Unos se han beneficiado más que otros,
pero sumando y restando, todos han ganado, lo que se expresa en los niveles de
desarrollo económico, político y social alcanzados por los países fundantes de
la UE y aquellos que se han ido incorporando. Basta recordar el retraso en que
se encontraban España y Portugal antes de su incorporación. Lo mismo podemos
decir de los países europeos que estaban tras la cortina de hierro que se
fueron incorporando voluntariamente una vez que cayó el muro de Berlin y que se
desintegró la Unión Soviética que Putín pareciera añorar. Pero por sobre todo,
los países de la UE han ganado en paz: han sido siete décadas de paz.
Todo partió cuando el ministro francés Robert Schuman
planteó a Alemania poner la producción franco-alemana de carbón y de acero bajo
una alta autoridad común. Desde entonces
se inicia un proceso de expansión que se inicia con 6 países (Alemania,
Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo) y se prolonga hasta el día de
hoy en que la UE está constituida por 27 países.
El proceso en sí es valioso porque se
ha logrado mantener, a instancias de ellos, la independencia de la soberanía de
los Estados miembro. Ellos sólo han cedido competencias que se consideraban
beneficiosas por las ventajas que recibían a cambio. Las instituciones
comunitarias son muy sui géneris (principalmente la comisión, el consejo, el
parlamento, el tribunal de justicia y el tribunal de cuentas) y con
competencias específicas sin imagen en ningún país del mundo.
Un interesante sistema de mayoría
cualificada hace que, en las decisiones comunitarias, un pequeño grupo de
países grandes no pueda imponerse, ni tampoco lo pueda hacer un grupo de países
pequeños. A este sistema se ha ido llegando con las modificaciones de los
tratados. El sistema actual evita así el problema existente en la ONU donde los
países pequeños pueden terminar imponiendo puntos de vista a los más grandes,
lo que ha llevado a la suspensión del pago de sus cuotas a países como EEUU.
La reconstrucción europea luego de dos
guerras de alcance mundial deben invitarnos a la reflexión, particularmente a
quienes habitamos en una América Latina que hasta ahora continúa desmembrada
sin capacidad de aunar criterios que faciliten la integración y que de tiempo
en tiempo sigue enfrascada en disputas fronterizas no obstante que tenemos
tanto en común. Al menos hasta ahora todas las iniciativas orientadas a
integrarnos han sido un soberano fracaso que nos debiera avergonzar. Pretender
alcanzar el desarrollo sin integrarnos seguirá siendo una quimera.
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