octubre 25, 2018

Brasil en su hora

En la semana tuve el privilegio de ser invitado a participar en un conversatorio organizado por académicos de la Facultad de Educación de la UCM para abordar lo que se avecina tras la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Brasil. Conversatorio que contó con la participación de investigadores visitantes brasileños. Siendo el país más grande de nuestro continente sus resultados tendrán una influencia más allá de sus fronteras.

Hoy quizá se sigue lo que allí ocurre, quizá más que otras veces, porque las mayores posibilidades de triunfo las tiene un candidato, Bolsonaro, que rompe los esquemas a los que estamos habituados, porque su modelo político es el autoritarismo, el militarismo; y en lo económico, su modelo ideal, si es que tiene alguno, a la luz de los tecnócratas que están tras él, el neoliberalismo.

Su triunfo sería equivalente a que en Chile hubiese una elección donde participara y ganara el innombrable. Es una elección donde un candidato no ve con malos ojos las dictaduras, así como quienes lo respaldan. En columnas anteriores ya hemos abordado lo que podrían ser las causas que han llevado a Brasil a la polarización actual. Ahora intentaré llamar la atención en torno a la paradoja que encierra el escenario político-económico en el que se encuentra Brasil.

El neoliberalismo que se ha ido imponiendo en los más diversos países de Latinoamérica, en paralelo al repliegue de los socialismos y sus variantes, por las características que le son propias, no ha hecho sino agudizar las desigualdades, la incertidumbre, la inseguridad, la violencia, la pérdida de derechos, con excepción del derecho a la propiedad. Para enfrentar estas realidades, en vez de encarar y responsabilizar al neoliberalismo de esta realidad, los más recientes resultados electorales parecen decirnos que se está optando por más autoritarismo, más represión, para poder aplicar más neoliberalismo, para ir a un neoliberalismo a fondo, sin vaselina. Lo que en Chile se impuso dictatorialmente, a sangre y fuego, Brasil está en alto riesgo de imponerlo democráticamente, por la vía electoral. En mi impresión sería análogo a pretender apagar un incendio con bencina.

Aun cuando no se descarte un vuelco de última hora en las preferencias electorales, hay que prepararse para un eventual triunfo de Bolsonaro como una oportunidad para reinicializarnos, resetearnos, reconstruirnos, e iniciar la travesía por el desierto para recobrar fuerzas, para insuflarnos de nuevas ideas y entusiasmarnos. Mal que mal, las derrotas enseñan más que los triunfos. Por lo demás, no hay mal que por bien no venga. Al mal tiempo, buena cara. Nunca está de más volver a empezar, volver a nacer.

octubre 23, 2018

Ad portas de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Brasil



Conversaciones sobre las pensiones en Chile (parte 2)

Desde la derecha se empecinan en llenar de alabanzas al sistema de pensiones chileno sosteniendo que estaríamos a la vanguardia a nivel mundial y que no pocos países quisieran tener un sistema como el nuestro.

Suelen partir con frases de buena crianza, tales como “recibir una pensión digna es una necesidad de vital importancia”, pero a poco andar efectúan afirmaciones que procuran desmentir lo que se sabe. Por ejemplo, afirman que “cualquier sistema obligatorio es un sistema público” y que en el caso del sistema chileno se le denomina equivocadamente como privado.

No nos emborrachemos: no por ser obligatorio el sistema de pensiones chileno es público. Es privado por donde se le mire. La recaudación, la gestión, la inversión de las cotizaciones, y su distribución, es privada en un cien por ciento, y la efectúan las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) que son cien por ciento privadas. Que las cotizaciones sean obligatorias y las reglas bajo las cuales operan sean fijadas por leyes y regulaciones no convierte en modo alguno al sistema de pensiones en un sistema público.

Importa recordar que las AFP fueron creadas en tiempos del innombrable en 1980, siendo el padre de esta criatura José Piñera, hermano del actual presidente, entonces ministro del trabajo. Si bien en estos casi 40 años de andadura ha sufrido modificaciones, su impronta original, sigue vigente contra viento y marea, a pesar de los esfuerzos de no pocos por cambiar sustantivamente su filosofía central: que cada uno se rasgue con sus propias uñas, esto es, la capitalización individual.

Los defensores del sistema no pueden evitar reconocer que se trata de un tema de interés público, donde por lo mismo, la política importa e influye, tanto por la cantidad de dinero involucrada y como por el alto número de personas afectadas, por lo general electores. Lo que no veo que reconozca la derecha es el desmedido apetito, la codicia que despiertan en las AFP, en sus dueños, las utilidades que les reportan las comisiones que cobran por la administración de las cotizaciones de los trabajadores, las que no se condicen con las rentabilidades de los fondos. Por lo demás, no es posible desconocer los intereses cruzados que existen entre personeros de derecha, los directores, ejecutivos y dueños de las AFP, los que se extienden a las empresas en las que se invierten los fondos, que no son sino los recursos de los trabajadores. No será difícil adivinar que en una sociedad tan desigual como la chilena, donde los superricos se cuentan con los dedos de la mano, que al final del día los apellidos tienden a repetirse. Para darle un toque ocasionalmente escogen a uno que otro despistado del otro lado, que no era de la derecha, pero que termina comprándose el cuento completo.

La derecha procura llevar agua a su molino afirmando que las bajas pensiones se explican fundamentalmente por la inestabilidad e informalidad de más del 20% de los trabajadores, lo que genera que existan muchos meses en que no se cotiza. A ello habría que agregar, que las remuneraciones son bajas y que las expectativas de vida han aumentado. Por tanto, podemos concordar en que mientras todo esto ocurra, inevitablemente las pensiones seguirán siendo bajas. En consecuencia, bajo el paradigma actual, con cualquier sistema, público, privado o semipúblico, de capitalización individual o de reparto, el monto de las pensiones que se reciba al término de una vida de trabajo, no variará sustantivamente.

La derecha, el centro y la izquierda, deben y pueden concordar en la necesidad de innovar por la vía de romper la actual relación entre las remuneraciones recibidas a lo largo de la vida laboral con la pensión a recibir. El monto de las pensiones deberá independizarse de los ingresos recibidos durante los años de trabajo y ser el mismo para quienes jubilen a una misma edad. El origen de este monto deberá ser estatal y puede ser por la vía de un mismo aporte estatal al momento de nacer o por un monto mensual desde el nacimiento. Al cumplirse la edad de pensionarse, todos recibirían un mismo monto, el cual cada uno puede complementar con los ahorros o cotizaciones voluntarias que pueda haber hecho. Si alguien puede y desea seguir trabajando, podría hacerlo posponiendo su jubilación para recibir un monto mayor.

El financiamiento de este esquema lo más razonable debiera ser en base a un impuesto a las empresas más automatizadas, robotizadas, tecnologizadas, que son las que han estado reduciendo la demanda de trabajo, precarizando e informalizando el mercado laboral sin pagar costo alguno. Si no fuese posible implementar un impuesto de esta naturaleza, tendría que pensarse en un porcentaje sobre las transacciones efectuadas con tarjetas de crédito o débito bancarias.

No me fío del sistema de reparto convencional, que a veces parece extrañar a no pocos. Mis aprensiones van por el lado de “las diabluras” que históricamente se han dado, como fueron lo fueron los arreglines que se hacían en los últimos años con las rentas porque se jubilaba con el promedio de las últimas rentas, así como con las entonces famosas “perseguidoras”.

Se me queda en el tintero el tema de la administración de los fondos de origen estatal. El que dejaré para más adelante.

octubre 18, 2018

Conversaciones sobre las pensiones en Chile (parte 1)

Hace tiempo que tengo pendiente escribir sobre este tema, y si no lo he hecho no es por falta de interés, sino porque tengo una mirada muy particular que no calza con lo que se escribe al respecto. Lo más probable es que esta columna deba ser complementada por otras porque resulta imposible condensar en estas líneas todo lo que deseo expresar.

En esta ocasión me limitaré a hacer una suerte de titulares respecto de mis pensamientos sobre la materia. Para empezar, creo que nos estafaron cuando en 1981 se creó el nuevo sistema previsional basado en las cuentas individuales gestionadas por las AFP y que una vez que el sistema funcionara “en régimen”, al momento de jubilar, se recibiría alrededor del 70% de los últimos ingresos. Se presumía la inexistencia de lagunas previsionales, esto es, períodos de desempleo, y que la cotización sería sobre el total de los ingresos.

Tanto lo uno como lo otro resultó ser falso, y se sabía que iba a ser falso. En efecto, la existencia de una continuidad laboral es una excepción, porque lo más común es que existan numerosos períodos en que se está desempleado, particularmente en los sectores de más bajos ingresos. Y respecto de quienes han tenido altos ingresos, por sobre el tope previsional, el monto que se cotiza obligatoriamente no se condice con los ingresos que poseen.

A ello se agrega que en el pasado, antes de 1981, el descuento previsional estaba por encima del 20%, en tanto que bajo el sistema de las AFP la cotización bajó al 10%. Esta diferencia posibilitó que quienes se cambiaran del sistema de reparto existente al nuevo sistema previsional privado vieran aumentados sus ingresos. Este aumento de ingresos fue el cebo, el anzuelo para estimular el traspaso, sin que la gente percibiera los perjuicios futuros que estos cambios le ocasionarían tanto en términos de los ingresos que recibirían al momento de jubilar, como de la extensión de la vida laboral hasta los 65 años a lo menos. Recuérdese que antes de 1981 por lo general se jubilaba al cumplirse una determinada cantidad de años de trabajo.

La estafa se ve corroborada al constatar que las FFAA y carabineros fueron exceptuados de adscribirse al nuevo sistema, lo que solo se explica por los perjuicios que su eventual traspaso ocasionaría a su personal. Es lícito plantearse por qué no se consideraron los daños previsionales que generaría a los civiles.

En síntesis, el sistema previsional actual fue instalado a punta de bayonetas, populismos y engaños que a la fecha no se han podido levantar, que por el contrario, se ha ido consolidando en base a influencias indebidas e intereses creados.

Más allá de lo señalado, estimo que no es sostenible continuar bajo el paradigma actual caracterizado por montos de pensiones basados en los ingresos percibidos a lo largo de una vida laboral. Ya estamos sumergidos en un mundo donde el trabajo se está precarizando y/o informalizando, por lo que las lagunas previsionales han llegado para quedarse. Lo prueba la creciente debilidad del factor trabajo y el mayor peso del capital en el funcionamiento de las organizaciones. La robotización y la automatización han llegado para quedarse.

Lo descrito, así como muchos otros puntos, invitan a pensar en una suerte de reingeniería en materia previsional, no solo en términos de los porcentajes a cotizar, sino respecto del origen de los fondos previsionales, su administración –pública y/o privada-, y su distribución –reparto y/o individual-.

octubre 13, 2018

Brasil: todo se ha puesto cuesta arriba

Los resultados de las recientes elecciones en Brasil, tanto presidenciales como parlamentarias, dan cuenta de un giro político mayúsculo que se inscribe en una tendencia mundial que no deja de ser preocupante. Se sabía que Bolsonaro estaba punteando, pero pocos imaginaron que tendría la votación que alcanzó, y de ellos algunos señalaban que podría ganar en la primera vuelta.

Si bien habrá segunda vuelta, lo concreto es que Bolsonaro en esta pasada ganó por paliza, poniendo cuesta arriba las posibilidades de su contendor, Haddad. Es como si en un partido de futbol uno de los rivales se fuera a los vestuarios con una victoria parcial de tres o cuatro a cero. Darlo vuelta no es imposible, pero tendrían que concurrir hechos que no se vislumbran. No se ve qué pueda cambiar para remontar el resultado de la primera vuelta.

De partida, el contendor no se puede cambiar, a lo más podrá cambiar su estrategia, pero difícilmente pueda modificarla radicalmente en estas semanas. Y un cambio de estrategia que sea efectivo necesariamente pasa por un análisis crítico profundo. Un mea culpa auténtico. También es difícil que Bolsonaro cometa errores de bulto en este tramo. Con la victoria en el bolsillo rehuirá los debates y seguramente se limitará a expresiones que no pongan en riesgo su triunfo. Al menos sus asesores harán todo lo que esté en sus manos para reducir las frases para el bronce que lo identifican.

Y lo más probable es que todo esto tampoco sea suficiente puesto que la victoria de Bolsonaro tiene raíces profundas que emanan de errores imposibles de soslayar. No es razonable ni sostenible creer que la gente es irracional, estúpida y/o ignorante cuando vota por Bolsonaro, y que no lo sea cuando vota por Haddad. Tampoco es razonable ni sostenible creer que el partido de los trabajadores, el PT y Lula, sean corruptos, y que no lo sean Bolsonaro y quienes lo respaldan, ni que Bolsonaro y sus boys vayan a terminar con la corrupción y la violencia urbana. Estamos ante un candidato, Bolsonaro, que encontró un blanco al cual apuntar sus dardos: los seguidores de Lula, los petistas, captando y canalizando la rabia y la ira en su contra, tal como en su momento lo hizo Hitler contra los judíos y los comunistas.

La corrupción reinante no nació con Lula, ni mucho menos, aunque así lo quieran presentar los medios de comunicación, ni se limita al PT, sino que atraviesa a todo el arco político, incluyendo a quienes atacan al PT y quienes juzgaron y condenaron a Lula. Por el contrario, la corrupción, así como la violencia urbana están instaladas desde hace mucho tiempo, reforzadas por el modelo económico imperante, y si a la fecha no ha podido ser erradicada, menos lo será por un personaje como Bolsonaro cuya receta es la clásica de la ultraderecha: más militarización, más represión, más neoliberalismo.

Que el pueblo vuelque sus preferencias hacia una opción de este tenor, da para reflexionar en torno a una dura interrogante: ¿qué ha llevado a que Brasil llegue a esta situación? ¿qué hacer para que no lleguemos a una coyuntura como la brasileña?

Días difíciles, muy difíciles, esperan a Brasil, así como a muchos otros países.

octubre 03, 2018

Bolsonaro en punta

Este domingo son las elecciones presidenciales en Brasil, la mayor potencia latinoamericana. Uno de sus candidatos, Bolsonaro, lleva todas las de ganar en la primera vuelta.

Las razones que explican la actual realidad política brasileña se centran en la corrupción que aqueja a toda su clase política, originada por una dirigencia empresarial que ha sido capaz de prostituir a gran parte del mundo de la política, y que se ha expandido a las más diversas esferas.

Por decir lo menos, resulta curioso que el candidato que encabezaba las encuestas, Lula, haya quedado fuera de carrera por decisión del poder judicial. El Partido de los Trabajadores que condujo al país sacando de la pobreza a millones de brasileños está siendo destruido tanto por la encarnizada oposición de la derecha como por la corrupción que estaría afectando al partido. Y digo “estaría” porque a esta altura del partido ya no sé dónde está la verdad, ni quienes la tienen. En efecto, me es imposible no ver al ladrón detrás del juez. Quienes juzgaron y destituyeron a Dilma Rousseff no parecen ser blancas palomas libres de polvo y paja. Tampoco lo son quienes decidieron que Lula no podía postular ni quien ejerce hoy la presidencia, Temer, ni quienes conforman el Congreso ni los tribunales de justicia.

En este marco, entre muchas otras candidaturas, emerge la de Bolsonaro, un clásico candidato que en circunstancias normales no pasaría de la marginalidad, de ser un outsider. Sin embargo, bajo las circunstancias actuales de Brasil, de crisis política que se prolonga por al menos un par de años, irrumpe fuertemente con un discurso populista, racista, machista, homófobo, militarista, de la clásica ultraderecha admiradora de las dictaduras militaristas. Su modelo es la dictadura de Pinochet.

Una artera puñalada en medio de un acto de campaña logra el efecto de catapultarlo, acercándose ya al 30% de las preferencias. Al paso que va, apelándose al voto "útil", no pocos especulan que podría ganar en primera vuelta. 

Este tipo de candidatos siempre han existido y seguirán existiendo, pero en términos electorales suelen tener menos de un 10%, y en tiempos de crisis moderadas, a lo más alcanzan el 20%. Su pleno desarrollo lo alcanzan cuando se está frente a crisis mayores, cuando la polarización se extrema y consigue la adhesión de la derecha y de los sectores más pobres hastiados que caen bajo el embrujo de cantos de sirena.

Se trata de un candidato que no se ha cansado de decir barbaridades. En el año 1999 afirmó que “la dictadura 2003 debería haber matado a 30,000 personas más, comenzando por el Congreso y el presidente Henrique Cardoso”. En el año 2001 sostuvo que “sería incapaz de amar a un hijo homosexual, prefiero que muera en un accidente de coche”. Dos años después, en la televisión le dijo a una diputada que “yo a usted no la violaría porque no se lo merece”. Y el último broche de oro que se le conoce, lo dio a conocer el año pasado cuando declaró que “un policía que no mata no es policía”.

Uno de sus contendientes lo retrata de cuerpo entero al sostener que “representa la negación de la política y de la democracia, el deseo de prender fuego para ver si vuelve a nacer algo”.

Toda su vida abrazó la fe católica, pero hoy es evangélico, consiguiendo la adhesión de ellos no obstante que su ideario se contrapone abiertamente a la ética cristiana.

Con todo no pierdo la confianza de que el pueblo brasileño sea capaz de discernir, en el silencio de la urna, e impedir su ascenso a la presidencia.