La semana pasada escribí en torno a una sorprendente propuesta destinada a conocer mi disponibilidad para una eventual oferta laboral. Sorprendente por dos motivos: uno, por tener ya siete décadas en el cuerpo en pleno estado de “júbilo”; y dos, porque nada tiene que ver con mi profesión de ingeniero civil industrial ni con mi trayectoria laboral como profesor universitario. La idea era ofrecerme un trabajo periodístico, destinado a difundir los temas tratados en un taller (workshop) donde invitados nacionales e internacionales expondrían sus trabajos y avances en torno a la regulación genética en el desarrollo de las plantas y la maduración de la fruta con miras a un mejoramiento en la productividad agrícola sustentable.
Mi aceptación a la propuesta fue instintiva e inmediata sin conocer siquiera las condiciones económicas. Me despedí agradecido de quien me hizo la propuesta y quedó en avisarme cuando tuviese alguna respuesta que darme. Quedé viendo estrellitas de felicidad, de pensar que se hubiesen acordado de mí, y de la oferta, que consistía en escribir en torno a los temas que se tratarían en el taller para el común de los mortales. Esto implica “bajar a tierra” los términos sofisticados o de alto nivel que se abordarían. El desafío no era menor porque se trata de una disciplina que nada tiene que ver con la que he tratado toda mi vida, la regulación genética en la agricultura, en la producción de fruta y maderas, donde mis conocimientos son nulos. Así y todo, que se confiara en mi capacidad inquisitiva e investigativa a esta altura del partido, me animó fuertemente.
Pasaron los días y no pasaba nada. Ya estaba convencido que todo había quedado en nada, que todo no había sido más que un sueño, el famoso sueño del pibe.
Mal que mal, en mi adolescencia, cuando me llegó la hora de ver qué estudiar en la universidad, mis opciones favoritas eran periodismo o arqueología. Sin embargo, en mi casa rechazaron mis opciones con el argumento de que “no querían muertos de hambre en la familia”. Eran otros tiempos. Resignado solo atiné a preguntar: entonces ¿qué estudio? La respuesta, luego de una brevísima cavilación fue: ingeniería. ¿Porqué? pregunté. “Porque le pegas a las matemáticas” se me respondió y yo agaché el moño. No veía por dónde rebelarme, el horno no estaba para bollos, de hecho ya me había rebelado en otra ocasión con un desastroso resultado. Ya escribiré sobre esta rebelión en tiempos de boyscouts de la iglesia de El Bosque en tiempos de Karadima! Así que arrugué sin complicarme mayormente, ni caer en depresiones ni sesiones psicológicas que por esos tiempos no existían.
Volviendo al tema que nos convoca, cuando ya estaba resignado a que no pasara nada, recibo un whatsapp de quien me había contactado para decirme que ya estaba todo listo, que se me iba a elaborar un contrato a honorarios por un valor total de $ 300,000 brutos (equivalentes a unos 400 euros o 450 dólares). El taller tendría una duración de un día completo y mi responsabilidad era difundir previamente la realización del evento, luego el evento propiamente tal, y posteriormente sus resultados, todo en un vocabulario accesible al ciudadano de a pie. El valor a pagar no era para volverse loco, pero a esta altura del partido, como jubilado, por hacer algo que me apasiona, servía para pasar un lindo año nuevo.
Firmo el contrato, el cual debe ir instancias superiores para su aprobación, lo que se asume como un mero trámite de toma de razón. Sin embargo, el contrato no es aprobado en razón a que el suscrito no es periodista, por lo que el contrato debe respaldarse con los fundamentos correspondientes en aras de la transparencia en tiempos de “transparencia”. Se insiste, ahora enviando el contrato con carta complementaria en que se incorporan los antecedentes que acreditan mi función periodística por casi 50 años en diversos medios de comunicación regional, nacional e internacional. Cuento corto, al final el contrato fue aprobado y por estos días debo estar recibiendo la millonaria.
Respecto de la experiencia vivida y el taller que ya tuvo lugar, me ha hecho reflexionar varias cosas, de las que daré cuenta una próxima columna. Continuará!
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