Foto de Daria Nepriakhina 🇺🇦 en Unsplash |
Sumergidos en una vorágine que nos atrapa, ella nos exige
correr, galopar sin parar para poder asentarnos, clavar estacas, pero rara vez lo
logramos. Algo nos mueve e impulsa a seguir, a producir más en menos tiempo, y
por lo mismo, paradojalmente, a consumir más, a rodearnos de objetos no siempre
imprescindibles. Curiosamente, a medida que ascendemos social y económicamente,
la insatisfacción con lo que se tiene, pareciera que en vez de disminuir,
aumenta. Pugnamos por más y más sin parar.
En la carrera contra el tiempo, atrás quedaron los almuerzos
con entrada, sopa, plato de fondo, postre y café, además de la infaltable
sobremesa. Ahora prima la comida rápida, en un dos por tres, no hay tiempo que
perder.
Cuando enfermamos, la necesidad de recuperarnos rápido, de
volver a la cancha, nos extrae del necesario tiempo y reposo, impulsándonos a
ingerir remedios que fuercen la aceleración de nuestra rehabilitación, obviando
las consecuencias colaterales que pudieran producirse.
La necesidad de no perder el tiempo, porque el tiempo es oro –como
me lo recalcaba insistentemente un querido jefe que tuve por más de un lustro-,
es lo que está tras muchos de los males de la sociedad moderna. Así es como se
nos va la vida sin parar, salvo aquel que hacemos para seguir corriendo. De tanto
correr estamos en los primeros puestos mundiales de obesidad, de depresión, de
licencias médicas, de descontento con nosotros mismos.
La pandemia ha constituido una preciosa oportunidad, al menos
para quienes estamos sobreviviendo a ella, para hacer ese necesario alto en el
camino, para repensar nuestros objetivos y lo que hacemos, para restablecer una
nueva forma de relacionarnos con los demás y con la naturaleza, para valorar la
vida campestre, lánguida, parsimoniosa. Un alto para perder el tiempo y
contemplar sin apuro la majestuosa cordillera que nos acompaña, así como los múltiples
colores que nos ofrece la naturaleza, y ese mar que no tan tranquilo nos baña.
Un alto para relacionarnos con quienes más queremos, con quienes nos rodean,
para mirarnos y apoyarnos mutuamente, para distendernos.
La necesidad de ser más productivo, de producir más en menos
tiempo, tiene consecuencias: tensa. Paradojalmente los portentosos avances
científico-tecnológicos que a diario observamos, tienden a esclavizarnos en vez
de liberarnos en el marco de una cultura de la productividad de la que resulta difícil
escapar. Son pocos quienes lo logran voluntariamente.
Se nos tiende a medir por la velocidad con que hacemos las
cosas, con que producimos. Estamos rodeados de indicadores en tal dirección: el
n° de pacientes que atendemos por hora; la cantidad de papers que somos capaces
de generar por año; la tasa de alumnos que repiten de curso en los colegios. Son
todos indicadores de velocidad, de nuestra capacidad para prestar servicios o
elaborar bienes como si fuésemos máquinas productoras de salchichas. Es hora de
volver atrás porque por este camino no tenemos solo al ser humano estresado,
sino que también a la naturaleza. El cambio climático no es sino una consecuencia
de la agresión a la que es sometida por parte nuestra al no darle tiempo al
tiempo.
No estoy contra el progreso, pero éste debe ser para tener
más tiempo libre para nosotros mismos, para reflexionar, para sentirnos mejor,
no peor, para vivir en armonía con la naturaleza, no para acelerar su
destrucción ni la extracción de los recursos que atesora.
Parece increíble, pero todo apunta a que el valor de la vida
lenta es substancialmente superior al de la vida rápida.
Me Gusto mucho su cloumna profesor, le recomendaria leer un libro que toca sobre los mismos temas a nivel sociales llamado " La sociedad del Cansancio" de Byung-chul Han
ResponderBorrarComo lo he escuchado muchas veces de personas ya ancianas y por ende con mucha sabiduría. "Los tiempos pasados eran mejores." Y creo que no volverán. un abrazo
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