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El próximo domingo 17 de diciembre deberemos pronunciarnos en torno a una propuesta constitucional, la segunda después de un primer proceso constituyente frustrado. Ahora se corre el riesgo que sufra igual suerte, por las mismas razones que el anterior. Razones que por lo demás parecieran subsistir: no ser una constitución que una, sino que nos divide; o que no sería la casa de todos a la que decimos aspirar; o que no sería hecha “con amor”; o solo para los “verdaderos chilenos”.
Cualesquiera sean
los resultados en la noche del domingo inmediatamente anterior a la del
nacimiento del Señor, ellos representarán un fracaso mayúsculo para el país: su
incapacidad para enarbolar una constitución que congregue, que sume, que acoja.
Lo más probable que los resultados sean estrechos, no apabullantes, señal
inequívoca de un país partido en dos mitades, donde una sobrepasa a la otra por
razones circunstanciales. La constitución que emerja, la que tenemos o la que
se nos propone, nacerá legitimada, pero débil, sin lugar a dudas.
A pesar de ello, es
claro que no hay espacio para un tercer proceso constituyente, aunque
inevitablemente el debate constitucional siga abierto. En ningun caso se cierra
totalmente como proclaman unos u otros. Hay cansancio, desazón, sentimiento de
pérdida de tiempo, de haber desperdiciado una preciosa oportunidad, de
habernosla farreado. Será necesario hacer un alto, dar vuelta la página. Si
algo hemos aprendido a lo largo de estos años es lo difícil que resulta la
convivencia, el debate con altura de miras, ponernos de acuerdo.
A lo largo de estas
semanas, las mentiras de todo orden han circulado al por mayor, particularmente
en las redes sociales, las que están siendo manipuladas inescrupulosamente por los
más diversos grupos. Nunca imaginé que las redes sociales serían espacios de
difusión de odiosidades. Siempre creí que contribuirían a fortalecer la
democracia al posibilitar el acceso de los más diversos sectores a información
que de otro modo no tendrían.
Lo que ha ocurrido,
desafortunadamente, es todo lo contrario, dado que las distintas plataformas –facebook,
instagram, twitter y otras- han servido para difundir como reguero de pólvora
mentiras, o mediasverdades, destinadas a confundir, a desinformar, a engañar.
Con ello distorsionan la voluntad popular al reducir la capacidad de discernir
por parte de las personas proveyendo información falsa. Ya pocos saben para
quién trabaja uno. Me hace recordar la publicidad a la vena que se nos inyecta
a diario para que consumamos lo que no necesitamos, pero que creemos necesitar,
distorsionando con ello nuestro perfil de consumo. O las recetas milagrosas para
adelgazar.
Una democracia en el
más pleno sentido de la palabra exige que por un lado tengamos frente a
nosotros tengamos opciones claras, discernibles, presentadas en igualdad de
condiciones sin financistas bajo cuerda que nos apabullen con publicidad. Y al
otro lado tengamos ciudadanos, esto es personas con capacidad para analizar,
sopesar, evaluar las distintas alternativas en juego. En síntesis, que a un
lado no existan quienes tengan la voluntad de engañar, y al otro lado, no
existan personas capaces de ser engañadas una y otra vez. Estas condiciones
parecen ser una quimera inalcanzable. En este contexto, la democracia es
devaluada.
La noche del próximo
domingo, Chile seguirá siendo Chile. Nadie podrá cantar victoria. La
corrupción, la inseguridad y el narcotráfico no se acabarán en tanto no seamos
capaces de unirnos para combatirlos. Mientras cada uno quiera llevarse la
pelota para su respectiva casa, sin capacidad para llevarla a una casa común
construida por una abrumadora mayoría, estamos fritos.
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