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A más de un mes del plebiscito de salida las aguas aún no se decantan, las conversaciones en torno a lo que viene parecen empantanadas. Unos sacan cuentas tristes, otros cuentas alegres. Los dimes y diretes andan a la orden del día. Quienes anduvieron fondeados los días previos han salido a la palestra arrogándose un triunfo que les habría sido esquivo si hubiesen estado en la primera línea.
Quiénes estuvieron tras la opción del rechazo los podemos clasificar
en tres grandes grupos. Uno, el de quienes siguen enarbolando la constitución
del 80 contra viento y marea, y ojalá se
pudiese retrotraer a la original, sin sus modificaciones posteriores, excepto
las que le venían como anillo al dedo. Acá están los de la derecha dura, los
republicanos, los ultras con Kaiser, Marinovic, de la Carrera y Cubillos
encabezándolos. Son quienes creen que ganaron, que les llegó su hora y asumen
que la ciudadanía se pronunció de modo que no hay que seguir dándole vuelta,
que no hay nada de qué conversar, que ya está todo dicho.
Dos, el de quienes queriendo seguir con la constitución
actual, perciben que ya está muerta, que no hay nada más que hacer con ella, y
por tanto están abiertos a conversar, a ver qué hacer. Acá está la derecha
blanda, que pareciera asumir una postura realista, consciente que no podemos
seguir como estamos ya sea por el bien
de ellos mismos, como del país en que vivimos. Acá veo a Macaya, a Desbordes, a
Ossandón, a Briones, buscando desmarcarse de los cabezas calientes, de los
ultras.
Tres, el de la centroizquierda que se enojó con el ninguneo a
los famosos 30 años, que proviene del mundo concertacionista, que queriendo
cambiar la constitución del 80, que cruzó el río y no estuvo disponible para
aprobar una constitución como la que salió de la convención. Son quienes dieron
la cara por el rechazo, con el beneplácito de la derecha blanda y el disgusto
de la derecha dura. Este grupo representó a quienes rechazando la constitución
del 80, encontraron que la propuesta constitucional que tenían entre manos era
muy mala. Acá veo a Landerretche, Waissbluth, Parada, Rincón, Ealker, Maldonado.
Durante la campaña, tanto esta centroizquierda, como la
derecha blanda de ChileVamos, al promover el rechazo se comprometieron con una
nueva constitución que incluyera un conjunto de puntos que consideraban vitales,
esenciales. Objetivamente, no cabe duda
que fue este sector, el de la centroizquierda, o como quiera que se le llame,
el que inclinó la balanza a favor del rechazo.
Los resultados del plebiscito de entrada dijeron que un 78%
de los votantes querían una nueva constitución y que la totalidad de quienes
debían elaborarla debían ser electos con ese exclusivo propósito. Los
resultados del plebiscito de salida no los contradicen ni mucho menos porque lo
que se consultaba era otra cosa: si queríamos o no la constitución que se nos
proponía. La respuesta fue categórica: un 62% de los votantes la rechazó.
En medio de estos dos plebiscitos tuvo lugar la elección de
convencionales y cuyo resultado tuvo la particularidad de que los votantes
privilegiaron a candidatos independientes, o pseudoindependientes de los
partidos políticos, y candidatos provenientes del mundo social. El triunfo del
rechazo a la propuesta elaborada es una señal de que los convencionales
elegidos no hicieron bien su trabajo. La
gente le pasó la pelota a los “no políticos” y el resultado no gustó. Ahora la
pelota ha vuelta a manos de los políticos.
El mensaje es inequívoco: la ciudadanía no quiere ni la
constitución del 80 ni la que se nos propuso. Hay que elaborar otra que tome en
consideración las razones por las que ha rechazado tanto la constitución que
tenemos como la que se le propuso. Hay una experiencia acumulada que debe ser
asumida, hay lecciones que deben desprenderse del proceso vivido. Abandonar
trincheras, mirarnos a los ojos, abrir nuestros corazones, sentarnos a
conversar, llegar a acuerdos, ceder, o como diría el padre Hurtado, dar hasta
que duela.
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