octubre 31, 2020

¿La hora de los independientes?

Javier Allegue Barros on Unsplash

A propósito del reciente resultado del plebiscito se ha abierto el debate en torno a la inclusión o participación de independientes en las próximas elecciones de convencionales. Se trata de un debate que se da de tiempo en tiempo, particularmente cuando la política se encuentra degradada. Un caso extremo es representado por la frase “que se vayan todos”.

En Chile se dio a mediados del siglo pasado cuando un candidato presidencial, el llamado General de la Esperanza, Carlos Ibañez del Campo, ganó la contienda bajo el emblema de la escoba con la promesa de barrer con los políticos. En 1973, surge otro general, el innombrable, quien da un golpe para extirpar el cáncer marxista y eliminar a los “señores políticos”. Después de más de una década y media, los famosos “señores políticos” resucitaron en gloria y majestad.

¿Qué nos dice esto? No solo que son duros de matar, sino que la política existe per se, desde el minuto que hemos decidido vivir en sociedad, en comunidad, en una polis, con el objetivo acordar reglas de convivencia, resolver conflictos propios de toda convivencia humana. La política es el medio de resolución pacífica, civilizada de los problemas que surgen entre personas con distintos intereses. Es el espacio de conversación, de negociación, de armonización, y por lo mismo existe per se. No es algo que se pueda eliminar a voluntad sin que se imponga una visión en particular en desmedro de otras miradas, salvo que se recurra a la fuerza, a la imposición de unos sobre otros. Incluso en este caso se hace política, la política de la fuerza bruta por sobre la razón. La tentación de incurrir en ella está siempre latente, sobre todo cuando se cierran los espacios para el diálogo y la polarización, el extremismo asume el protagonismo.

Como seres humanos, con capacidad para pensar, razonar, argumentar, a través de nuestras vidas nos vamos formando, influimos en quienes nos rodean y somos influidos a través de un proceso de osmosis de los distintos cuerpos de ideas (ideologías) que circulan. Todo este proceso va forjando en cada uno de nosotros un pensamiento propio que rara vez coincide plenamente con las ideologías en boga.

Se tiende a “ordenar” las ideologías en una escala de izquierda a derecha. Las mismas ideologías se superponen entre sí en algunos de sus componentes, lo que explica que no pocas veces cuesta distinguir a unos partidos de otros.

Se puede ser independiente en el sentido de no militar en tienda política alguna, pero ello no significa que no se tenga pensamiento propio, que no se sienta más cercano no solo a un partido, sino que a varios, así como distante de otros. También está el caso de los independientes sin pensamiento propio, que son quienes no están ni ahí con la política, y que por lo mismo están a merced del viento, de cómo están las cosas, de cómo viene la mano.

La independencia no tiene porqué ser una virtud y la militancia un defecto. Aún más, lo razonable es que quien se sienta llamado a cumplir un rol público lo haga desde un partido político y no desde la “independencia”. De un político que milita en un partido uno espera que asuma la responsabilidad de representar los principios y la ideología partidarios. De un independiente uno puede esperar cualquier cosa, esto es, que el día de mañana salga con su domingo siete por el simple hecho de que no tiene que responder ante nadie, a diferencia de quien milita, quien se asume que debe responder a los desafíos que el partido se ha planteado.

Pero como sabemos, de todo hay en la viña del Señor. Hay políticos que han defraudado, y que son quienes desprestigian la política, así como hay independientes que son modelos de virtud política. De hecho, para las elecciones que se avecinan, afloran nombres de independientes que nos honran con sus eventuales postulaciones, así como militantes que nos deshonran con sus pretensiones. Y viceversa.

El desafío no es menor. En democracia tenemos la opción de elegir y nuestra responsabilidad es elegir bien entre los distintos candidatos. Para ello es indispensable que nos demos el trabajo de conocer y analizar las propuestas que unos y otros nos hacen, su factibilidad y la confianza que nos inspiran, sin dejarnos llevar por la publicidad ni por cantos de sirena.

Por todo lo señalado, hay que estar ojo al charqui para que no nos pasen gatos por liebres, ni unos ni otros.

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