febrero 23, 2018

La receta de Trump

El reciente asesinato de 17 estudiantes en un establecimiento educacional de Florida, en USA, por parte de un exalumno del mismo establecimiento de tan solo 19 años, nos vuelve a estremecer. La receta de su presidente Trump es muy simple: se requiere que la gente tenga más armas, y en este caso particular, que los profesores vayan armados. Si los profesores estuviesen armados muy probablemente se habría podido evitar la matanza.

Así de simple es el raciocinio del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Para defendernos, necesariamente debemos armarnos en uso de nuestra libertad y del derecho a defendernos. Este es el pensamiento de la derecha y de los conservadores, tanto de allá como de todo el mundo.
Para matizar lo señalado, Trump afirmó que los profesores debieran entrenarse para ir armados a sus establecimientos, elevar la edad de quienes pueden adquirir una pistola, de los 18 a los 21 años, junto con exigirles un certificado que acredite que están en condiciones mentales de portarla.

La receta de Trump, de la derecha, de los conservadores, es siempre la misma, la del llanero solitario, la del cowboy, la del pájaro loco. Es una de las tantas contradicciones del sistema de vida norteamericano capaz de producir, al mismo tiempo, admiración y repulsión. La sociedad del self made man, la del que se forja por sí mismo, donde uno se puede abrir camino por sí mismo. La meca dorada para los inmigrantes que han construido esa nación.

La receta de Trump es la clásica de la represión antes que de la prevención, la que busca atacar las consecuencias sin abordar las causas. Hay que armarse hasta los dientes. Es la política del ojo por ojo, diente por diente, de la ley de la selva ante la incapacidad de la institucionalidad para enfrentar y resolver las causas que están tras estos hechos. Curiosamente, el desarrollo de la humanidad, el progreso, se asume que está asociado a la construcción de un modus vivendis, de una sociedad que supere esta política del ajuste de cuentas a nivel individual.

Dado el nivel de desarrollo de la sociedad norteamericana y que es la nación más armada del planeta Tierra, con la mayor tasa de personas portadoras, podría suponerse que debiera ser la más segura. Lamentablemente la sucesión de tragedias a las que de tiempo en tiempo nos tiene acostumbrados, revela el alto nivel de inseguridad que se vive.

En estas circunstancias, no debiera extrañar que en un país donde prácticamente cada persona duerme con un arma bajo la almohada, mueran diariamente casi 100 personas como consecuencia de disparos. Y eso que su ingreso per cápita está sobre los 50 mil dólares anuales.
Ya el año pasado, a raíz de la matanza en Las Vegas, se había reactivado el debate en torno al control de armas. Sin embargo, más allá de la efervescencia del momento, hasta la fecha, sin mayor reflexión, sigue primando el derecho a la libertad de portar armas para la defensa.

Quienes creemos en que otro mundo es posible, no debemos bajar los brazos ni esfuerzo alguno en proclamar a los cuatro vientos que la solución no pasa por el armamentismo, sino que por el desarme total. Meta lejana, pero irrenunciable para los que creemos en el ser humano.

febrero 15, 2018

La austeridad perdida

Vivimos tiempos de hiperconsumismo. La dinámica económica y el énfasis en el crecimiento, para tener y consumir más y más, parecen exigir que en vez de formarnos como personas, interesa que se nos forme como productores y consumidores. La austeridad, el recato, la modestia, el vivir para ser más, para crecer humanamente, parecen quedar relegados a un segundo plano.

En la actualidad el concepto de austeridad ha quedado reducido al ámbito de la acción social por parte del Estado en nombre de la disciplina fiscal. La desigualdad socioeconómica se extiende a la desigualdad en materia de austeridad. Mientras al Estado se le exige austeridad, particularmente en el campo de sus políticas públicas o sociales, por otro lado al interior de este mismo Estado campean los gastos militares a tajo y destajo y/o los fraudes en escalas de difícil dimensión sin que se les ponga atajo. A los de abajo les aprietan los zapatos y a los de arriba se los sueltan.

Por el lado privado, lo que está caracterizando a los sectores de altos ingresos es la ostentación antes que la austeridad, y de lo cual dan cuenta las páginas sociales de la prensa escrita y las teleseries en la prensa audiovisual. En Chile, quien fuera presidente, Jorge Alessandri Rodriguez, alias el paleta, estaría revolcándose en su tumba, o agarrándose la cabeza, si viera el comportamiento de los suyos, la derecha, en el Chile actual. Las ciudades se están partiendo en dos: donde están los de arriba y donde están los de abajo, con patrones de consumo que buscan “igualarlos”, pauteados por una penetrante publicidad que se conjuga con un endeudamiento facilitado por el dinero plástico. Este dinero plástico –las tarjetas de crédito- que nos permite efectuar compras hoy con ingresos futuros no era viable en el pasado. Los créditos se limitaban a compras de alto volumen, tales como la compra de una propiedad, una casa o un departamento.

Por otra parte, la innovación tecnológica hace cada vez más perecederos los productos, invitándosenos a renovar toda clase de productos. Mal que mal el consumo “mueve” la economía, el país, el trabajo. Qué pasaría si hiciéramos un alto en nuestro consumo, lo hiciésemos más pausado, sin endeudarnos mayormente. El país se detendría? La tasa de empleo disminuiría? Las inversiones se retraerían?

La austeridad implica no implica renunciar a una buena vida, sino que no caer en la vorágine del consumo. La buena vida, como niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, pasa necesariamente por no entrar en el juego al que se nos presiona.

Para resistir requerimos más que nunca una buena educación, la que nos permita discernir, reflexionar, discriminar, no dejarnos envenenar, ser más personas. Un país con una mala educación lo más probable que su gente sea manipulada por los poderes fácticos que nos rondan.

febrero 08, 2018

El crecimiento y la educación

Pareciera que vivimos convencidos que para que haya prosperidad, necesariamente tenemos que crecer. Sin crecimiento sería una ilusión pensar en tener un país próspero. Creo importante señalar que no todo crecimiento asegura prosperidad, ni desarrollo si no hay una buena educación de por medio.

Más que la tasa de crecimiento, lo que importa es su composición o su estructura, quiénes se benefician de él. Un crecimiento que se base o se exprese en un aumento de la demanda interna, esto es, de los consumidores nacionales, es muy distinto de aquel asociado a un aumento de la demanda externa, o de otros países. De igual modo, un crecimiento basado en las exportaciones de recursos naturales, sin mayor valor agregado, es muy distinto de aquel causado por exportaciones de recursos con alto valor agregado o altamente tecnologizados.

Son distintos porque los afectados y/o beneficiados no son los mismos. No cabe duda que en las últimas décadas hemos crecido en forma importante, y en este plano la transición política vivida en Chile cuenta con un saldo a favor que se expresa en la significativa reducción de la pobreza, a menos de la mitad de la existente al término de la dictadura. ¿A dónde han ido a parar quienes dejaron de ser pobres? A engrosar las capas medias bajas, pero que ante cualquier recesión pueden volver a la pobreza. Se incorporaron al circuito de consumo, se entusiasmaron, pero simultáneamente viven con el temor de regresar al mundo que abandonaron no sin esfuerzo.

Un buen termómetro de lo descrito está dado por la estructura de la matrícula escolar básica. La matrícula particular pagada históricamente no ha logrado superar el 10% de la matrícula total; el resto se distribuye entre la matrícula particular subvencionada y la matrícula municipal según el vaivén económico. Si las cosas andan bien, sube la matricula particular subvencionada a costa de la matrícula municipal, si las cosas andan mal, es el revés. El total de ambas es del orden del 90% con independencia de las tasas de crecimiento.

Si hiciéramos un mapa socioeconómico grueso constaríamos que los sectores de más altos ingresos tienden a matricular a sus hijos en establecimientos particulares pagados; quienes tienen ingresos medios, matriculan a sus hijos en establecimientos particulares subvencionados; y los sectores de bajos ingresos, en escuelas municipales. Qué nos dicen los datos de matrículas? Que la matrícula particular pagada se mantiene estable con independencia de las tasas de crecimiento, o sea, no cualquiera ingresa a ese selecto club, que existiría una suerte de barrera difícil de franquear. Nos dice que el concepto de la meritocracia y del aprovechamiento de las oportunidades solo vale para pasar de ser pobre a clase media baja o semipobre dado que la movilidad solo se da entre la matrícula particular subvencionada y la municipal.

Lo expuesto también da cuenta del estigma que afecta a la educación chilena, donde se asume que la calidad de un establecimiento está dada por el monto a pagar por concepto de arancel a pesar de que no existe evidencia alguna al respecto.

Para tener un país próspero, más que un crecimiento de tantos puntos porcentuales, se requiere poner el acento en un sistema educacional en el que los más pobres reciban una mejor educación que quienes tienen los más altos ingresos. Ya habrá oportunidad de conversar en torno a lo que entendemos por “mejor educación”.

En síntesis, quienes se verán más favorecidos con altas tasas de crecimiento son los sectores más pudientes, y los menos favorecidos, los sectores más pobres; por el contrario, con bajas tasas de crecimiento los más afectados son estos últimos, mientras que los primeros se abanican.

febrero 01, 2018

Será posible la prosperidad sin crecimiento?

En el reciente Congreso Futuro realizado en nuestro país, que tuvo lugar no solo en Santiago, sino que también en ciudades regionales, entre ellas Talca, entre los grandes y apasionantes temas abordados, se incluyó el del crecimiento. En esta charla, de Tim Jackson, destacado académico inglés, sostuvo que no podemos poner el foco en un crecimiento indefinido sin que en algún momento se produzca un impacto tal sobre nuestro planeta, cuyos recursos son finitos, que finalmente afecte nuestra capacidad de sobrevivencia. Jackson nos invita a reflexionar en torno a la posibilidad de una prosperidad sin crecimiento.

Desde tiempos remotos se ha debatido en torno a este tema. A mediados del siglo pasado el temor estuvo centrado en el crecimiento poblacional, particularmente entre los más pobres. Este temor se ha ido conjurando a través de una planificación familiar por medio de la masificación de píldoras anticonceptivas y la promoción del uso de preservativos. El caso extremo se observó en China con la política de limitar el número de hijos a uno solo por familia, política que hoy está en discusión y en vías de relajación.

A comienzos de los 70 los temores se centraron en las dificultades para encarar un crecimiento basado en un alto consumo de petróleo, lo que hizo encender las alarmas, presumiéndose un pronto agotamiento de las reservas. Es así como en 1972 se publica el informe titulado “Los límites del crecimiento”, donde se cuestionaba la tesis del crecimiento continuo de la actividad económica dados los límites físicos del planeta. Mal que mal los recursos que se tienen no son infinitos. Fueron los tiempos en que se postulaba la tesis del crecimiento cero.

Estos temores han terminado disolviéndose gracias a los avances científico-tecnológicos que han logrado disminuir la dependencia del petróleo por parte de los distintos países. ¿Significa ello que las preocupaciones eran infundadas? Muy por el contrario, tales preocupaciones impulsaron investigaciones, orientaron decisiones de financiamiento por parte de los gobiernos y privados para el logro de una mayor eficiencia en el uso de los recursos, así como hacia la búsqueda de nuevos yacimientos petrolíferos y de nuevas fuentes energéticas.

Con todo, es claro que no podremos crecer indefinidamente y que la prosperidad tenemos que ser capaces de alcanzarla sin que necesariamente estemos en perpetuo crecimiento. Esto nos lleva a reflexionar en torno a nuestros modos de vida, hábitos y estructuras de consumo. Por momentos pareciera que viviéramos en un ecosistema que aguanta todo. Pero no, nuestro ecosistema es frágil, su equilibrio está siendo puesto en jaque como lo prueban los cada vez más frecuentes desastres naturales –aluviones, inundaciones, terremotos-.

Esto pareciera un juego donde creamos problemas y los resolvemos. Al menos hasta la fecha hemos sido capaces de reaccionar y adoptar los cambios correspondientes. El agujero de ozono en la atmósfera que por años estuvo creciendo, ahora parece estar reduciéndose. Sin embargo no debemos bajar la guardia y no nos vendría nada de mal hacer un alto en nuestra existencia para no estar sometiendo a prueba los delicados equilibrios del planeta en que vivimos.

Con el desarrollo científico-tecnológico que hemos alcanzado, es una vergüenza que uno de los problemas mayores que enfrenta la humanidad sea el de la pobreza que aún aflige a millones de personas en el mundo entero, y la creencia que su solución pase por un crecimiento indefinido haciendo la vista gorda respecto de la distribución de sus frutos.