abril 27, 2018

Tiempos de paz armada


El espectro de la guerra persiste una y otra vez en algún lugar del planeta como para dar por cierto los peores presagios. Dependiendo de dónde se está, la guerra se visualiza ya sea como un juego o como una realidad terrorífica.

En Europa, donde me encuentro de visita, está presente en museos, en las calles, plazas, memoriales. La experiencia de haber vivido y sido escenario dos guerras mundiales está marcada a sangre y fuego. Han conocido y vivido sus consecuencias. Saben de qué se trata. Saben, al igual que Siria en la actualidad, que toda guerra es sinónimo de hambre, destrucción y muerte. Es difícil encontrar familias que no hayan sufrido sus consecuencias.

Curiosamente, los mismos países que en un pasado reciente estuvieron en guerra, han sido capaces de volver a mirarse los ojos, de recuperar espacios de conversación y convivencia, pasar de un país a otro. Prácticamente no hay fronteras entre ellos.

En América Latina, por el contrario, tiene el privilegio de no haber vivido, al menos en el presente y en todo el siglo pasado, una guerra en su significado convencional. Se la ve como algo ajeno o lejano, casi como un juego, desconociéndose su realidad, así como sus secuelas destructivas.

A raíz de la demanda de Bolivia ante el Tribunal Internacional de La Haya, en ambos países, Chile y Bolivia, volvieron a sonar los tambores de guerra. Bolivia exigiendo una salida soberana al Pacífico, y Chile resistiéndose en base a tratados firmados en su momento. Tambores de guerra alentados por los principales medios de comunicación de ambos países azuzando a sus respectivas poblaciones, y que se multiplican en las redes sociales.

Se invoca la defensa de lo conquistado a punta del heroísmo y la sangre derramada por nuestros antepasados, o la necesidad de disponer de una fuerza disuasiva. Se oculta la insensatez de toda guerra en la que se desangran nuestros jóvenes, los traumas que se generan y la destrucción de vidas. Guerras que suelen ser decididas y declaradas por terceros a nombre de ideales superiores, pero que suelen ser en defensa de intereses particulares.

Raro es el caso en que los protagonistas de una guerra sean fabricantes de armas. Quienes viven una guerra deben adquirirlas a países que sí las producen y exportan. Los avances en la capacidad de destrucción de estas armas se deben poner a prueba de tiempo en tiempo, dándoles salida a las “novedades”. Es lo que se percibe en la reciente decisión de Trump por realizar una operación “quirúrgica” y “focalizada” en Siria que puso a prueba sus nuevos misiles.

Desafortunadamente vivimos tiempos de una paz armada. Debemos pasar a tiempos de una verdadera paz, de una paz sin la amenaza de la guerra. Es hora de desarmarnos, de dejar de rendir tributo a la violencia y dar paso a la no violencia. De creer más en lo mejor, y no en lo peor de nosotros.

abril 19, 2018

Hay vida después del trabajo

Foto de Nick Fewings en Unsplash
Dentro de la población total, cada vez es mayor la proporción de adultos mayores. En Chile, en poco menos de tres décadas prácticamente se ha duplicado la proporción de adultos mayores (personas con más de 60 años). Mientras en 1990, había un adulto mayor por cada diez habitantes, hoy se tiene casi el doble adultos mayores.

Por otra parte, así como en 1990 había 35 adultos mayores por cada 100 personas menores de 15 años, actualmente se tienen más de 85 adultos mayores por cada 100 menores de 15 años. En concreto, la pirámide etárea se está revirtiendo a una alta velocidad, la que probablemente se vea amortiguada por las corrientes inmigratorias que estamos viviendo.

Lo señalado está cambiando el paisaje humano: son cada vez menos los niños en los establecimientos educacionales; cada vez más los viejos en los establecimientos hospitalarios. La estructura de la demanda se está modificando en forma significativa y persistente, impactando en la oferta. En las plazas y las calles, son cada vez menos los niños que vemos, y más los viejos.

Todo ello es consecuencia de la baja en la tasa de natalidad y el aumento de la esperanza de vida que está produciendo el progreso científico-tecnológico sin precedentes que estamos viviendo a nivel mundial.

Esta realidad no tiene visos de detenerse, por el contrario, tiende a continuar su curso. ¿Estamos preparados para ello? ¿Cómo sociedad? ¿Cómo individuos? En estas líneas me referiré a este último punto: ¿estamos preparados para ser viejos? ¿para dejar de trabajar en el sentido convencional, esto es, a cambio de una remuneración? ¿para tener una calidad de vida razonable como viejos?

Mi apreciación es que ello depende de cómo nos pilla la vejez. En lo esencial me concentraría en tres factores. Uno, la salud física-mental; dos, la salud social; y tres, la salud financiera.

La salud física-mental es clave para una vejez como uno se la quisiera, y ella depende de factores genéticos y de la vida que hayamos llevado. Respecto de los factores genéticos, nada podemos hacer. Venimos de donde venimos y no tenemos vuelta. Por tanto, es esencial haber llevado una vida sana, sin excesos, equilibrada, bajo una alimentación sana, con actividad física. Si hemos llevado una vida reventada, difícilmente la vejez nos pillará bien parados.

La salud social está referida a vivir en paz consigo mismo, con quienes te rodean, tu familia, tu medio social; a llevar una vida auténtica, sin dobleces. Sentirse querido, para lo que es indispensable querer a quienes nos rodean, entender a los demás, ser capaces de ponernos en sus zapatos. Si hemos llevado una vida de peleas en familia, con nuestros vecinos, con quienes nos rodean, difícilmente la vejez nos pillará como quisiéramos.

Por último, está la salud financiera. Si bien, disponer de recursos financieros no hace la felicidad ni una buena calidad de vida en la vejez, sin duda alguna ayuda, tranquiliza. En ello incide tanto haber tenido ingresos razonables a lo largo de la vida laboral, como haber sido austero en los gastos, y sin endeudarse para satisfacer tentaciones, modas y/o caprichos.

Con una buena base de salud física-mental, social y financiera, no hay razón para pasarla mal en la tercera edad. Es la oportunidad para apearse de un caballo que anda a 100 kilómetros por hora, para sentir una distensión desconocida que nos permita mirar y disfrutar con calma el horizonte, la familia, las cosas simples de la vida, dejando atrás una vida exigente, sin pausas.

abril 11, 2018

Dos visiones contrapuestas

En la última semana santa volvió a repetirse, una vez más, la congestión, los atascos, en las carreteras del país, pero sobre todo, en la ruta Santiago-Viña del Mar. Nada nuevo bajo el sol. Lo novedoso estuvo constituido por las expresiones de Fontaine, flamante ministro de obras públicas, quien no resistió la tentación de darle como bombo al gobierno saliente al sostener que “no hemos invertido lo suficiente en carreteras o, en general, en infraestructura”. El subsecretario de Transportes aprovecha la oportunidad para reafirmarlo sin derecho a réplica. De paso, Fontaine aprovechó de ensalzar al modelito neoliberal que nos empapa al sostener que el aumento del flujo vehicular es una buena noticia, porque significa más oportunidades y más libertades para las personas.

Esto es, todo lo bueno viene de la mano del modelo, en tanto que todo lo malo, viene de los gobiernos, particularmente cuando no son los de la derecha, ya que cuando son de este último signo se asume que deben reparar las deficiencias de los gobiernos que reemplazan. Ahí están en acción las retroexcavadoras en los más diversos ámbitos sin que se les arrugue la cara.

En este país que se caía a pedazos hasta antes de las elecciones, ad portas de convertirnos en Chilezuela, desde hace tiempo que la velocidad de crecimiento del parque automotriz supera con creces la velocidad con que somos capaces de incrementar la infraestructura caminera. Olvidan que el innombrable destruyó la infraestructura ferroviaria y que dejó casi intocada la infraestructura caminera nacional, con excepción de la carretera austral construida a punta de los famosos programas PEM y POJ.

Más allá de los dimes y diretes, el punto es otro. Al paso que vamos, mientras no nos hagamos una suerte de introspección, el tema de la congestión que se está viviendo, en el marco del modelito que nos rige, no tiene solución, cualquiera que sea el gobierno que tengamos. Hablo no solo de las carreteras. Estamos inmersos en un sistema capaz de producir reos a una velocidad mucho mayor que la que tenemos para construir cárceles. Así como las carreteras colapsan, también colapsan las cárceles, así como ha colapsado la capacidad del Servicio Nacional de Menores (SENAME).

Manteniendo intocado el paradigma dominante, que tenemos impregnado a la vena, creo que no tenemos remedio. Bajo el modelo imperante seguiremos teniendo un país a dos velocidades, el de los que les va bien, el de los que se libran de caer en la fosa, y el de los que les va mal, los que se caen a la fosa, los marginados, los que quedan fuera del sistema. Los que la pasan bien, y los que la pasan mal.

Si esto fuera consecuencia de quienes trabajan y no trabajan, no estaría mal. Lamentablemente no son pocos los que la trabajan de sol a sol, y la pasan mal, así como también no pocos, la pasan bien a punta de fraudes y triquiñuelas, haciendo como que trabajan.

En síntesis, bajo el modelo vigente la capacidad para producir “males” supera con creces su producción de “bienes”. De lo que se trata es de revertir el modelo por uno capaz de producir más “bienes” que “males”. Con voluntad, con ganas, poniendo por delante los intereses del ser humano, es posible.

abril 05, 2018

El golpismo al acecho

La decisión del máximo tribunal de justicia del Brasil, rechazando el recurso presentado por Lula contra su condena a 12 años por corrupción está allanando el camino para su encarcelamiento. Lo resuelto tiene implicancias políticas insoslayables de cara a las próximas elecciones que tendrán lugar en octubre del presente año: saca de la carrera presidencial a quien encabeza las encuestas con un 35% de adhesión popular y pone en cabeza a quien va segundo, Jair Bolsonaro, un exmilitar, admirador de la dictadura y defensor de la aplicación de torturas, con cerca de un 20% de las expectativas de voto.

Lula ha copado el escenario político brasilero desde los tiempos dictatoriales. No le fue fácil acceder en el año 2003 a la presidencia por el temor que inspiraba su partido, el partido de los trabajadores (PT). Sin embargo, una vez en la presidencia, no obstante su origen humilde, obrero, sindicalista, demostró ser capaz de gobernar bajo un esquema de izquierda moderada, diseñando e implementando programas sociales en beneficio de los sectores más desposeídos, los que permitieron reducir significativamente la pobreza que desde siempre ha afectado a Brasil. Al postular a un segundo mandato en el año 2006, vuelve a triunfar gracias al reconocimiento popular. Gobierna hasta el año 2010, cuando Dilma Rousseff, quien fuera su jefa de gabinete y del mismo partido de Lula, el PT, se gana electoralmente el derecho a sucederlo.

Mientras tanto, la corrupción se extiende sin piedad, no solo en Brasil, sino que en el continente y en el mundo. La corrupción se globaliza, se internacionaliza, en el caso brasilero, de la mano de la empresa constructora Odebrecht. Salpica a Lula y a toda la clase política y judicial brasilera. Mediante un golpe blando, vía judicial, Rousseff se vio obligada a dejar la presidencia, siendo reemplazada por el actual presidente Temer. Todo ello, en virtud de un juicio iniciado por quien hoy se encuentra en la cárcel. El ladrón detrás del juez. En medio de esta caza de brujas está cayendo arrollado Lula. Como para afirmar: quien esté libre de pecado, que levante su mano.

En paralelo, desde los cuarteles militares se escuchan ruidos de sables, no faltando quienes se soban las manos esperando su hora. No resisten la tentación de involucrarse. Es así como el comandante en jefe del Ejército advierte, vía twitter: "Aseguro que el Ejército brasileño juzga compartir el anhelo de todos los ciudadanos de bien de repudio a la impunidad y de respeto a la Constitución, del mismo modo que se mantiene atento a sus misiones institucionales". Momentos después, otro general, por la misma vía, afirma: "Tengo la espada al lado, la silla equipada, el caballo listo y aguardo sus órdenes!!". Entusiasmado, otro general de la cúpula militar, sostiene: "Comandante!! Estamos juntos en la misma trinchera". Frase que es complementada por un tercer general, al declarar: "Estamos juntos, comandante". Para rematarla, poco antes, un general en la reserva, había declarado que si Lula no era enviado a la cárcel, "el deber de las Fuerzas Armadas es restaurar el orden". Palabras sacan palabras.

Dentro de las propias FFAA hay voces que invitan a la mesura, expresando que no se trata del pensamiento de todas las FFAA brasileras. Es así como el jefe de la aviación, que exige respetar la Constitución "sin apasionarse hasta el punto de poner las convicciones personales por encima de las instituciones". Además, procura poner paños fríos, afirmando que "Intentar imponer nuestras convicciones o las de otros es lo que menos necesitamos en este momento".

Ante estas declaraciones, el gobierno mira al techo, relativizando los mensajes remitidos desde las altas esferas militares y que entrañan el más descarado intervencionismo, olvidando que en democracia el poder militar no debe inmiscuirse en la contingencia y que debe subordinarse al poder político.

No pocos afirman que no están los tiempos para golpes. Lamentablemente, a lo largo de estas décadas de transición democrática que han estado viviendo nuestros países, no se han producido dos cambios esenciales con la radicalidad requerida. Uno, el de la subordinación real del poder militar al poder político, desde el momento que este último ha actuado pensando más en no pisar callos en el ambiente militar. Y dos, no se ve a la fecha que haya arrepentimiento alguno, ni institucional ni personal, por parte de quienes en su momento, cuando tuvieron el poder total, incurrieron en prácticas de exterminio. Estas dos circunstancias impiden asegurar que lo ocurrido en la fase militarista latinoamericana, no se vuelva a repetir.

La polarización que está viviendo la sociedad brasilera es la antesala del golpismo cuya virulencia no tendrá parangón en la historia del continente. Los perdedores serán los mismos de siempre, porque quienes tienen la manija, también siguen siendo los mismos de siempre.

abril 03, 2018

Partida en falso

Con bombos y platillos, de tiempo en tiempo, en Chile y no pocos países, se producen llamados a acuerdos nacionales. Con ello se da a entender que las discrepancias fuesen signo de retroceso. Resulta extraño constatar que cuando se proclama la unidad nacional, lo que se busca implícitamente es esconder bajo la alfombra los desacuerdos. Esto es, mostrar una cara distinta a la que realmente se tiene, como si tener distintas caras fuese un problema.

En estricto rigor, los países que avanzan efectivamente, que progresan, son aquellos capaces de vivir y procesar las diferencias, de mirarse tal cual son, sin tener que esconderse unos de otros, ni andar peleándose. En Chile, y al parecer en los países subdesarrollados, da la impresión que las diferencias, insoslayables, inevitables en toda sociedad que se precie de tal, empobrecieran, retardaran el progreso al que se aspira. Uno de los mayores problemas en nuestros países reside justamente en su incapacidad para procesar las discrepancias consustanciales a toda convivencia humana.

No está de más recordar que, en democracia, un gobierno es el poder ejecutivo, el que debe gobernar, ejecutar, cumplir y hacer cumplir las leyes que son debatidas y aprobadas por un congreso nacional, representante del poder legislativo. Institución llamada también parlamento, porque ahí es donde se parlamenta, discute, debate entre congresales –diputados y senadores- de cara a la gente, para el logro de los acuerdos nacionales, los que no necesariamente han de ser unánimes. La unanimidad no existe salvo en las dictaduras en base a las imposiciones y el amedrentamiento.

Por tanto, el espacio para la discusión de los temas de interés público es justamente éste. Ya no están los tiempos para cocinar entre cuatro paredes de espaldas a la gente. Los acuerdos verdaderos, para que no se los lleve el viento, deben ser frente a frente, con todas las cartas sobre la mesa, sin zancadillas, ni poniendo un puñado de billetes sobre la mesa.

Las diferencias se presume que enriquecen para modelar el país que se aspira, por lo que la clave reside en aprender a procesarlas. Estar disponibles para escuchar al otro, abrirnos, ponernos en los zapatos del otro, en vez de pretender construir una gran nación a punta de exterminar a los contrarios.

Un botón de muestra: a la actual constitución fraguada entre cuatro paredes y modificada entre gallos y medianoche. Su ilegitimidad de origen le penará por los siglos de los siglos mientras no nos sentemos a dibujar una nueva constitución con una hoja en blanco y teniendo presente la experiencia acumulada, que no es menor. Lo mismo vale respecto de un modelo socioeconómico impuesto en dictadura, y que a la fecha no ha logrado validarse como no pocos quisieran.