Evaluando el debate presidencial
En relación a debates con ocasión de elecciones pasadas, sin perjuicio que subsisten importantes debilidades, hay mejoras sustantivas bajo el formato actual del debate que le han dado mayor dinamismo.
Lo que parece quedar en la retina fue la denuncia de Frei cuando se abordó el tema de la corrupción y la transparencia. Sin embargo el debate fue algo más que eso, en particular, permitió a la ciudadanía conocer los planteamientos generales de cada uno de los candidatos, sobretodo del de menor visibilidad.
Sin perjuicio de lo que digan las encuestas, desde el punto de vista de las expectativas, el gran ganador fue Arrate, candidato que representa a la izquierda dura, la sobreviviente, la que reivindica, orgullosamente, la obra y el legado de Allende. Digámoslo con todas sus letras: Arrate fue quien mostró más aplomo, seguridad, conocimientos y claridad conceptual. Representó esa otra mirada que no está en las otras candidaturas, la de los perdedores, la de los postergados, los discriminados. Para los cánones actuales, Arrate encarnó el derecho a soñar. Fue el único que se desmarcó del pragmatismo, de la resignación que se ha apoderado del grueso de la sociedad, en la que me incluyo. Los demás candidatos no estuvieron a su altura perdidos en la trama de la realidad, de lo concreto. Arrate vio el bosque que los demás no vieron concentrados en las virtudes y defectos de los árboles que configuran el bosque.
De Marco se esperaba mucho más. Era la ocasión para que desplegara sus dotes comunicacionales –como profesional de las comunicaciones en su calidad de cineasta- y que aprovechara el debate para ganar puntos. Era el que más tenía para ganar. No deja de llamar la atención que siendo el más joven de todos los candidatos no tuviera mayores sueños, como sí los conserva el candidato de mayor edad, Arrate. Marco parecía el más aterrizado, preocupado de las finanzas, de la responsabilidad, emplazando a los otros candidatos. Los papeles parecían invertidos.
De Frei, los que conocen su parquedad, no se habían forjado mayores expectativas, por lo que difícilmente pueden haberse visto defraudados. Tan solo sorprendió el misil lanzado al corazón de Piñera al reflotar el eterno dilema que Piñera no ha logrado dilucidar y que terminó por acaparar la atención periodística: su incapacidad para separar sus negocios de la política.
De Piñera se esperaba mucho más. Su elocuencia y facilidad de palabra debieron haberle darle réditos, pero se engolosinó con un mensaje siempre en torno a lo mismo: la puerta giratoria, el candado, etc. Se le observó sin chispa, desencajado, con una expresión fría, poco creíble. Cuesta creerle refiriéndose a los más pobres a uno de los hombres más ricos del país, si es que no es el más rico. El símil con Berlusconi es inevitable. En consecuencia, si hubiese que mencionar al gran perdedor de la jornada, no es sino Piñera, así como el gran ganador fue Arrate.
Del contenido del debate no hubo nada mayormente destacable, salvo las denuncias y alusiones de Arrate, las que invitan a reflexionar en torno a los altos niveles de desigualdad que dominan a nuestra sociedad y la imperiosa necesidad de adoptar medidas conducentes a la construcción de una nación más integrada.
Con todo, es difícil que el debate haya alterado mayormente las preferencias ciudadanas por cada candidato, aunque se visualiza que la distancia entre los candidatos hoy es menor que ayer. Si tuviésemos que distribuir 100 puntos entre ellos, podríamos pensar en 40, 30, 20 y 10 entre el primero (Piñera) y el último (Arrate), con un margen de error de 5 puntos. Si miramos el debate como la largada de la campaña, tendremos segunda vuelta entre Piñera y el segundo, que de momento sería Frei. Todo parece apuntar a que los 10 puntos de Arrate se van a Frei y que los votos a disputar serían los de Marco. De ellos la mitad se van para la casa, ya sea porque se abstendrán en la segunda vuelta o votarán nulo o blanco, porque son votos de protesta que no aceptan, o están cansados de verse enfrentados al dilema del mal menor. Por tanto, son los 10 puntos restantes de Marco los que inclinarían la balanza. Si así fuera, no cabe duda que la llegada final será milimétrica.
Para tranquilidad de los lectores, mis previsiones no son infalibles, por el contrario, rara vez acierto.
En relación a debates con ocasión de elecciones pasadas, sin perjuicio que subsisten importantes debilidades, hay mejoras sustantivas bajo el formato actual del debate que le han dado mayor dinamismo.
Lo que parece quedar en la retina fue la denuncia de Frei cuando se abordó el tema de la corrupción y la transparencia. Sin embargo el debate fue algo más que eso, en particular, permitió a la ciudadanía conocer los planteamientos generales de cada uno de los candidatos, sobretodo del de menor visibilidad.
Sin perjuicio de lo que digan las encuestas, desde el punto de vista de las expectativas, el gran ganador fue Arrate, candidato que representa a la izquierda dura, la sobreviviente, la que reivindica, orgullosamente, la obra y el legado de Allende. Digámoslo con todas sus letras: Arrate fue quien mostró más aplomo, seguridad, conocimientos y claridad conceptual. Representó esa otra mirada que no está en las otras candidaturas, la de los perdedores, la de los postergados, los discriminados. Para los cánones actuales, Arrate encarnó el derecho a soñar. Fue el único que se desmarcó del pragmatismo, de la resignación que se ha apoderado del grueso de la sociedad, en la que me incluyo. Los demás candidatos no estuvieron a su altura perdidos en la trama de la realidad, de lo concreto. Arrate vio el bosque que los demás no vieron concentrados en las virtudes y defectos de los árboles que configuran el bosque.
De Marco se esperaba mucho más. Era la ocasión para que desplegara sus dotes comunicacionales –como profesional de las comunicaciones en su calidad de cineasta- y que aprovechara el debate para ganar puntos. Era el que más tenía para ganar. No deja de llamar la atención que siendo el más joven de todos los candidatos no tuviera mayores sueños, como sí los conserva el candidato de mayor edad, Arrate. Marco parecía el más aterrizado, preocupado de las finanzas, de la responsabilidad, emplazando a los otros candidatos. Los papeles parecían invertidos.
De Frei, los que conocen su parquedad, no se habían forjado mayores expectativas, por lo que difícilmente pueden haberse visto defraudados. Tan solo sorprendió el misil lanzado al corazón de Piñera al reflotar el eterno dilema que Piñera no ha logrado dilucidar y que terminó por acaparar la atención periodística: su incapacidad para separar sus negocios de la política.
De Piñera se esperaba mucho más. Su elocuencia y facilidad de palabra debieron haberle darle réditos, pero se engolosinó con un mensaje siempre en torno a lo mismo: la puerta giratoria, el candado, etc. Se le observó sin chispa, desencajado, con una expresión fría, poco creíble. Cuesta creerle refiriéndose a los más pobres a uno de los hombres más ricos del país, si es que no es el más rico. El símil con Berlusconi es inevitable. En consecuencia, si hubiese que mencionar al gran perdedor de la jornada, no es sino Piñera, así como el gran ganador fue Arrate.
Del contenido del debate no hubo nada mayormente destacable, salvo las denuncias y alusiones de Arrate, las que invitan a reflexionar en torno a los altos niveles de desigualdad que dominan a nuestra sociedad y la imperiosa necesidad de adoptar medidas conducentes a la construcción de una nación más integrada.
Con todo, es difícil que el debate haya alterado mayormente las preferencias ciudadanas por cada candidato, aunque se visualiza que la distancia entre los candidatos hoy es menor que ayer. Si tuviésemos que distribuir 100 puntos entre ellos, podríamos pensar en 40, 30, 20 y 10 entre el primero (Piñera) y el último (Arrate), con un margen de error de 5 puntos. Si miramos el debate como la largada de la campaña, tendremos segunda vuelta entre Piñera y el segundo, que de momento sería Frei. Todo parece apuntar a que los 10 puntos de Arrate se van a Frei y que los votos a disputar serían los de Marco. De ellos la mitad se van para la casa, ya sea porque se abstendrán en la segunda vuelta o votarán nulo o blanco, porque son votos de protesta que no aceptan, o están cansados de verse enfrentados al dilema del mal menor. Por tanto, son los 10 puntos restantes de Marco los que inclinarían la balanza. Si así fuera, no cabe duda que la llegada final será milimétrica.
Para tranquilidad de los lectores, mis previsiones no son infalibles, por el contrario, rara vez acierto.