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Foto de Priscilla Du Preez 🇨🇦 en Unsplash |
Los modelos académicos imperantes
están siendo jaqueados desde los más diversos ámbitos. Ha venido para quedarse,
la inteligencia artificial, que en los profesores incide en el modo de enseñar,
y en los estudiantes en su forma de aprender. También, la virtualización,
acicateada por COVID-19, pero que ha llegado para quedarse con el propósito de
complementar la educación presencial convencional. Los soportes de tecnológicos
de apoyo al proceso educativo también están mutando con fuerza planteando
fuertes desafíos en todos los niveles, pero muy especialmente en el sector
terciario, y en él, al universitario.
Sin embargo, los retos a los que
nos vemos abocados van más allá, y tienen que ver con la necesidad del
desarrollo de emprendimiento, de creación, de innovación, materias en la que
las universidades se encuentran al debe. Basta echar una mirada a quienes
emprenden, a quienes crean nuevas empresas, a quienes innovan al interior de
ellas, y veremos que muchos de ellos no salen de aulas universitarias, sino
todo lo contrario, se marginan de ellas. Se aburren, rechazan formatos
predefinidos, prefiriendo correr por cuenta propia, con colores propios.
Preguntémonos dónde estudiaron Steve Jobs y tantos otros que han cambiado sustantivamente
los modelos de negocios vigentes o que han innovado en el ámbito tecnológico.
En lo sustantivo, en este
contexto, las universidades siguen operando bajo un formato conservador siguiendo
los acontecimientos, el comportamiento de los mercados, en vez de ir por
delante de ellos. Y seguirá así mientras el nepotismo reine en ellas,
mientras esté capturado por intereses de sus actores internos mirándose al
ombligo, y mientras no incorpore en su seno a quienes marcan la pauta, a los
adelantados, a quienes son capaces de anticiparse y visualizan el futuro, lo que
viene, a quienes son capaces de hacer, de concretar y no perderse en
divagaciones y elucubraciones inconducentes.
Lo que demanda la realidad del
siglo en que vivimos, es una universidad con un modelo académico alineado con
la realidad que viene marcada por una estrecha interrelación entre la teoría y
la práctica, entre estar en el limbo y con los pies en la tierra. Necesariamente
la universidad debe estar estrechamente vinculada con la sociedad en que se
inscribe -el mundo político y social-, así como con las empresas con las que
necesariamente se asociará -el mundo empresarial y laboral-. Y con lo que viene, con lo que está por venir.
Para estos efectos es imperativo implementar un aprendizaje experiencial que combine metodologías activas, junto con tecnologías de vanguardia para que los estudiantes estén en condiciones de abordar escenarios y casos reales que les permita encarar una realidad social y laboral marcado por el cambio permanente. Esto conlleva necesariamente el desarrollo de proyectos en el medio profesional, empresarial, político, social, laboral, artístico, fuera del aula, para resolver problemas reales, no ficticios.
Por más que Trump esté declarando
la guerra arancelaria, la globalización y la competencia llegó para quedarse
y la educación superior deberá tomar
nota de ello, particularmente de la necesidad de abandonar una formación de profesionales acríticos
que de buenas a primeras acepten lo que se les diga. Por esta vía estamos
perdidos. En el mundo que vivimos si no queremos engañarnos, ni que nos engañen,
estamos obligados a desarrollar la capacidad para ver bajo el agua, de preguntarse
una y otra vez, porqué, para qué, para quiénes, cuándo, dónde y cómo de todo
aquello que se estudia e investiga.
Bajo el modelo académico actual
esto no suele hacerse, predominando un enfoque vertical, de aprendizaje pasivo,
donde el académico manda y el estudiante obedece, aceptando acríticamente lo
que el académico dicta. Profesionales con esta formación corren un alto riesgo
de convertirse en profesionales rastreros, limitados.
De lo expuesto se deduce que el
grueso de las universidades parecieran estar marcando el paso, sin las capacidades para asumir
y enfrentar losretos que parecieran sobrepasarla.
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