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Este domingo 24 de mayo tiene lugar el balotaje presidencial francés entre Macron y Le Pen. Ambos llegan luego de obtener las dos primeras mayorías en la primera vuelta con 28% y 23% respectivamente. En tercer lugar llegó Melenchón, liderando a la izquierda insumisa, con un 22%. En términos gruesos se puede afirmar que Macron representa a una derecha o centroderecha neoliberal, arrogante y proeuropea, en tanto que Le Pen representa a una ultraderecha inconsistente, populista y nacionalista.
Los resultados de esta primera vuelta dan cuenta de tres rasgos en la política actual: fragmentación, fragilidad
y polarización. Rasgos que hoy se muestran en todo su esplendor no solo en Francia: fragmentación
expresada en la proliferación de candidatos y partidos; fragilidad manifestada
en la ausencia de lealtad partidaria y la variación de votos de un mismo partido
de una elección a otra; y la
polarización que se expresa en las preferencias por posturas extremas.
Si bien los números y las encuestas
proyectan un triunfo de Macron, no se descarta una sorpresa que viene de la
mano de un cansancio de andar votando por el mal menor junto con las ganas de patear
el tablero. Ya en el balotaje de 5 años atrás, compitieron los mismos de ahora
y el veto a la ultraderecha se expresó claramente: Macron duplicó la votación
de Le Pen. En esa ocasión el lema fue todos contra Le Pen, pero este esquema
hoy no funciona. La izquierda de Melenchon ya no está tan disponible de votar
por un candidato como Macron para frenar a la ultraderecha. El mismo Melenchon,
una vez que supo que Le Pen estaría en la papeleta del balotaje, dijo “ni un
solo voto a Le Pen”, pero no estuvo dispuesto a endosar su respaldo y el de sus
seguidores a Macron. De hecho las últimas encuestas destacan que para esta segunda
vuelta quienes votaron por Melenchón no han decidido si han de votar y por
quien, poco más de un 30% lo hará por Macron, y casi un 20% de ellos están
abiertos a votar por Le Pen. Esta última cifra da cuenta del hastío del
tradicional voto de izquierda, que suele concentrarse en los sectores
populares, y de su disponibilidad para cruzar la acera votando ya no por un candidato
de derecha o centroderecha, sino que por uno de la ultraderecha. Como para
agarrarse la cabeza.
Lo que estamos viendo en Francia es un fenómeno propio de la época que vivimos. La democracia, la globalización y la política están en entredicho al verse incapaces de abordar los grandes y complejos problemas que están afectando al mundo. No cabe duda que en Francia existe hartazgo y fastidio. La gente se siente defraudada y no es para menos. Se trata de un fenómeno que trasciende a Francia. La política no está respondiendo a las expectativas, ya sea porque ha sido esterilizada por el neoliberalismo o porque el lugar de la política ahora ha sido ocupada por la economía. Estamos en presencia de un nuevo dios, de un nuevo totalitarismo económico que indica que hay un único camino, el del libre mercado, que no hay otro. El resultado es una política capturada por la economía, y por lo mismo, propensa a corromperse bajo un ambiente en el que los grandes valores se dejan de lado cuando de obtener ventajas individuales se trata.
Curiosamente esta visión está siendo compartida tanto desde la izquierda como desde la ultraderecha, diferenciándose tan solo en las propuestas de políticas conducentes a la solución de los males que nos afligen. La consecuencia de este panorama no es otro que la debacle de los partidos tradicionales –que en Francia está representado por el partido republicano y el partido socialista, los que se redujeron a la más mínima expresión en la última elección. Pero no es un fenómeno exclusivo francés, dado que lo vemos también, en mayor o menor medida, en otros países tanto desarrollados como subdesarrollados. Ya sea pulverizando los partidos tradicionales –como ha sido el caso de Venezuela y Perú, entre otros- o transformándolos en meras máquinas de poder controlados por multimillonarios –EEUU por Trump e Italia por Belusconi, entre otros-. Todo apunta que estamos viviendo tiempos de convulsión, de decepción, confusión y/o desorientación.
En Francia la decepción se ha volcado contra Macron. Los votos de Melenchon, que supuestamente debieran volcarse hacia Macron, están en duda. Francia pareciera estar con cierto riesgo de que caiga en manos de Le Pen, lo que sería catastrófico para la Unión Europea, para el modelo de reconstrucción de Europa después de la segunda guerra mundial. Su triunfo representaría el regreso en gloria y majestad de los nacionalismos con todas las consecuencias que de ello se derivan.
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