Hace exactamente un siglo, un joven de 30 años, Ernesto Bader, como cualquiera de nosotros en el presente, quería independizarse, ser dueño de su propio trabajo. No le satisfacía ser empleado, trabajar para otros. Quería revertir aquello de que el capital emplea, contrata personas, por un esquema en el que las personas ocupan capital.
Es así como luego de unos años de trabajar como empleado, decide
arriesgarse, junto con su familia, y abandonar su condición de asalariado para independizarse,
dando el salto de crear su propia empresa: una fábrica de resinas, polímeros y
plastificadores, la que luego de tres décadas alcanza un tamaño mediano con más
de 150 empleados. Pero ojo, crees independizarte, pero no haces sino cambiar de dependencia, porque ahora dependerás de tus clientes.
Tal como en su momento Ernesto estuvo en contra de la filosofía
capitalista de dividir o separar a los que mandan o dirigen respecto de quienes
son mandados o dirigidos, ahora que estaba “al otro lado del mesón”, poniéndose
en los zapatos de los dirigidos, decide introducir significativos cambios con
miras a incorporar una mirada humanista al interior de la empresa. Cambios que
apuntaran a posibilitar un ambiente de libertad, felicidad y dignidad humana al
interior de la empresa sin que por ello se perdiera rentabilidad y que no
generaran resistencia en el sector privado. Ernesto se percató que para
implementar estos cambios no bastaba con compartir los beneficios si no se
transformaba la propiedad, y que era necesaria la aceptación voluntaria de un
conjunto de restricciones.
Para estos efectos Ernesto resolvió organizar una cooperativa
conformada por quienes trabajan en la empresa, junto con establecer una suerte de “nueva constitución”
destinada a distribuir el poder y delimitar los ámbitos de acción de la empresa
mediante las seis reglas siguientes: una, la empresa no puede crecer más allá de tener 350 trabajadores, y
en caso de ser necesario contar con mayor número de trabajadores,
necesariamente deberá darse origen a nuevas empresas o unidades independientes;
dos, ningún trabajador podrá exceder 7 veces la remuneración mínima, con
independencia de la edad, sexo, función o experiencia; tres, todos los
trabajadores son socios y nadie podrá ser expulsado de la cooperativa, excepto
en caso de una conducta personal gravemente reprochable; cuatro, se crea un
consejo de administración como máxima responsable de la empresa cuyos
directores son nombrados por los socios de la cooperativa, quienes acordarán el
nivel de remuneración; cinco, las utilidades generadas serán distribuidas como
sigue: un 40% serán reinvertidas en la empresa, un 30% serán para los socios de
la cooperativa, y un 30% para fines la comunidad en la que se encuentra
instalada la empresa; y seis, se prohíbe la venta de sus productos a clientes
que tengan propósitos bélicos.
No escapará al lector que se trata de una iniciativa sumamente audaz
que no pocos auguraron fracasaría estrepitosamente por imponerse fuertes restricciones
y tratarse de cambios que afectarían los derechos de propiedad. Sin embargo, a
pesar de los pronósticos, de las dificultades y crisis en su devenir, la
realidad demostró que la empresa fue creciendo en ventas, personal y utilidades,
además de dar origen a varias empresas nuevas.
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