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Se terminó una nueva fase dentro de las eliminatorias con miras a la participación de Chile en el campeonato mundial de futbol que tendrá lugar en Qatar el próximo año. Una fase en la que se aspiraba obtener 4 puntos, dándose por seguro que se tendrían al menos 3 puntos, y que terminó con 2 puntos. En consecuencia, no hay por donde perderse. Nos fue mal. Tal cual. Esa es la verdad a la milanesa.
Partimos bien, tanto porque se obtuvo un empate ante
Argentina siendo visita, como porque se jugó bien, con oficio, con
personalidad. Fue el primer partido oficial con Martín Lasarte como entrenador
nacional, un entrenador conocedor del futbol chileno que llegó en un momento
crítico. Se dejó ir sin pena ni gloria a un entrenador como el colombiano Rueda,
cuando el juego desplegado por Chile dejaba que desear, los resultados no daban.
Como siempre, los resultados mandan, más todavía cuando
coincidió con un cambio en la directiva del futbol profesional chileno. Y los
nuevos dirigentes no veían con buenos ojos a Rueda. En la búsqueda de
entrenador, estando aún Rueda en la banca, salían nombres como quien saca
conejos del sombrero. Se fueron cayendo uno a uno hasta que se dio con Lasarte.
Como ocurre en general, se desecha un proceso y se da inicio
a otro. No hay paciencia. La primera incursión oficial de Lasarte no pudo ser
más exitosa. Sacar un empate en Argentina no es broma, menos con un Messi en la
plenitud de sus condiciones, y un Chile sin el rey Arturo. Chile se plantó de
igual a igual, sin complejos, sin arrugarse, y remontando un marcador adverso.
Un empate con sabor a triunfo. De los 4 puntos que se aspiraba ya se había
conseguido el que se presumía más difícil, con Argentina.
Ahora quedaba lo que se pensaba que sería pan comido. Ganar como
local a Bolivia, un equipo inferior por donde se le mire, ya sea por historia,
tradición y plantel. Solo había que confirmar el juego desplegado en Argentina
y hacer pesar el mayor peso futbolístico chileno. Y no aflojar, no confiarse. Todo
eso se sabía. Había que jugar con los dientes apretados, asegurar la victoria,
una victoria abultada, contundente, categórica, sin dobles lecturas.
El partido empezó con todo, un Chile haciendo pesar su
condición de favorito. Los primeros minutos fueron testigos de ello. Tiros fulminantes
en el palo, goles cantados en que era más fácil tirarla adentro que afuera. Pero
poco a poco empezamos a caer en la intrascendencia. Los minutos corrían sin que
pasara nada. No se veía por dónde podía saltar la liebre. El dominio era
abrumador, muchos tiros de esquina a favor de Chile, pero sin concreción en
goles. Hasta que saltó la liebre Pulgar con un cabezazo para anotar el uno a
cero. Al fin! Ahora el gasto tendría que hacerlo Bolivia, abrir su cerrojo, y
por allí horadar la férrea defensa para asegurar el triunfo.
Y ocurrió lo que no debía ocurrir. Un disparo del goleador
boliviano, sin mayor trascendencia, que es interceptado fortuitamente por
Maripan en el área. Si bien el árbitro había dejado seguir la jugada, desde las
cabinas del VAR lo persuadieron para la revisión del video. Y pasó lo que ya
todos sabemos. Se sancionó penal, y su conversión decretó el empate, que no se
supo romper, no obstante los cambios de última hora efectuados con miras a dar
más agresividad al ataque. Los centros a la olla fueron neutralizados una y
otra vez por los defensas bolivianos. Al final se concretó el inesperado empate
que nos tiene en ascuas, a medio morir saltando, adportas de quedar fuera del
mundial.
Como diría un comentarista deportivo, son cosas del futbol. Agregaría
que lo ocurrido en esta fecha eliminatoria confirma que no hay nada escrito de
antemano. Que es parte de la gracia futbolística, la incertidumbre del
resultado, de su capacidad para derribar todo pronóstico, de dejar caer
favoritismos, de que no hay que dar por ganada ninguna partida sin jugarla.
Ahora la clasificación se nos pone cuesta arriba, pero ello
no debe hacernos caer en un pesimismo deprimente. Muy por el contrario, debemos
sacar las lecciones del caso, para retomar el hilo. No somos ni mejores ni
peores que antes, somos los mismos. Las caídas no deben ser en vano. Son necesarias
para levantarnos. Así que arriba el ánimo. Hay que pelearla hasta el final.
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