agosto 28, 2009

Desde Montevideo

Con ocasión de un congreso me encuentro en Montevideo, capital del Uruguay, país con una población de unos 3 millones de habitantes. En el exterior viven alrededor de 600,000 uruguayos, un 20% de su población residente en su país natal. Cabe agregar que estos uruguayos que viven en el exterior son en su mayoría jóvenes. Los que residen en Uruguay son mayoritariamente viejos.

Uruguay llegó a ser el país latinoamericano con una clase media extendida ejemplar, con los más altos estándares de equidad social, donde todos conversan de igual a igual. A pesar que los uruguayos se sienten más inseguros que ayer, sigue siendo el país más seguro en todo el continente. Sigue siendo el país con una base cultural amplia en el que la relación es entre iguales, donde la diferencia de ingresos económicos no se expresa en diferencias sociales. Cada uruguayo, por modesto que sea tiene opinión, sabe de qué está hablando, conversa de igual a igual, no se amilana ante nadie. Y eso vale oro.

Esta realidad es consecuencia de décadas, desde que dejó de ser la Suiza de América, cuando la relación de los precios de intercambio se deterioró significativamente. Sus puntos fuertes eran la lana, el cuero, la carne, y sus precios se fueron quedando atrás mientras los de los bienes que importaba ascendían. Si a esto se agrega un Estado incapaz de adaptarse a la nueva realidad, y una población que hacía de la viveza un atributo positivo antes que negativo, tendremos una bomba de tiempo.

Bomba de tiempo que no ha explotado de una patada, sino que en forma paulatina, subrepticiamente, imperceptiblemente, en un proceso de erosión que el sistema político fue incapaz de encarar de frente. Colorados y blancos, las fuerzas políticas tradicionales no querían ver amparados en glorias pasadas que hicieron posible un país ejemplar en materia de desarrollo educacional y cultural, de salud y de previsión. La dictadura estaba más preocupada de ser parte de la operación Cóndor, de destruir a los opositores, que de procurar el desarrollo del Uruguay, de revertir la decadencia.

En las últimas elecciones presidenciales, los uruguayos, tradicionalmente conservadores en lo político, aunque avanzados en lo cultural, apostaron por desmarcarse de la oferta tradicional, optando por el Frente Amplio, coalición de fuerzas de izquierda. Tabaré Vázquez, su abanderado, es el actual presidente. Bajo su presidencia, Uruguay comienza a ver signos de luz al final del túnel. Sin embargo, para que ello se concrete, es indispensable que Uruguay aborde dos temas centrales mediante un gran acuerdo político: la reforma de un Estado que no da para más, y la definición de una estrategia productiva tras la cual se alineen todos.

agosto 21, 2009

La mercantilización de la educación superior chilena

La mercantilización de la educación, y de la educación superior en particular, creo que no da para más. Si bien algunos aducen que ha servido para incrementar la cobertura, lo ha sido a un alto, a un altísimo costo que estimo, podría ser menor. Ya sea en términos del valor de los aranceles, como de su composición y la calidad de las carreras que se imparten, la cual está librada al mercado como si de un bien de consumo cualquiera se tratara. En la actualidad Chile es uno de los países con la menor proporción del gasto público en educación superior, y al mismo tiempo, el mayor gasto privado. O sea, la carga sobre los privados, esto es, nosotros, los ciudadanos de a pie casi no tiene parangón en el mundo.

En este marco la cobertura ha ascendido fuertemente, desde menos del 20% hace unas décadas, hasta alrededor del 40% en la actualidad. Esto significa que de cada 100 jóvenes en edad de cursar estudios superiores, 40 lo hacen. En los países de mayor desarrollo esta cobertura sobre pasa el 50 y 60%, tasas que Chile aspira alcanzar en el mediano plazo. En el pasado, cuando menos de 2 jóvenes de cada 10 estudiaban en la universidad, ella era prácticamente gratuita, curiosamente, cuando quienes ingresaban a la universidad provenían de familias de los quintiles de mayores ingresos. Hoy, por el contrario, hay que pagar, justo cuando están empezando a estudiar en las instituciones de educación superior los hijos de familias de menores ingresos y cuyos padres no tienen educación superior. Todo esto ha sido posible gracias a la implementación de sistemas de becas y créditos que han permitido chutear la deuda hacia delante.

Todo ello bajo el argumento dominante y soporífero que sostiene que la educación superior es un bien eminentemente privado en virtud de los mayores ingresos que en el futuro se asume que les reportará a los estudiantes la posesión de una educación superior. Al respecto tengo algunas dudas existenciales que no he logrado dilucidar. De partida tengo mis objeciones respecto de que sea así con todas las profesiones, y bajo esta misma lógica deberíamos haber aplicado en el pasado similar criterio con la educación básica y media.

A comienzos del siglo pasado la rentabilidad que proporcionaba la posesión de la educación básica era alta porque pocos la tenían; en la medida que se fue masificando la educación básica dejó de ser en factor diferenciador; a mediados del mismo siglo, quienes tenían educación media eran quienes conseguían empleo y bien pagados, hasta que se constituyó en el nuevo estándar. Y a partir de la segunda mitad del siglo pasado, solo la posesión de un título universitario permitía asegurar encontrar empleo bien remunerado. Pero ya desde fines del siglo que se fue tener estudios superiores ya no resulta suficiente para encontrar trabajo y asegurarse una remuneración atractiva. Eso explica que actualmente estemos todos corriendo tras la nueva zanahoria: la posesión de un postítulo o un posgrado.

Claro, para que los de abajo pudiesen seguir estudios superiores se instituyó un sistema de becas y de créditos. Las becas para aquellas carreras poco atractivas y/o que reportaran futuros ingresos no muy atractivos; los créditos para quienes se asume que podrán pagarlo con las remuneraciones que recibirían una vez egresados y se inserten laboralmente. Sin embargo me asalta una duda que no he podido conciliar: una vez que egrese el hijo del rico, sale sin deudas y más encima lo más probable que consiga un buen empleo bien remunerado a raíz de la red social de contactos familiares que de seguro tendrá. En cambio el hijo del pobre, si es que egresa, obtendrá un trabajo con menor remuneración puesto que carece de la apropiada red de contactos, que en Chile, así como en cualquier país, no deja de ser importante. Pero lo más grave, es que lo hará con una mochila, la necesidad de pagar el crédito obtenido en su oportunidad. O sea, no solo ganará menos que el hijo del rico, sino que además todos los meses deberá descontar de sus ingresos una proporción de ellos para ir pagando el crédito. Este sistema que a ojos de todos pareciera ser justo, a mi juicio no lo es.

¿Somos tan inteligentes como para instituir un sistema del cual no existe parangón en el mundo?

agosto 12, 2009

Disparándose a los pies

Si bien la campaña oficial presidencial y parlamentaria aún no se inicia, en los hechos ya ha partido hace rato aún cuando se desconozcan los caballos que finalmente estarán en carrera. Pocas veces en el pasado nos habíamos encontrado con un escenario tan enrarecido como el actual. Son múltiples los signos que lo ilustran.

Vamos a centrarnos en lo que se visualiza en el campo presidencial, porque el parlamentario está más que nebuloso. A grosso modo podríamos hablar de 3 caballos: el de la Concertación (Frei), el de la Oposición (Piñera), y el de los Otros (Enriquez-Ominami, Arrate, Navarro y Zaldìvar, asumiendo que no se me escapa ninguno).

Si miramos la adhesión que concita el gobierno encabezado por Michelle, que la coalición sustentante del gobierno, es la Concertación, y que su candidato en las próximas elecciones es Frei, éste debiera ganar por paliza. Sin embargo las encuestas no dicen eso, por el contrario, lo ponen persistentemente a la zaga del candidato opositor.

Me atrevería a aventurar que la razón de ello se centra en que la ciudadanía está atónita, observando una Concertación desordenada que ventila sin pudor alguno, desvergonzadamente sus diferencias, sin medir las consecuencias. Esto es, irresponsablemente. Basta que a algunos de sus dirigentes les pongan un micrófono para que no se aguante y se dispare al pie una y otra vez dejando con la boca abierta a los adherentes. Cuando se anda en dimes y diretes, poniendo y exigiendo condiciones, anteponiendo intereses personales o partidarios, se va camino al abismo. Eso lo sabe cualquier hijo de vecino, y con mayor razón, un dirigente político. Con sus condicionamientos parecieran estar jugando a favor de la oposición.

Otra hipótesis se centra en los desgajamientos que ha tenido la Concertación a diestra y siniestra por diferencias insalvables con la coalición y el brazo ejecutor de su ideario, el gobierno. Flores y Zaldìvar se fueron sosteniendo que la Concertación se estaba corrompiendo e izquierdizando; Navarro y Arrate porque se estaba derechizando; y Enriquez-Ominami porque su partido no lo habría inflado. De ellos, solo este último ha logrado perforar la barrera de los dos dígitos, en tanto que los planteamientos de Arrate, Navarro y Zaldívar no encuentran eco en la ciudadanía.

Estas dos hipótesis, serían las que tienen al candidato concertacionista estancado, sin poder desplegarse en plenitud a pesar de los altos niveles de adhesión que concita el gobierno. De estas dos hipótesis, la experiencia señala que la primera de ellas es la clave, razón por la cual si quiere recuperar la confianza ciudadana, necesariamente la Concertación debe ordenarse, cohesionarse, renovarse tras propuestas de futuro y dejar de andar jugando a los bandidos. Con los pies en la tierra.

Por el otro lado, el candidato que puntea también se encuentra frenado. A estas alturas del partido, con todos los desaguisados de la Concertación ya debería estar totalmente despegado. Y no lo está. No lo está porque no convence, porque no se le cree. Nuestro candidato tiene una marca de fábrica en materia de credibilidad, de seriedad, de convicciones, de trabajo en equipo. La UDI por su parte sigue sin jugársela por su candidato. No se fía de él. Si a eso agregamos que Michelle está haciendo bien, muy bien su pega, podemos afirmar que el triunfo depende de nosotros, no de otros. Depende de que la Concertación no se ahogue entre los autocomplacientes y autoflagelantes, entre progresistas y no progresistas. Todas las fuerzas de la Concertación son progresistas.

Es hora que los dirigentes tomen conciencia de la responsabilidad que les compete en la hora actual, en la continuidad de la Concertación, en superar las divisiones. El pueblo concertacionista, la base concertacionista no pierde la esperanza de que sus dirigentes estén a la altura de sus responsabilidades. El regreso de la derecha al gobierno nos costará caro como país en términos de desigualdad, de insolidaridad.

Estas líneas están escritas con el mejor de los espíritus por un ciudadano de base, sin cargos políticos, conciente del aporte que la Concertación le ha dado al país, así como de sus limitaciones. Hoy somos más y mejor país que ayer. Podríamos haberlo hecho mejor, sí, pero no nos destruyamos por ello, por el contrario, que eso nos de la fuerza para hacerlo mejor mañana. De nosotros depende.


Aún es tiempo. Los resultados de las encuestas revelan que la ciudadanía aún no le está mostrando tarjeta roja a la Concertación, pero sí una tarjeta amarilla, la que puede revertir si se porta bien.

agosto 07, 2009

Cisarro y Francisca

Cisarro es un niño de 10 años que ya cuenta con una significativa carrera en el mundo del delito. La penúltima fue la conducción de un auto robado, razón por la que fue detenido; y la última fue su fuga. Ahora se encuentra detenido y los dardos se tiran contra SENAME que no sabe qué hacer con él. Proviene de una familia disfuncional, o sea, no tiene familia; tiene 10 hermanos de distintos padres, y el de él no se conoce. Ha estado en 6 colegios, habiendo golpeado a una compañera y a un paradocente en el último de ellos. Al paso que va se corre el alto alto riesgo que termine como el Tila, emblemático caso que inundó la prensa en su momento.

El otro caso que concita la atención es el asesinato de Francisca, una inocente niña de 5 años, quien fue golpeada, violada y lanzada viva al mar luego de haber sido engañada. El asesino se encuentra detenido. Como siempre ocurre en estas situaciones, en una suerte de reacción refleja, instintiva, el tema de la pena de muerte vuelve a reflotarse como castigo ejemplarizador, amedrentador, aleccionador.

En este último caso la sociedad reacciona escandalizada, pone el grito en el cielo, e incluso algunos abogan por restituir la pena de muerte, olvidando que Chile ha sido uno de los últimos países en abolirlo, y que los sociedades más avanzadas han aprendido que ella no resuelve nada, no devuelve la vida, ni cumple el rol que se le asigna cuando existe el caldo de cultivo para la existencia de tan horrorosos crímenes. Pero la reacción visceral es la simple, propia del mundo conservador y de una visión de derechas que pone el acento en la represión de las consecuencias antes que en la prevención de las causas.

Estos mismos sectores conservadores, en el caso de Cisarro, deben centrar sus dardos en SENAME, culpabilizándolo por no cumplir su rol rehabilitador. Desafortunadamente el asunto es más complejo y se relaciona con la sociedad que estamos construyendo, con la sociedad que produjo al asesino de Francisca, así como tantos otros casos similares en la historia delictual chilena y mundial, con la sociedad que produce niños como Cisarros, condenados de por vida desde sus primeros años. Por momentos pienso en el milagro que no existan más Cisarros.

Cuando hablo de sociedad me refiero a nuestra responsabilidad en vez de traspasarla a otros. Nosotros somos la sociedad, el sistema y no sacamos nada con disparar contra SENAME ni a favor de la pena de muerte. Por más que intentemos reformar SENAME o sustituirlo por otro SENAME, mientras sigamos construyendo esta sociedad individualista, insolidaria, estamos sonados. Lo mismo vale respecto de la pena de muerte, cuya instauración solo servirá para saciar un espíritu de venganza que nos rebaja como sociedad. Aprovechemos la conmoción generada por estos hechos para reflexionar a fondo en torno a las causas por las cuales existen Cisarros y asesinos de niños.