octubre 16, 2020

La democracia de los acuerdos (parte 2 y última)


La democracia de los acuerdos es de la esencia de una democracia en la que estamos todos sentados en la misma mesa con todas las cartas sobre la mesa, sin trampas, bayonetas ni el vil dinero circulando bajo cuerda. Por eso se hablaba en términos de “en la medida de lo posible”, y donde lo posible está dado por la correlación de fuerzas militares, empresariales, políticas y sociales. No está de más recordar que al iniciarse la transición, la correlación imperante no facilitaba mayormente las cosas. Sin duda que había caminos alternativos a los escogidos, y las consecuencias de haber seguido uno y otro entran en el plano de las especulaciones. Se pudo haber hecho mejor o peor. Con todo lo que ha ocurrido en estas décadas, si lo hubiésemos sabido en su momento, otras habrían sido las decisiones, las políticas.

Dentro de la oposición existe una tendencia a ver el vaso medio vacío, pero también podemos verlo medio lleno. Yo mismo me balanceo entre ambas miradas. A veces veo más el vaso casi vacío, otras el vaso casi lleno. Ningún país ha logrado encarcelar al jefe de la inteligencia, el Mamo Contreras. No pocos son los generales que están en la cárcel Peuco, que muy de lujo será pero no por ello deja de ser cárcel. Es preferible poner el acento en aquello que se logró en vez de aquello en que no se logró. No hay que olvidar que en un juego del todo o nada, solemos quedarnos sin nada. Tampoco hay que olvidar que todos los avances alcanzados en tiempos de la UP fueron hechos pebre y el resultado al final fue una dictadura. Soy un sobreviviente de la generación que la vivió, y siento que esa es la espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas y que no podemos dejar de considerar. Es un chantaje indebido, cruel, pero a la realidad no se le puede torcer la nariz de buenas a primeras.

Discrepo con la tesis de que la crisis política actual sea consecuencia de la “democracia de los acuerdos”. Actualmente vivimos una crisis de la democracia representativa que no solo afecta a Chile, dado que basta mirar hacia afuera para darse cuenta que es global, en unos países más que en otros, por factores tanto internos como externos.  La crisis en que nos encontramos es consecuencia de la lacerante desigualdad imperante en todo orden de cosas que hasta ahora no hemos sido capaces de resolver.

La democracia para que sea tal exige que todos los contertulios no sean clones ni sean tan distintos, y acá nosotros somos demasiados distintos (desiguales). Puede haber democracia cuando el tamaño de los bolsillos difiere tanto entre unos y otros? Cuando el nivel cultural de quienes consumen Las Últimas Noticias o La Cuarta son el blanco predilecto de los Edwards y Said? Qué libertad tienen quienes están esclavizados por sus deudas? Mi tesis es que la crisis política actual no es consecuencia de la democracia de los acuerdos, sino que del desigual peso de los distintos actores. La desigualdad en este plano convierte a los acuerdos en imposiciones.

El poder de veto ejercido por la derecha no veo que se esté extinguiendo, lo que me temo se compruebe cuando sea capaz de licuar el proceso constituyente por la vía de lograr más de un tercio de los constituyentes. Quienes lo han visualizado con mayor claridad dentro de la derecha son Longueira y Lavin, quienes se han expresado sin vacilaciones a favor del apruebo.

Una constitución que se precie de tal debe tener una sólida mayoría. No basta una mayoría de poco más del 50% de la población. Debe ser fruto de un acuerdo sustancioso de una amplia mayoría en puntos clave de lo que queremos como país. Distinto es el caso de la constitución actual que fue fraguada entre cuatro paredes y que para cambiarla exige quórums calificados. En cambio si la constitución es construida entre todos, no entre cuatro patipelaos que piensan lo mismo, debe hacerse un esfuerzo sobrehumano para que sea fruto de una mayoría contundente y perdure en el tiempo. En este sentido no veo trampa alguna con el tema de los dos tercios; sí veo en extremo difícil alcanzar los dos tercios requeridos para aprobar una nueva constitución en un país tan quebrado y desigual como el nuestro donde la manipulación de voluntades está a la orden del día de la mano de las redes sociales capaces de amplificar falsedades al por mayor.

Si a esto agregamos que el divismo y el divisionismo que parecen estar caracterizando la andadura política social en que nos movemos, se dificulta la formalización de un poder político y social capaz de actuar con eficacia y eficiencia en el proceso de construcción de la constitución que necesitamos.

Por todo lo señalado, mi pronóstico respecto de lo que viene, es reservado.

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