El arresto de Mahsa fue ejecutado en Teherán a punta de engaños por parte de agentes de la llamada “Policía de la Moral” del régimen iraní, lo que en otras partes se llaman “fuerzas especiales”. Integrantes que se creen con licencia para todo. La detención implementada, en presencia de su hermano, tuvo el propósito de llevarla a un centro de detención para recibir una “clase informativa”. Solo les faltó decir que para recibir “clases de ética” como las dadas a los hermanos Carlos (Délano y Lavín) a propósito del memorable caso Penta. Al hermano de Mahsa le aseguraron que la liberarían en una hora. La “clase informativa” consistió en dos horas de golpes y torturas que la condujeron a la muerte.
La torturaron hasta tal punto que del centro de detención tuvieron que llevársela en ambulancia al hospital. Como diría algún experto en la materia “se les habría pasado la mano”. En el hospital estuvo dos días en coma hasta morir. Todo por no usar su velo como lo quiere el gobierno iraní. Así de simple. O lo usas como corresponde, o atente a las consecuencias. Para que entiendan, para que aprendan, para que sepan cómo se debe usar el velo. No habría otra forma que entiendan.
Las protestas se suceden. Las mujeres iraníes se rebelan, protestan, salen a las calles cortándose el cabello y quemando el hijab, desafiando a las fuerzas especiales de Irán encargadas de reprimirlas. El cabello ha pasado a ser su nueva bandera. Claman por la libertad. La imperiosa necesidad de imponer “el orden” ha forzado una represión que está dejando una estela de muertos que a la fecha se acerca a la centena, si es que no la ha sobrepasado.
No podemos permanecer indiferentes. Es obligación nuestra reaccionar, escandalizarnos, rechazar, hacer todo lo que nos es posible para impedir que esto siga ocurriendo en Irán o en cualquier otra parte, incluso en la quebrada del ají.
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