pero de momento pueden servir para identificar si en nuestros respectivos lugares de trabajo tenemos jefes o líderes. Os invito a hacer el ejercicio.