La Copa América que se está desarrollando en EE. UU., no ha estado exenta de sorpresas, así como de hechos que se daban por sentado. La eliminación de Chile en la primera ronda no se esperaba, aunque tampoco se daba por hecho su clasificación. La clasificación de Uruguay, sí se daba por hecho por los antecedentes que traía consigo como por la serie que le tocó dado que sus rivales -Panamá, Bolivia y EE. UU.- eran totalmente accesibles.
Para que nadie se
llame a engaño, quien escribe tiene a Uruguay por país natal y a Chile por país
adoptivo: quien escribe quiere a los dos países, y cuando juegan entre ellos,
se me parte el alma, pero al final del día, manda el país natal, en el que nací
y viví mi infancia, allí donde jugaba en la calle, con pelota de trapo y
haciendo arcos con sendas piedras, cuando había pocos coches que enlentecían su
paso para darnos tiempo a detener el juego.
Lamentablemente, Chile
ha retrocedido respecto de lo que fue su generación dorada en tiempos del loco
Bielsa. Retrocedido en todos los planos. Volvió a su tradicional sequía en
materia de goles, volvió a jugar más en territorio propio que en el del rival,
volvió a sembrar inseguridad, volvieron a reaparecer mil y una excusas a las
que estábamos acostumbrados en el pasado: el árbitro, el VAR, el rival, la
cancha y/o el tiempo. Todo esto era inevitable, absolutamente previsible si
consideramos que no ha existido planificación alguna, no hay proyecto de largo
plazo, ni trabajo en la cantera. Siempre apostando al chiripazo, al Espíritu
Santo, nunca al trabajo serio, de largo plazo. Lo alcanzado en el mundial del 1962
fue fruto de un proceso, de un trabajo de largo aliento de la mano de Riera. La
generación dorada parece haber sido una excepción.
Uruguay, por el
contrario, ha dado un salto cualitativo enorme, de la mano Bielsa, cuyo estilo
de juego le viene como anillo al dedo a los jugadores uruguayos y a la afición,
no solo la uruguaya, sino mundial. Un estilo de juego limpio, veloz, de ataque,
de presión, alegre. Uruguay y Bielsa dieron en el clavo al encontrarse. Están hechos
el uno para el otro.
Se me dirá que aún no
se ha ganado nada. Es cierto desde el punto de vista que no se ha ganado título
alguno. Y no es cierto desde el ángulo del espectáculo. Hoy Uruguay da
espectáculo, da gusto ver cómo se para en la cancha, la entrega y velocidad de
sus jugadores, la limpieza de sus acciones que contrasta con las que se
conocían, cuando su fama estaba dada por la brusquedad y lentitud. La única
impronta que conserva, y a mucha honra, es la garra charrúa, el amor por la
camiseta y la calidad natural que poseen quienes nacen prácticamente con una
pelota de trapo en sus pies.
Bielsa tiene detractores
en Uruguay por los más diversos motivos: porque no incluyó a Cavani, porque
solo a última hora subió a Suárez, a quien le ha dado pocos minutos, porque no
mira la cámara, porque se le han ido colaboradores, porque lo logrado hasta
ahora es mérito de los jugadores, no de él. Porque no contesta, porque contesta
mal. Palos porque bogas, palos porque no bogas. Por lo que sea, no faltan
quienes no son capaces de asumir la responsabilidad de Bielsa en el juego que
tiene Uruguay hoy por hoy.
Más allá de los
resultados, de cómo termine esta copa América, de cómo terminen las eliminatorias
para el próximo mundial, Uruguay, su forma de jugar, su estilo, su impronta, es
de admirar, deleita la vista. Eso de pararse de igual a igual ante quien sea,
de no dar por ganado ni perdido partido alguno, rima con la celeste.
El final del día, la
gran lección que se nos está dando, es que lo que importa es el proceso, antes
que los resultados. En el proceso, en el trabajo de trastienda, está la madre
del cordero. Lo demás es irrelevante, es exitismo, es inmediatismo que se lleva
el viento. En la consistencia, la perseverancia y la convicción en el proceso
que se está llevando a cabo está la clave de todo, siendo el resultado de todo
esto lo menos relevante, aunque se crea lo contrario.
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