Foto de Alex Kotliarskyi en Unsplash |
En Europa, a fines del siglo
pasado, en lo que se conoce como el Proceso de Bolonia, se procedió a la
construcción del llamado Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) con miras
a encarar los desafíos que plantea lo que ha llamado como la sociedad del
conocimiento. Desafíos asociados a las las nuevas competencias exigidas por las
empresas que enfrentan mercados crecientemente competitivos, a las metodologías
docentes a aplicar, a las nuevas tecnologías de información y comunicación
disponibles, y a la movilidad de estudiantes y profesores en distintos entornos
culturales.
Con el Proceso de Bolonia a la vista, en el plano local, regional y nacional, a comienzos de la primera década del presente siglo, la Universidad de Talca fue pionera en la implementación de un modelo formativo orientado al desarrollo de competencias. No ha sido un período exento de dificultades, las que se han incrementado con la pandemia, que ha forzado una reducción de la presencialidad educativa, en favor de la virtualidad. Esto ha afectado al modelo desde el minuto que la competencia se entiende como la puesta en acción en la vida real de un conjunto de capacidades y habilidades que exige actividades educativas en terreno. Esta puesta en práctica se ha visto obstaculizada por el distanciamiento social, las cuarentenas, confinamientos y restricciones impuestas o recomendadas por las autoridades sanitarias con miras a sortear la amenaza de covid-19.
Una vez que se supere la emergencia habrá que retomar el hilo. Para ello nada mejor que aprovechar el actual período para revisar, examinar lo que se ha hecho, efectuando los correctivos que se desprendan del análisis. En este plano es interesante escudriñar en torno a un modelo de adquisición de competencias, creado en la década de los 80 por los hermanos Stuart y Hubert Dreyfus. Este modelo distingue 5 etapas según el nivel de desarrollo de competencia adquirido por la persona: novato, principiante avanzado, competente, profesional y experto.
Como novato, la persona necesita conocer y seguir reglas, instrucciones, procedimientos para determinar una acción y necesita de un monitoreo y retroalimentación de parte de instructores. Por lo mismo, un novato no está en condiciones de tomar decisiones ni actuar autónomamente.
Como principiante avanzado se asume que ya se conocen las reglas y normas vinculadas a un proceso o problema en forma global, reconociendo pasos, etapas en él, lo que logra en base a situaciones reales acompañado de un instructor.
Como persona competente se debe estar en condiciones de abordar un problema luego de tener experiencias en condiciones reales, en las cuales se reconocen patrones o principios recurrentes.
Como profesional se asume que ya se tiene una visión de conjunto, que se esté expuesto a todo tipo de situaciones, reflexionando y aprendiendo de la experiencia acumulada, con capacidad de retroalimentación a partir de los errores en que se pueda haber incurrido.
Finalmente, como experto ya se tiene el conocimiento y la experiencia para actuar adecuadamente en forma intuitiva y para descubrir conscientemente las normas o reglas presentes en una situación en particular.
En la práctica, las fronteras entre las distintas etapas no son claramente distinguibles, y por lo mismo, la evaluación para calificar en qué etapa se está dentro del desarrollo de una competencia, es compleja y requiere ser lo más objetiva posible. A su vez, tampoco es fácil identificar quienes habrán de ser los evaluadores.
En tal sentido se asume que se han identificado las competencias que habrán de incluirse en los perfiles de egreso de los profesionales, así como el nivel del que se hacen responsables las universidades que se rigen por un modelo educativo orientado al desarrollo de competencias.
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