Acercándome a los 80 no resisto la tentación de
escribir en torno a un tema de por sí complejo porque esto de que sea un “arte”
el de envejecer depende de cómo nos pilla, cómo nos encuentra parados, cómo
llegamos a este período de nuestras vidas. Mal que mal, hay elementos que
entran en juego que están en nuestras manos, que dependen de nosotros, pero también
los hay que no dependen de nuestros comportamientos, que traemos por genética,
por ADN, además de existir circunstancias, azares que inciden.
En Google el arte de envejecer se define como “la
visión de mundo” sintetizada a través de ideas, emociones, sentimientos,
cultura y una forma particular de ser y hacer. Lo que complementa afirmando que
no es tan grave ser viejo, lo triste es sentirse viejo, estar viejo.
Efectuada la misma consulta a inteligencia artificial,
ella nos dice que el arte de envejecer consiste en abordar la vejez de manera
positiva y proactiva, enfocándose en mantener una buena salud física y mental,
cultivar relaciones significativas y desarrollar una actitud resiliente frente
a los desafíos del envejecimiento.
Sin duda, pero no es fácil. Para unos puede ser
extremadamente complejo no por falta de voluntad, sino por las circunstancias
que les ha tocado vivir y/o les está tocando vivir. No todos concurrimos a esta
etapa de nuestras vidas en buenas condiciones. Si llegamos con mala salud
física y/o mental, difícilmente podremos ver el mundo de manera positiva y proactiva.
Lo mismo vale si a quienes queremos la están pasando mal. Es como pedirle peras
al olmo. Lo mismo vale si la vejez nos pilla sin un peso, o con problemas de
salud que consumen nuestros recursos financieros. O con familiares en
dificultades.
La vejez es una etapa de la vida que puede ser
maravillosa, como puede no serlo. Y esto no depende tan solo de la actitud. Lo que
sí es cierto es que no pocos ven la vejez negativamente en forma automática. Todo
lo contrario, puede llegar a ser la mejor etapa de nuestras vidas no solo si así
nos lo proponemos, sino si también concurren circunstancias favorables que
están fuera de nuestro control. Como es tener una mala salud por herencia o
haber tenido un accidente que limita fuertemente nuestras capacidades para
desenvolvernos, para tener un buen trabajo.
En todo caso, el envejecimiento es un proceso natural
que debemos asumir con naturalidad, con alegría, para ver las cosas desde otra
perspectiva, para “salir” del circuito vertiginoso en que se encuentra la
humanidad, para hacer un alto, para parar, meditar, mirar el horizonte. Claro,
todo esto es cierto si nos pilla bien parados, pero por lo general en esta
etapa no falta porqué llorar -la partida de un ser muy querido, un familiar, la
pérdida de la memoria, las limitaciones físicas y/o económicas. Superar todas
estas dificultades, comunes en esta fase, no es broma, es un desafío mayúsculo
que demanda respirar profundo.
A los jóvenes que me leen si quieren tener una vejez a
su pinta, les invito a minimizar, encapsular lo genético, por la vía de hacer lo
que está en sus manos hacer, que no es ni más ni menos que vivir sanamente,
colaborativamente.
La vejez es una etapa compleja porque el temor está al
acecho: el miedo a la soledad, a perder autonomía, a enfermarnos. Temores que
debemos contrarrestar, enfrentar estrechando lazos con la familia y las
amistades, insertándonos en organizaciones vecinales, sociales, deportivas e
incorporándonos a todas aquellas actividades que creamos poder seguir desarrollando.
No es una etapa para quedarse con los
brazos cruzados esperando que pase el tren.
Por ello cabe celebrar que existan organizaciones que no
abandonan a quienes trabajaron en su seno y que hoy se encuentran jubilados. Da
gusto ver cuando sus unidades de recursos humanos actúan apoyándolos, orientándolos,
facilitándoles la existencia. Es el caso de la Universidad de Talca, que en tal
sentido está desarrollando una acción ejemplar.