Pareciera que estuviésemos inmersos en una sociedad que para resolver sus problemas, no encuentra nada mejor que actuar violentamente, olvidando que la violencia solo conduce a situaciones peores. En estos días, con motivo de las protestas estudiantiles, la violencia policial está nuevamente en el candelero. Lo peor es que la consecuencia no es la imposición del orden, sino las víctimas que deja.
La violencia policial se asume que es una respuesta en situaciones extremas orientadas a imponer un orden, y por lo mismo, su magnitud debe ser en proporción a la amenaza. Dado que quienes tienen el monopolio de las armas, sus responsabilidades son mayores, y por lo mismo, requieren capacidad de discernimiento, de reflexión y de tomas de decisiones difíciles en breves intervalos de tiempo. Cuando esa capacidad no existe se reacciona de la misma manera cualquiera sea la amenaza.
Todo indica que la formación policial parte de un diagnóstico errado. La presencia policial está destinada a dar seguridad, no provocar miedo, ni provocar, ni amedrentar. Visualizan las protestas, como virtuales amenazas, como la proximidad de un combate. Meten en un mismo saco a violentos y pacíficos, a encapuchados con estudiantes, a quienes andan con bombas molotov con quienes van premunidos de banderas. Olvidan que las protestas son una expresión democrática, que va siendo uno de los pocos espacios que tiene la población para expresarse. La responsabilidad y el rol de los carabineros en una protesta es proteger a los manifestantes, aislarlos del lumpen, de los encapuchados, de los violentos.
Esta responsabilidad de proteger a quienes se expresan pacíficamente no se logra parapetándose o infiltrándose a la espera del más mínimo asomo de violencia para actuar con tutti; sí se logra acompañando y protegiendo a quienes protestan. No hace mucho tuve ocasión de estar en Praga, donde no sin estupor pude observar cómo los policías flanqueaban a los manifestantes, protegiéndoles. Esta filosofía, esta concepción es la que extraño.
Acá pareciera que seguimos con la lógica militarista, policial, castigadora, la que no ha logrado ser modificada.
No son pocos quienes adhieren a esta lógica de la “mano dura”, del “castigo ejemplar” que está cobrando muchas víctimas, particularmente entre nuestros jóvenes. Lo peor de todo que esto puede terminar por configurar una manera de ser pasiva, arratonada, todo para evitarnos “mayores” problemas y/o víctimas entre nuestros más cercanos.
La violencia policial que hemos estado viendo últimamente, ahora inocultables gracias a las nuevas tecnologías de información y comunicación, parecen señalarnos que no se trata de “excesos”, sino que de una política de represión que en democracia no debe tener cabida.
En democracia se asume que las fuerzas policiales están supeditadas al poder civil, al poder político, esto es, que no se mandan solos. Por tanto, al poder político le cabe su dosis de responsabilidad que no podemos soslayar. Los hechos son más que elocuentes.
De seguir así, será necesario encontrar otras fórmulas distintas, imaginativas para protestar sin pagar los dolorosos costos que se están pagando, particularmente en términos de vidas tronchadas. Hace más de medio siglo, en la India, Mahatma Gandhi señaló un camino: la desobediencia civil.