febrero 28, 2020

El proceso constituyente (parte 6)


El proceso en que estamos inmersos constituye una preciosa oportunidad que no se da todos los días. Se trata de aprobar o rechazar la elaboración de una nueva carta constitucional. No por nada desde la entrada en vigor de la constitución actual, en 1980, ha sido cuestionada ya sea por su origen como por su contenido.

Si bien ha sido reformada una y otra vez, y que desde el año 2005 cuenta con la firma del presidente Ricardo Lagos, en el imaginario popular, sigue siendo vista como la constitución de Pinochet. De allí la relevancia del plebiscito en ciernes. Es la oportunidad para que de una vez por todas legitimemos la constitución actual (opción rechazo) o nos definamos por iniciar la construcción de una nueva constitución (opción apruebo).

No se trata de un tema baladí. La constitución tiene que ver con la distribución del poder y de la riqueza. Al producirse el estallido social del 18O, Cecilia Morel, esposa del presidente Sebastián Piñera, en un arranque de espontaneidad y sinceridad, llegó a afirmar que parecía necesario tener que “disminuir privilegios y compartir con los demás”.

Vale la pena tener presente que la constitución tiene dos componentes fundamentales: uno que dice relación con los derechos, y el otro que está asociado a la distribución del poder. Desafortunadamente, por lo general las constituciones tienden a centrarse en los derechos sin tocar mayormente la forma en que se distribuye el poder. Es así como muchas constituciones están plagadas de cláusulas vinculadas a los derechos, pero que a la hora de la verdad se transforman en letra muerta. No es el caso de la constitución vigente, donde el tema de los derechos está fuertemente disminuido.

A modo de ejemplo, uno de los pocos derechos que sí está incorporado en la constitución actual es el derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación. No obstante ello, los habitantes de no pocos poblados o ciudades (Puchuncaví, Freirina, Huasco y muchos otros), han tenido que vivir en lo que se han dado en llamar zonas de sacrificio sin que se sepa a la fecha, que los responsables paguen las consecuencias.

Los derechos demandan recursos y actitudes, y si no se dispone de ellos, los derechos no pasan de ser papel mojado. De ahí la relevancia de la distribución del poder, tanto político como económico y social. Si todos estos poderes están concentrados en unos pocos, y no hay mayor movilidad, esto es, tienden a ser los mismos de siempre, difícilmente se abrirán a proveer de los recursos y adoptar las actitudes necesarias para hacer realidad los derechos. No por casualidad los apellidos en las altas esferas del poder se repiten una y otra vez.

febrero 19, 2020

El proceso constituyente (parte 5)

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 Entre las críticas que se formulan al proceso constituyente en el que está inmerso el país es el de la famosa hoja en blanco, esto es, que el diseño y la construcción de la nueva constitución parte de cero, con una hoja en blanco. La crítica se sustenta en ¿por qué partir de cero y no partir de lo que tenemos efectuando las reformas que se acuerden? ¿Por qué no continuar con la estrategia de mejoramiento continuo de la actual constitución en que hemos estado empeñados desde el triunfo del No en el plebiscito del 88?

  Estamos ante el clásico dilema en que se encuentran muchas organizaciones: mejoramiento continuo versus reingeniería. Por lo general se opta por lo primero, una estrategia de gradualidad, destinada esencialmente a la necesidad de adaptación a un contexto cambiante para mantener vigencia, para satisfacer las necesidades del mercado y/o abrir nuevos mercados y/o enfrentar nuevos desafíos. La reingeniería es una alternativa válida en contextos críticos, que fuerzan a las organizaciones a repensarse completamente, invitándolas a abrirse, a explorar nuevas opciones, a “salir de la caja”, a replanteárselo todo, a innovar radicalmente.

Desde esta perspectiva, lo que habría que plantearse es si el país vive o no un momento crítico en su devenir político, si transcurridos 40 años desde que entró en vigencia la actual constitución, y sin perjuicio de las múltiples reformas de las que ha sido objeto en todo este período, amerita seguir siendo reformada por la vía seguida hasta este minuto, o ha llegado la hora de una reingeniería que nos invite a repensar el país que queremos. Esto es lo que parece estar en juego en el plebiscito de abril.

Rara vez una organización resuelve implementar una reingeniería en tiempos de “normalidad”. Por el contrario, como ya se afirmó más arriba, en momentos de crisis. Por tanto, lo que habría que preguntarse es ¿cómo estamos como país? ¿Estamos satisfechos con nuestra situación y la de quienes nos rodean? ¿Nuestros problemas son los clásicos, tienen solución dentro de los cánones en que nos movemos? ¿O requieren de un fuerte cambio de timón? ¿Tenemos opciones de mejoras significativas?

Quienes adhieren a la constitución actual no deben olvidar que ella fue concebida en dictadura, entre cuatro paredes, sin participación alguna, salvo de sus adherentes. Y cuando la construyeron lo hicieron sobre una hoja en blanco, haciendo tabla rasa con la constitución del 25. Sin recato alguno, y sin arrugarse siquiera, aplicaron la famosa metáfora de la retroexcavadora.

La opción apruebo lo que aspira es que tengamos una constitución construida entre todos, incluso por quienes respaldan la constitución que tenemos a través de los representantes que escojan para la convención que se convoque con ese propósito. Esto significa que la hoja no será tan en blanco, porque podrán incluir todo lo bueno que estimen tiene la actual constitución si así lo determinan dos tercios o más de los convencionales.

Esto explica que dentro del gobierno y de las mentes más lúcidas de la derecha, no pocos se han abierto a la opción de aprobar la gestación de una nueva constitución.

El proceso constituyente (parte 4)

Desde una acera, se sostiene que la actual constitución le ha dado estabilidad al país, además de haber permitido un desarrollo económico que ha logrado reducir la pobreza desde un 40% a menos de la mitad de dicha cifra. Desde la otra acera se afirma que es ilegítima, que fue fraguada en dictadura y aprobada mediante un plebiscito fraudulento, bajo un contexto caracterizado por limitaciones a las libertades de prensa, de expresión y de reunión, junto con la ausencia de un padrón electoral conocido.

Es importante destacar que el crecimiento económico y la disminución de la pobreza, unos lo imputan a la constitución, en tanto que otros le asignan los méritos a los gobiernos de la Concertación. Es hora de que no nos engañemos, y que aprovechemos la instancia que hoy tenemos para pronunciarnos sin trampas. Ello nos obliga a ser críticos, reflexivos. ¿Podemos afirmar, con una mano en el corazón, que el desarrollo económico que hemos experimentado a partir de los años 90 ha sido gracias a la constitución que tenemos ahora? Quien podría demostrarlo? No fue acaso porque a partir de los 90 el país fue acogido por el mundo con los brazos abiertos facilitando la expansión de su comercio exterior? O por las políticas de la Concertación que buscaron crear un clima de concordia?

Qué tiene que ver la constitución con todo ello? Por otro lado, se puede señalar que las altas tasas de crecimiento al inicio de la transición a la democracia se han ido reduciendo en los últimos años. Podríamos afirmar por ello que gracias a la actual constitución el crecimiento se ha debilitado? Ni lo uno ni lo otro.

El pecado de la constitución vigente es fundamentalmente de origen, y por más reformas que haya experimentado, algunas de ellas muy significativas, sigue manteniendo su sello original. Por último, no tiene nada de malo que lo tenga. Lo importante es que así lo crea la mayoría, que quienes vivimos en este país podamos pronunciarnos, debatir, conversar sobre la constitución que queremos. Ese es el espíritu que asumo tiene el proceso constituyente en que estamos sumergidos. Acá no se trata de demoler casa alguna, muy por el contrario, se trata de construir una casa entre todos y para todos, salvo que se quiera seguir viviendo en la casa actual, donde no pocos sienten que no han participado en su construcción y/o se sienten incómodos en ella. Por ello nada mejor que nosotros mismos decidamos. El clima que se genere después depende esencialmente del espíritu con que participemos, del lenguaje que usemos y de nuestra disposición a respetar el resultado que emerja.

febrero 06, 2020

El proceso constituyente (parte 3)

En mi columna pasada hice mención a algunas miradas que postulan desde una izquierda extrema en caso que triunfara la opción rechazo en el plebiscito programado para el próximo mes de abril. Ahora haré mención a lo que desde la derecha no pocos procuran instalar la idea de que lo que sobrevendría si ganara la opción apruebo una nueva constitución sería una suerte de salto al vacío, que el caos se apoderaría del país, que corremos el riesgo de convertirnos en una suerte de chilezuela. Pregonan que no es necesaria una nueva constitución, que basta con hacer algunas reformas. Es así como por miedo, algunos se han retractado de abrirse a una nueva constitución, prefiriendo preservar la actual. Asocian la opción apruebo a la inestabilidad, al desorden, a una atmósfera crispada.

Es imprescindible poner paños fríos a estas visiones apocalípticas. No podemos ni debemos dejarnos llevar por miradas extremas, asumiendo que nos jugamos al todo o nada. Tenemos que estar abiertos a participar con entusiasmo en todo este período, con espíritu democrático, poniéndonos en los zapatos del otro, sin recurrir a triquiñuelas. Tenemos la oportunidad de quedarnos entrampados en el subdesarrollo o dar un gran salto hacia adelante, lo que depende exclusivamente de nosotros mismos, de nuestra capacidad para filtrar, discernir, comprender y decidir, sin hacernos eco de fake news, y libres de presiones e influencias indebidas. Los medios de comunicación y las redes sociales tienen la responsabilidad de contribuir a ello de manera que podamos votar con plena conciencia de las ventajas y desventajas de cada opción, recordando que no nos jugamos la vida, que el país no cambiará de un día para otro según el resultado que se obtenga.

Recuerdo que para el plebiscito del 88, quienes respaldaron la opción del SI, la de la continuidad del régimen del innombrable, la campaña estuvo centrada en el terror, en la violencia, en que sobrevendría el caos. Sin embargo, la derrota del SI no generó lo que vaticinaban sus impulsores, muy por el contrario, posibilitó la existencia de un ambiente de menor crispación, de mayores libertades y avances sustantivos en la superación de la pobreza. Hoy, enfrentamos nuevos problemas que demandan lo mejor de nosotros para resolverlos. El país no cambió de la noche a la mañana, pero sí ha cambiado en estas décadas, y existen nuevos motivos de insatisfacciones que podemos y debemos atender.

De cara a lo que viene, nada nuevo bajo el sol a pesar que la historia ha demostrado que una campaña de este tenor no necesariamente es efectiva. La campaña del SI en el plebiscito del 88 es una prueba de ello.