Cuesta entender la lógica con que han actuado ambos
diputados. Cuando se gana en buena lid, se hace con respeto al adversario. En una
democracia, en el parlamento no existen enemigos, existen adversarios que
piensan y se comportan de distinta manera, que pueden encontrarse en las
antípodas ideológicas, pero ello no los exime de un comportamiento a la altura
de las responsabilidades que han asumido. Hubo ganadores y perdedores, lo que
no habilita para que unos se burlen de otros.
En futbol, tras un partido de meta y ponga, por más áspero
que haya sido, los jugadores dan vuelta la hoja. Quienes perdieron felicitan a
sus adversarios, y quienes ganaron se consuelan a los perdedores. Los gestos
dicen mucho, retratan de cuerpo entero.
En tiempos en los que se requiere más que nunca tender
puentes, actitudes públicas como las observadas, socavan posibilidades de
encuentro que el país demanda con urgencia. No solo eso, distraen respecto de
lo importante, son actitudes provocativas que buscan humillar, degradar al
adversario, lo que es incompatible con una democracia en forma.
Se podrá afirmar que no es para tanto. Sí lo es, porque en
vez de preocuparnos del fondo, del significado del resultado de la votación, de
sus consecuencias, contribuye a poner el acento en la forma, en lo accesorio,
que por el momento y lugar en que se dio, deja de serlo, y pasa a ser parte del
fondo de la discusión.
Si lo que se pretendió fue denigrar al adversario, no se
logró. Si lo que se quería era humillarlo, tampoco. Solo se logró enfurecerlo,
aleonarlo, profundizar fosas allí donde se requieren puentes, entendimientos.
Es hora de ponernos serios antes que sea demasiado tarde. El país no se merece lo que está ocurriendo. Aunque no se crea, son muchos más los puntos de encuentro que los de desencuentro. Para ello solo basta que salgamos de las trincheras, que pongamos todas nuestras fichas en lo que nos une, que es mucho más de lo que creemos.
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