marzo 26, 2020

Democracia vs dictadura en tiempos de corona virus

Photo by Lianhao Qu on Unsplash
El corona virus está poniendo en jaque a los más diversos sistemas políticos y económicos. El partido se está jugando apostando a las capacidades que unos y otros tienen para responder a los inéditos desafíos que está planteándonos la pandemia.

En lo político ya salen a la palestra quienes sostienen que las dictaduras, o más eufemísticamente, los regímenes autoritarios, están en mejores condiciones para encarar al coronavirus que aquellas sociedades que se asumen como democráticas. Mientras unos postulan la necesidad de imponer una vigilancia totalitaria –vía drones, cámaras de vigilancia, reconocimientos faciales- que permita a una suerte de estado todopoderoso, saber dónde estamos y qué estamos haciendo en todo minuto. Otros, plantean la necesidad de un empoderamiento ciudadano en el que cada uno asuma su responsabilidad en el trance en que está situado. Esta postura se centra en que lo que ocurra, depende de cada uno de nosotros, no de un Estado todopoderoso.

En los países donde prima la vigilancia totalitaria, la información que se recoge de cada uno de nosotros, en todo momento, donde quiera que estemos y donde estemos, es analizada –vía big data, data analitycs, data mining- para tomar decisiones con la precisión que las circunstancias aconsejan. La privacidad de los datos, por cuyos derechos las sociedades democráticas han estado bregando ante la aparición de las nuevas técnicas asociadas a la inteligencia artificial, salta por los aires en las sociedades totalitarias.

Éstas últimas parecen llevar la delantera en el abordaje de la pandemia. De hecho, China, país origen de la crisis que se está viviendo, pareciera estar saliendo del paso, mientras que sociedades democráticas aún se debaten en la definición de las estrategias más apropiadas para detener el crecimiento de casos y muertes.

España e Italia constituyen una muestra de las dificultades que encierra, no la existencia de regímenes democráticos, sino que la ausencia de un empoderamiento ciudadano, esto es, que al menos en los momentos iniciales los ciudadanos no fueron capaces de ajustar voluntariamente sus conductas y comportamientos a la envergadura de la crisis. Esta realidad se ha hecho extensiva, en mayor o menor grado, a los otros países europeos, así como a los países latinoamericanos y al propio EEUU. De hecho, en la práctica, ante la incapacidad para imponerse a sí mismos cuarentenas, los propios ciudadanos exigen que los estados les impongan cuarentenas, cordones sanitarios, y otras hierbas.

Lo expuesto es revelador de algo no menos preocupante: que nuestros regímenes si bien se presentan como democráticos, difícilmente puedan serlo cuando sus ciudadanos solicitan que se les imponga lo que por sí mismos son incapaces de imponerse. La tentación totalitaria está siempre presente, sobre todo, en tiempos de pandemia.

marzo 18, 2020

En tiempos de coronavirus

Photo by Fusion Medical Animation on Unsplash
El mundo está en ascuas a raíz de una pandemia que nuestras generaciones no habían experimentado ni sospechado siquiera. Como que ya nos sentíamos invulnerables, todopoderosos, capaces de dominarlo todo. No había obstáculo que se nos interpusiera sin que lo sorteáramos.

Somos la generación que no ha vivido guerra mundial alguna, la que sí vivieron y sufrieron nuestros viejos. Somos la generación de la posguerra, de los tiempos de la guerra fría, del progreso científico-tecnológico sin precedentes, del apogeo y decadencia del estado de bienestar.

Somos la generación que no ha vivido la gran depresión de los años 30 del siglo pasado. Somos quienes han experimentado crisis o guerras locales, puntuales, que no le llegan ni a los talones de las vividas por nuestros antepasados. Somos quienes hemos vivido, sufrido y/o usufructuado de un crecimiento perpetuo, ilimitado.

Cuando creíamos dominarlo todo, nos viene esto en tiempos de genomas, de manipulación genética, de alimentación transgénica, de robotización, de estar más comunicados que nunca, y al mismo tiempo, más incomunicados, de mirarnos menos a los ojos, de tú a tú.

No obstante que hemos estado creando sistemas de seguridad con miras a convertirnos en invulnerables, lo concreto es que hoy por hoy, nos sentimos más vulnerables que nunca. Y la reacción ha sido disímil: en unos los invade el miedo, el pánico, la necesidad de acaparar; otros, se echan al hombro como si nada ocurriera, desconociendo la envergadura de lo que estamos viviendo; los menos, procuran reflexionar, hacer un alto en el camino, para revivir, renacer, repensar la vida que estamos llevando, lo bueno que puede traer esto si es que sobrevivimos.

Lo que se nos viene no es broma. Si logramos sortear la pandemia, el nivel de actividad ya no será el mismo, y por lo mismo, el desempleo campeará. Los ingresos disminuirán y el consumo descenderá. Por más acrobacias que hagan los gobiernos, ya nada será como antes.

Advertencias teníamos de sobra, pero no las veíamos o no las queríamos ver. Tomemos lo que estamos viviendo como una preciosa oportunidad para rehacernos de modo de recuperar un modus vivendis en armonía con los demás y con la naturaleza.

marzo 11, 2020

El proceso constituyente (parte 8)

Photo by Markus Spiske on Unsplash
Nadie se habría imaginado que el proceso destinado a consultar si queremos a no una nueva constitución se iba a dar en un entorno como el que estamos teniendo desde la segunda mitad del segundo año del gobierno y que se prolonga hasta ahora sin que muestre visos de terminar.

Quienes votaron por la coalición gobernante, integrada por la UDI, RN y Evópoli, y que condujeron a la victoria de Piñera, lo hicieron tras el objetivo de tiempos mejores enfatizando fuertemente la necesidad de proveer mayores niveles de seguridad a la población y de retomar la senda de crecimiento obtenida en tiempos de la Concertación. Las críticas a Bachelet eran mordaces, así como a la coalición gobernante, la Nueva Mayoría, fenecida luego de su derrota en las últimas elecciones presidenciales. Incluso se le pidió la renuncia a Bachelet cuando su popularidad alcanzaba tan solo el 15%.

Al iniciarse el tercer año del gobierno de Piñera y ChileVamos, ante cualquier evaluación que se haga, bajo el parámetro que se mida, el resultado no puede ser más desastroso. Los tiempos mejores no han llegado ni se ve que lleguen en el corto, ni en el mediano o largo plazo. Los niveles de inseguridad de la población, en vez de disminuir, han aumentado significativamente, y las tasas de crecimiento van a la baja. Los puntos fuertes que se asumía serían mejor provistos por parte de gobiernos encabezados por la derecha, seguridad en materia de orden público, y crecimiento en materia económica, para sorpresa de no pocos, han resultado ser un fiasco.

Por la boca muere el pez, otra cosa es con guitarra, así como para comer y decir cabezas de pescado hay que tener mucho cuidado son algunos de los refranes que se me vienen a la cabeza al ser testigo del escenario en que se encuentra Chile en este minuto. Los bajísimos niveles de respaldo que registra el presidente, así como su gabinete, por debajo del 10%, ilustran lo expuesto. La oposición no puede cantar victoria, porque su prestigio también está por los suelos, al igual que el de quienes lideran el poder judicial, las FFAA y carabineros, así como las dirigencias empresariales.

Las élites responsables de la conducción del país están siendo jaqueadas por quienes están cansados de décadas de abusos y privilegios que se han expresado pacíficamente sin que a la fecha se les escuche. Es cierto que también hay quienes se expresan violentamente, contribuyendo a la polarización, al no entendimiento, a la pérdida del sentido común. No escuchar y atender las demandas de los primeros, indirectamente implica alentar a los violentos.

El proceso constituyente en curso debe ser el espacio para aislar al extremismo y dirimir pacíficamente nuestras diferencias, pero para ello es imprescindible no caricaturizar las posturas en juego, apruebo y rechazo. El país no se vendrá abajo si gana una u otra opción; solo se vendrá abajo solo si no se pone coto a la infinidad de abusos y privilegios responsables del malestar imperante en gran parte de la población.

marzo 05, 2020

El proceso constituyente (parte 7)

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Partió la campaña publicitaria en torno al plebiscito constitucional en medio de un contexto nacional e internacional cuya complejidad ha hecho dudar a algunos respecto de su realización y/o de la legitimidad de los resultados que surjan.

La complejidad está dada esencialmente por un clima caracterizado por un malestar generalizado del que difícilmente alguien pueda escapar. En unos, tiene su origen en el descrédito de las clases dirigenciales de todo orden: políticas, empresariales, deportivas, religiosas, militares. Descrédito ganado como consecuencia de la violencia que encierran los abusos y privilegios en que han incurrido y que se han ido perpetuando y agudizando sin que se les ponga coto. Muy por el contrario, que han ido in crescendo. Pocos se salvan. En otros, el malestar se centra en la violencia callejera con sus consecuencias en el quehacer cotidiano, y su prolongación en el tiempo sin que se visualice en las autoridades pertinentes la capacidad y/o voluntad para ponerle coto.

La guinda de la torta está dada con la aparición en el país del coronavirus que algunos visualizan como una suerte de tabla de salvación para zafar del plebiscito, mientras otros lo ven como un elemento distractivo manipulado por sectores interesados.

El estallido social desatado el 18O tiene dos vertientes claramente diferenciadas: la violenta y la no violenta. El malestar se expresa de las dos formas. Si bien la violenta es minoritaria, es la que “más se ve”, la que más se resalta, es la que se debe rechazar sin medias tintas, al igual que la otra violencia encarnada en los abusos y privilegios desmedidos. En una democracia de verdad los conflictos se dirimen pacíficamente, conversando, dialogando, sin imposiciones, mirándonos a los ojos. Ese es el camino.

Desde hace tiempo que en el país se ha abierto la discusión en torno a la constitución sin que salga humo blanco no obstante las múltiples modificaciones de las que ha sido objeto, las que el tiempo ha ido mostrando como insuficientes. Hace unos años, en el 2013, un connotado abogado constitucionalista sostuvo que el problema se iba a solucionar por las buenas, o las malas, dada su incapacidad para ordenar y responder adecuadamente a las urgentes demandas de mejoras en ámbitos claves, tales como salud y educación, entre otros. Bajo el gobierno de Bachelet se intentó iniciar un proceso constitucional pacífico, sin saqueos, sin destrucción, sin vandalismos, como una forma de encauzar el malestar reinante. No se tuvo éxito por las más diversas razones. Desgraciadamente tuvo que ocurrir el estallido social del 18O para que la clase política entendiera esto.

No hay dudas que el acuerdo alcanzado a mediados de noviembre del año pasado para iniciar el proceso constituyente fue la válvula de escape dada por la política para evitar un potencial quiebre institucional. Hacer buen uso de esta oportunidad está en nuestras manos, teniendo claro que el tema constitucional no es todo el problema, sino que tan solo parte importante de él.