diciembre 27, 2007

Se nos va otro año

Se nos va un año marcado por el Transantiago. Recuerdo que dos días antes de su puesta en marcha (el 10 de febrero) me fui de vacaciones y estando en el exterior me agarraba la cabeza preguntándome cómo partiría eso porque me daba muy mala espina. Veía que los paraderos no estaban listos, tampoco los validadores de tarjetas, ni estaban instalados los GPS, que no habían pistas exclusivas, que no había software de flota, y un largo etcétera que el tiempo se encargó de desmenuzar. Con razón Michelle dice que fue lo peor del año. Algo le decía que la cosa no estaba para bollos.

Poniéndome en su pellejo, creo que primaron quienes ponían el acento en que su partida ya había sufrido al menos una postergación, que el costo de posponer su inicio sería altísimo –el tiempo se encargaría de mostrar que era irrisorio al lado del costo actual-, pero sobretodo, pienso que la lógica que predominó a la hora de tomar la decisión fue que se partía a como diera lugar –contra viento y marea- o no se partiría nunca, porque en Chile existe un adagio que dice “que en el camino se arregla la carga”.

No cabe duda que hay responsabilidades políticas, pero siento que acá hay un fallo más profundo, ilustrativo de las dificultades para dar el gran salto hacia adelante. Con una patita en el desarrollo: tenemos rasgos de modernidad –la penetración tecnológica vía celulares, cajeros bancarios, Internet y las catedrales del consumo-; y la otra patita en el fango, en el subdesarrollo, incapaces de zafarnos de él, del cual Transantiago no es sino un botón de muestra.

Si todos los buses estuvieran en las calles, si los choferes hicieran su pega y no se durmieran en los laureles, si las estaciones intermodales planificadas estuviesen listas, si los buses pasaran a las horas convenidas, si las calles no tuviesen hoyos, otro gallo cantaría. Pero no, teníamos un transporte público tercermundista, ineficiente, inseguro, contaminante, congestionante, y se apostó por otro que sería eficiente, seguro, no contaminante, etc. Y Michelle ha tenido que cargar con esto, intentando enderezar este entuerto con santa paciencia. Lo logrará? No lo sabemos, porque para ello requiere el concurso de moros y cristianos, de los operadores, del proveedor tecnológico, de los usuarios, de los técnicos, de los políticos, de los empresarios, de los trabajadores. De todos.

En el presente año, Transantiago nos deja una gran lección para el futuro: nunca más un proyecto de esta envergadura entre cuatro paredes, entre iniciados sin la participación e involucramiento de quienes se vieron afectados: la ciudadanía. Es hora que los empresarios, políticos, economistas, técnicos aprendan que los problemas actuales no son meramente técnicos o económicos: son sociales, y por tanto, como tales hay que abordarlos. Es más fácil el proceso decisional cuanto solo uno corta el queque, pero los costos de los errores que emergen se pagan caro.

No hay atajos, para abordar seriamente problemas de envergadura en la toma de decisiones deben participar todos sus actores. Esa es la esencia de la democracia madura que avanza de verdad hacia el desarrollo. Todos juntos. Esa es la gran lección que debiera dejarnos Transantiago. Si la aprendemos daremos el gran salto; en caso contrario seguiremos revolcándonos en el subdesarrollo.

diciembre 12, 2007

PSU: el peso de la cuna

Dentro de las próximas semanas se tendrán los resultados de la Prueba de Selección Universitaria (PSU) rendida recientemente. Una vez que aparezcan, como un ritual, se darán a conocer rankings en los que aparecerán con los más altos puntajes los mismos de siempre, de los mismos establecimientos educacionales, con variaciones marginales que no alteran la matriz del tema.

Tales rankings nos dirán que los alumnos de establecimientos particulares pagados obtienen mejores puntajes que aquellos que vienen de particulares subvencionados; y que los más bajos puntajes serán de quienes provienen de establecimientos municipales. Se agregará también que la diferencia entre unos y otros se ha incrementado, o que tal o cual establecimiento ha ascendido o descendido, obviando que una golondrina no hace verano.

Tengo la sensación que la rendición de la PSU y sus resultados dicen nada relevante; que da lo mismo, que no es necesaria, que podríamos ahorrarnos todo el proceso y costos asociados.

No faltarán quienes se pregunten: pero entonces, ¿cómo resolvemos el problema de disponer de un total de vacantes universitarias menor que la cantidad de interesados en seguir estudios universitarios? De partida, debemos reconocer que la brecha entre oferta y demanda está tendiendo a reducirse. Año a año hay más vacantes, sobre todo en universidades privadas. Aunque mientras subsista esa brecha deberá existir algún mecanismo de selección.

Me gustaría conocer la correlación entre el nivel socioeconómico de los alumnos que rinden la PSU y los resultados que obtienen. Sospecho —por no decir tengo certeza— que la correlación es altísima. Ojalá los expertos pudieran calcularla. De ser así, se confirmaría que en lugar de que los alumnos rindan la PSU —los medios de comunicación publiquen sus resultados, elaboren rankings, efectúen comparaciones, y cosas así— bastaría sólo con publicar los puntajes socioeconómicos de cada alumno, donde los puntajes indiquen el nivel de ingreso de sus familias.

O sea, todo estaría predeterminado por la cuna, por el hogar de donde provenimos, por eso que los sociólogos llaman capital sociocultural; desigualdad de origen que el sistema educacional chileno es incapaz de alterar. ¿Alguien de buena fe cree que un estudiante pobre de un establecimiento municipal, financiado con una subvención de menos de $ 50.000 mensuales, puede disminuir la distancia con otro estudiante, hijo de una familia de mayores recursos, que puede pagar una matrícula superior a los $ 200.000 mensuales en un particular pagado? Mejor, pedirle peras al olmo.

diciembre 07, 2007

Sin Pinochet

A un año de la muerte de Pinochet el país sigue funcionando –bien o mal-, su familia sigue en las cuerdas, y las FFAA incluido el Ejército que él comandó, está terminando por replegarse a los cuarteles. Las investigaciones en torno a los atropellos a los derechos humanos y delitos de carácter financiero siguen su curso.

Poco a poco se está venciendo el silencio cómplice mantenido por tantos años de quienes participaron en los más variados crímenes al amparo del Estado; poco a poco se va develando la verdad muy especialmente gracias a la santa paciencia de parte de los más afectados, sus familiares más directos.

Recientemente, desde Miami a dónde se había fugado en 1998, regresó para entregarse un ex capitán del Ejército, Carlos Minoletti, quien comandó el entierro clandestino de 26 cuerpos de ejecutados por la Caravana de la Muerte en 1973. Cuerpos que fueron desenterrados a fines de 1975 o comienzos de 1976 en una operación comandada por el general® Miguel Trincado con el fin de lanzar desde un avión los cuerpos al mar.

Esta operación decretada por Pinochet a través de un criptograma que envió a los regimientos de todo el país, fue realizada en el marco de lo que se denominó "operación retiro de televisores", cuyo objetivo fue desenterrar todos los cadáveres de prisioneros que habían sido sepultados clandestinamente. Para no dejar huella alguna.

Hoy, cuando la democracia parece estar en jaque por las sucesivas crisis partidarias que no se sabe si delatan ambiciones de poder, rencillas personales, ausencia de debates, predominio de intereses o pobreza de ideas, he querido traer a colación estos horrores para no perder la perspectiva.

Entonces, desde las más altas esferas de gobierno se amparaban los crímenes cometidos al amparo y con los recursos del Estado y con un poder judicial incapaz de hacerle frente. Muy distinta es la situación actual. Si bien falta mucho camino por recorrer, importa tener presente que en democracia los problemas se resuelven con más democracia, no con menos democracia. Con más participación, fortaleciendo los partidos, no debilitándolos. En Chile no deben tener cabida los caudillismos ni aventuras personales; una de nuestras fortalezas es nuestra institucionalidad la que urge mejorar.

Sin Pinochet ya es hora de cambiar el sistema binominal; de la inscripción automática y el voto voluntario; y dar derecho a voto a todos los chilenos que viven en el exterior.