octubre 26, 2022

Soñando con una visita

Foto de Johannes Plenio en Unsplash

Anoche soñé que quien fuera mi jefe hace ya más de una década llegaba de improviso con su familia a vernos. Andaba con su esposa y tres o cuatro de sus cinco hijos. Hace ya al menos un par de años que no nos vemos ni sabíamos nada de ellos. Fue una grata sorpresa. Como siempre, venían de pasada, a la rápida, como para no molestar o apurados por llegar a destino. Antes era fijo que nos pasaban a ver cuando partían en los veranos a Angostura, al sur de Argentina.

Cuando nos vimos no podíamos creerlo. Estaban igual que siempre, incluso más jóvenes. Ellos también nos vieron más jóvenes. No les creímos y ellos tampoco. Frases de buena crianza. Intentamos ponernos al día. A ella, buena lectora de libros le conté que estaba leyendo un libro, Patria, de Fernando Aramburu. Me dijo que no lo había leído, aunque había escuchado de él. Seguro, en materia de libros nadie le gana, se los devora. No recuerdo si me dijo cuál libro estaba leyendo.

Sí recuerdo que me preguntó qué me parecía el gobierno de Boric. Cada vez que nos vemos le gusta picanearme políticamente. Viene de una familia política, de armas tomar y no se anda con chicas. Sabe lo que pienso y para darle en el gusto, o no abrir camorra, le dije que desgraciadamente lo veía mal. Que así como el caso Caval fue el comienzo del fin del gobierno de Michelle II, el estallido social lo fue para el gobierno de Piñera II, ahora lo fue el resultado del reciente plebiscito de salida para el gobierno de Boric.

Hicimos recuerdos de viejos tiempos y reíamos a carcajadas con las anécdotas vividas, con los inolvidables paseos que hacíamos, con el fin de año que pasamos juntos en Viña, con su casa en Viña, la de 8 Norte, siempre soplada, minimalista, feng sui, impecable, amplia. Me habló pestes de cómo está Viña, insoportable, no se puede vivir ya. Ella es así, sin medias tintas. No quise preguntarle por la alcaldesa Ripamonti porque ahí ya no pararía. Extraña a la Reginatto. Sigue con su yoga de arriba para abajo. Nada nuevo bajo el sol.

Le pregunté por los niños y ellos nos preguntaron por los míos. Le pregunté por el mayor, casado o  emparejado con La Dehesa, diseñador; por quien vive o vivía en San Pedro de Atacama, quien se casó a todo trapo y en un dos por tres tuvo a su hija, la niña de los ojos de sus abuelos; por quien fuera capo de las matemáticas desde que tiene uso de razón; por el fanático de los coches, que se conoce al revés y al derecho todas las marcas y que ya ha dado la vuelta al mundo al menos una vez; y por la regalona, la menor, la surfista, deportista, gastrónoma.

Su marido, quien fuera mi jefe en poco más de un lustro, solo atinaba a escucharnos, mirarnos y sonreir. De repente metía la cuchara. Le pregunté por sus malos pasos. Le gusta subir escaleras. De director de Escuela pasó a ser decano de Facultad, y de acá a Vicerrector de Universidad. Hasta acá era lo que sabía, pero como han pasado años que no le veía, lo más probable que ahora fueses rector de alguna universidad. Con su sonrisa habitual, socarrona, optimista, me dijo que no era para tanto. Que seguía como vice, allá en el norte, lleno de proyectos, feliz de la vida.

Y me preguntó por la carrera de acá, la que creó, impulsó, le dio su sello, que dejó andando. Le tuve que decir que andaba a mal traer. Que las postulaciones estaban decayendo año a año, que al interior de la escuela las relaciones están como las pelotas, que el director que trajeron del norte no da el ancho, no atina, parece que solo vino a calentar el asiento. No pasa nada. Un rictus amargo emergió en su cara.

Le dije que hubo un momento en que me preguntaron cómo estaba quien fuera el primer director de la carrera y si tendría sentido sondearlo para resucitarla. Su esposa, que estaba al cateo de la conversación, que no se pierde una, saltó de su asiento y taxativamente dijo: “a Talca no vuelvo ni cagando”. Y mirándolo fijamente a los ojos agregó: “O Talca o yo”. Él tan solo se encogió de hombros y solo atinamos a reírnos condescendientemente. Yo tenía claro que no había posibilidad alguna, que lo pasado, pisado está, como gusta decir a mi mujer. Yo tiendo más a querer repetir buenos momentos. 

No nos dimos cuenta como el tiempo se nos fue volando cuando ya tenían que irse. Nos despedimos ¡hasta la próxima, un abrazo!

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