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Lo que ilustran las encuestas de todo orden, dan cuenta de que si bien quienes prefieren la existencia de un gobierno democrático por sobre cualquier otro siguen siendo mayoría, su proporción está decayendo lenta y persistentemente. En paralelo, se está incrementando la proporción de quienes creen que en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a un gobierno democrático. El mensaje subliminal subyacente sería que existen circunstancias bajo las cuales no queda más que patear el tablero, que se hace necesaria una autoridad fuerte.
Recientemente este mensaje se ha hecho más explícito
en la encuesta más reciente, de CERC-MORI, donde el porcentaje de quienes creen
que los militares tenían razón para llevar a cabo el golpe del 73 ha aumentado en los últimos 10 años,
en 20 puntos porcentuales, de un 16% a un 36%. A medio siglo del golpe, estas cifras
son congruentes con el impulso que ha experimentado la derecha en las últimas
contiendas electorales, especialmente la derecha dura, más cercana al
pinochetismo.
¿Qué entendemos por autoridad fuerte? ¿una dictadura?
¿Qué entendemos por autoridad débil? Y entramos en tierras movedizas, en
eufemismos, buscando no llamar a las cosas por su nombre. Ejemplos tenemos por
doquier: en vez de golpe, hablar de pronunciamiento, en vez de dictadura, de régimen
militar, gobierno fuerte o democracia protegida.
¿Cuáles son las circunstancias que empujan a no pocos
a privilegiar una dictadura por sobre la democracia? Sin duda que uno de los factores, sino el
primero, descansa en la existencia de un sentimiento de inseguridad de
cualquier tipo, sea esta de tipo física, psicológica, económica u otras. Esta inseguridad
puede ser por circunstancias vividas o reales, o bien fruto de sensaciones, de
una siembra que en los tiempos que corren de tiktoks, de fake news, de
inteligencia artificial, de minerías de datos, de redes sociales, se multiplican al por mayor.
Un segundo factor residiría en la incapacidad de la
política y de sus principales actores, los partidos y líderes políticos, y de
toda la institucionalidad política propia de las democracias, para enfrentar
los problemas que aquejan a la sociedad, y en particular la creciente inseguridad
que aqueja a la población.
Algunos incluyen como tercer factor cierto déficit educacional
centrado en la incapacidad del sistema educativo para formar personas con
capacidad para reflexionar, pensar, discernir, analizar, filtrar la información
que reciben, de modo que no se traguen sapos y culebras al por mayor.
La combinación de estos factores constituiría una
mezcla explosiva que está tras lo que estamos viendo, no solo en Chile, sino en
el mundo entero, y que se esparce como reguero de pólvora. La ineficiencia de la
democracia para el abordaje de los problemas que aquejan a la sociedad actual pareciera
estar invitando a mirar no con malos ojos formas de gobierno no democráticas, olvidando
las consecuencias que esa mirada conlleva.
La política, y por consiguiente la democracia, está
viviendo momentos difíciles, complejos, de cambio. Los clivajes convencionales,
liberales versus conservadores, derechas versus izquierdas, democracias versus
dictaduras, nacionalismos versus internacionalismos, están siendo jaqueados. Toda
una tradicional clasificación u ordenamiento conceptual de la política está en
duda, quedando a la vera del camino sin que se avizore lo que viene.
La política está de baja como parecen confirmarlo las
sucesivas encuestas que se han dado a conocer. El nivel de confianza en los
partidos políticos, los parlamentarios y dirigentes políticos está de capa
caída y por debajo del 5%. Es lamentable
constatar cómo la alta confianza que se tenía en ellos al inicio del retorno a
la democracia en los años 90, se ha ido dilapidando para llegar a la realidad
actual.
El desprestigio de la política no le hace bien al
país. Es imperativo reivindicar la política como el espacio para la resolución
civilizada de los conflictos inherentes a toda sociedad. Conflictos cada vez
más complejos, pero que la política, la alta política, no la politiquería
barata, no puede eludir.
Los tiempos actuales nos están invitando a una
política en serio. En democracia los partidos son esenciales. Partidos con un
cuerpo doctrinario sólido y coherente con un proyecto de sociedad, y una vocación
de poder para implementarlo, donde la convivencia interna sea consistente con
los ideales democráticos que se profesan, sin imposiciones ni liderazgos
mesiánicos. Lo que tenemos hoy parece ser todo lo contrario, partidos débiles,
fragmentados, donde muchas veces ni siquiera se sabe qué los diferencia. La democracia exige partidos sólidos capaces de recoger el sentir ciudadano junto con una población dotada de una educación que le permita discernir entre las alternativas en juego.
Gracias Rodolfo. Muy buen artículo
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