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Una vez más Chile se ve en la encrucijada de reconstruirse producto de la fuerza avasalladora de las aguas que han inundado pueblos y ciudades, cortado caminos y carreteras, destruido puentes. Chile y su loca geografía está sometido a desafíos mayúsculos de todo orden. La impotencia aflora ante fuerzas que parecieran estar fuera de nuestro control, como si nosotros no tuviésemos responsabilidad alguna en ellas, como si nada pudiésemos hacer para evitar algo que nos sobrepasa.
Sin embargo, muchas
consecuencias de lo que estamos viviendo podíamos haberlas evitado, aún más,
debíamos haberlas evitado. Nada nos obliga a vivir allí donde no se dan las
condiciones de seguridad que merecemos. Tan solo debemos respetar la naturaleza
en vez de alterarla. Intervenciones que terminan costándonos caro.
Tenemos una cordillera
majestuosa, imponente por cuyas laderas bajan las aguas de nieves cada vez
menos eternas. Laderas resecas por la sequía, incapaces de absorber el agua que
corre por ellas. En los lechos de nuestros ríos, por donde habitualmente corren
hilos de agua, si es que no están secos, extraemos ilegalmente áridos, volcamos
en ellos nuestros desechos, y en sus riberas no pocos alzan sus viviendas,
algunas precarias, otras no tanto, como una suerte de segunda vivienda en plan
campestre. Modificamos cursos de agua como quien se cambia de camisa, creyendo
que es llegar y llevar, sin percatarnos que estamos interviniendo el medio
ambiente con consecuencias que no evaluamos a pesar de contar con todas las
herramientas para hacerlo. Los intereses de corto plazo y el afán de lucro pueden
más.
Es nuestro
comportamiento el que está perturbándolo todo el que debemos revisar. Sin
querer queriendo, posponemos lo preventivo. Solo una vez ocurridos los
desastres atinamos a afirmar que ahora sí haremos todo como corresponde,
efectuando las inversiones preventivas indispensables para evitar, o al menos
amortiguar los efectos de procesos naturales que no controlamos. Sin embargo, a
poco andar, una vez pasada la emergencia, una y otra vez, al menos hasta ahora,
solemos volver a incurrir en las mismas prácticas que nos están conduciendo al
drama que estamos viviendo. Nada garantiza que no volvamos a repetirnos el
plato. Esto es, y ha sido así, no solo ahora, por privilegiar lo urgente sobre
lo importante, el corto plazo por sobre el largo plazo, las políticas
correctivas sobre las preventivas.
Acá fallamos todos,
personas, empresas privadas y el Estado. Nadie puede lavarse las manos. Las
personas fallamos cuando no tenemos la educación suficiente para discernir
respecto de las zonas habitables respecto de las no habitables por ser
inundables y confiar en que las empresas constructoras y el Estado hacen lo que
deben hacer.
El Estado falla al no
estar alineadas sus atribuciones y capacidades con las exigencias que plantea una
naturaleza de por sí difícil. Los municipios fallan cuando sus direcciones de
obras otorgan autorizaciones que cualquiera con dos dedos de frente sabe que no
debieran otorgarse. En estos días estamos viendo ejemplos grotescos. Uno, en
varias ciudades y pueblos de nuestra región, donde incluso han sido afectadas
familias en viviendas prácticamente nuevas, y otro, en la región de Valparaíso,
en la ciudad de Viña del Mar, donde un edificio se tuvo que desalojar por completo
por riesgo de derrumbe por un socavón. Edificio construido sobre dunas. Es
evidente que se requiere una revisión completa de procesos administrativos, de
análisis de localizaciones y de muchas hierbas más.
Las empresas privadas
también tienen una responsabilidad enorme en esto. No puede ser que se saquen
el pillo aduciendo que cuentan con los correspondientes permisos y recepciones
por parte de las instancias correspondientes, como son las municipalidades y el
servicio de vivienda y urbanismo. Vaya a saber uno cómo consiguieron tales
permisos, ya sea vía corruptelas o vía una legislación extremadamente laxa para
construir allí donde no se debería, o donde las exigencias constructivas deben
ser sustancialmente mayores.
Las responsabilidades
tanto del Estado como de las empresas privadas, son mayores cuando estamos en
un país con la desigualdad del nuestro, donde una importante cantidad de
familias de bajos recursos económicos debe postular a subsidios para cumplir
con el sueño de la vivienda propia. Subsidio que otorga el Estado a empresas
privadas para construir viviendas que al final del día terminan inundadas y/o
mal construidas. Al final el pobre termina siendo el jamón del sándwich.
Desgraciadamente
estamos insertos en un modelo de sociedad, donde se nos educa, consciente o
inconscientemente, para que privilegiemos lo urgente posponiendo lo importante,
el corto por sobre el largo plazo, lo correctivo en vez de lo preventivo, tanto
en el plano individual como colectivo. Una y otra vez, la naturaleza nos invita
a cambiar.
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