Es interesante intentar escudriñar respecto de las razones por las cuales Castillo está entre las cuerdas, porque lo que allí está ocurriendo puede estar o llegar a replicarse en otras partes.
El ascenso de Castillo a la presidencia del Perú fue meteórico. En la primera vuelta triunfó sobre 18 candidatos, obteniendo poco menos del 20% del total de votos, Fue seguido por Keiko Fujimori, hija del innombrable peruano que se encuentra encarcelado por los crímenes cometidos bajo su gobierno. Keiko pasó a la segunda vuelta con tan solo un 14% del total de votos emitidos.
En el balotaje Castillo ganó a duras penas a Keiko con un discurso basado la necesidad de elaborar una nueva constitución con miras a refundar el Perú, y con un fuerte énfasis en el combate a la corrupción y a la clase política dominante. A menos de un año del inicio de su gobierno se ha visto zarandeado desde los más distintos ángulos, día tras día sin descanso, a punto tal que en términos boxeriles, podríamos afirmar que hoy se encuentra al borde del abismo. Las razones las podemos esquematizar como sigue.
En primer lugar, la fragilidad de su base electoral, tanto en términos cuantitativos como cualitativos. Su base electoral está dada por su votación en la primera vuelta: menos del 20%. Si bien en la segunda vuelta alcanzó el 50%, la mayoría alcanzada se explica esencialmente por el rechazo que provoca la figura del padre de su oponente, Keiko.
En segundo lugar, la presencia de 18 candidatos en la papeleta electoral de la primera vuelta da cuenta de la fragmentación resultante de la cuasi desaparición de los partidos tradicionales dominantes -APRA y Acción Popular-. Lo señalado se ve corroborado por la composición del parlamento peruano ilustrativo del caleidoscopio político existente. En este contexto, la aprobación de cualquier ley requiere de negociaciones interminables entre una variedad de representantes de partidos políticos cuyos cuerpos de ideas cuesta identificar y diferenciar con nitidez.
En tercer lugar, la polarización política bajo distintos clivajes, entre los votantes del fuijimorismo y del antifujimorismo, así como el de los votantes de la sierra y los de la costa. Entre ambos casos hay todo un abismo, una zanja infranqueable. Curiosamente, si existe algún común denominador entre estos mundos, este sería el de la corrupción, el que empapa a todos ellos. Quien quiera que sea el que acceda a la cima del poder, por más que su programa explicite como objetivo combatir la corrupción imperante, a la hora de la verdad, la tentación de sucumbir ante ella se les hace irresistible. Lo prueban los distintos presidentes que por ello han caído en desgracia: unos fugados, otros condenados, otros encarcelados, otros procesados. Uno de ellos, para escabullir el bulto, se suicidó.
Si bien he hecho referencia al caso peruano, no es necesario ser muy avispado para percatarse que lo descrito, trasciende al Perú. Estamos ante un fenómeno que está afectando a muchos países –fragilidad, fragmentación y polarización política- que está socavando la democracia, la gobernabilidad democrática. Todo este proceso tiene causas que es necesario desentrañar si queremos vivir en una democracia de verdad y recuperar la capacidad de los políticos para representarnos y gobernarnos.
A buen entendedor, pocas palabras.
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