En las postrimerías de mi existencia, con 70 años y a menos de un año jubilado, recibí una oferta digna de un análisis psicopatológico, del mundo en que vivimos, de una suerte de mundo al revés.
A comienzos de semana, un amigo, a través de una de las redes sociales -whatsapp-, me envía un mensaje consultando si podía ir uno de estos días a la universidad en que trabaja, y donde trabajé por más de 20 años hasta el año pasado para tomarnos un café en su cafetería. Respondí que si quería podía ir al día siguiente a la hora que le viniera bien. Dicho y hecho, nos juntamos a las 11 de la mañana en la cafetería.
Al otro día, quienes fueron mis alumnos se sorprenden de verme en el campus universitario. Algunos se acercaron a saludarme o conversar, al igual que mis excolegas, quienes aprovechan de ponerme al día en sus peripecias académicas y preguntarme como va esa vida de jubilado.
Me encontré con quien me había llamado, nos fuimos al café y me cuenta que quería anordar dos temas: uno, de un taller que tendría lugar pronto, con invitados nacionales e internacionales en torno al mejoramiento de la productividad agrícola sustentable. Mi amigo (Raúl), junto con otros, está a cargo de su organización y lo que le interesa es que su contenido, resultados y conclusiones se den a conocer a nivel local, regional, nacional. Por ello, en una de las reuniones preparatorias del taller analizaron esto de la difusión y en primera instancia pensaron en algún periodista, pero no veían quien podía ser que se manejara con lo que llaman periodismo científico. En medio de las reflexiones Raúl se acuerda que yo escribo sobre lo divino y lo humano, poniendo mi nombre sobre la mesa. Pide autorización para conversar conmigo afirmando que Rodolfo pone en fácil lo que puede ser difícil, y que si bien no es periodista, escribe desde hace más de 40 años. Los demás aceptaron la propuesta y le autorizaron para auscultar un posible interés de mi parte e iniciar conversaciones conmigo.
El otro tema que quería conversar era del mismo orden, pero en torno a un programa de investigación agrícola que se quería postular a un concurso y que tendría 3 componentes: de formación, investigación y difusión. Esta última debería hacerse cargo de difundir los trabajos de investigación que incluye el programa, así como sus actividades de formación (cursos, talleres, etc.). Raúl quería saber si podía incluir mi nombre en la postulación. De aceptar, y si el programa es adjudicado, ahí tendría que estar trabajando también.
Por último, Raúl afirmó que en ambos temas hay presupuesto y que recibiría unos honorarios cuyo monto está en el aire porque primeramente querían saber si me interesaba participar.
Cuando me contó todo esto en torno a un café y un "muffin", una suerte de galletón, tanto el café como el muffin los encontré más sabrosos que nunca.
A Raúl le agradecí que se acordara de mí, que me dejaba el ego a la altura de las nubes, que nunca imaginé que me llegaría una oferta de este tenor a esta altura de mi vida, que encontraba fantástica la propuesta con independencia de las platas y que aceptaba encantado.
Cuando nos despedimos quedé alucinado como un niño, agarrándome la cabeza. Habiendo altos niveles de desempleo juvenil y que me llegue esto sin que lo busque ni lo necesite, me hizo pensar que estaba alucinando, soñando despierto.
Luego pasaron los días, las semanas, sin noticias de Raúl. No quise llamarlo para no importunarlo. En una de esas todo quedó en nada. No me hice mala sangre, total, aunque al final todo esto quedara en nada, lo soñado y lo bailado no me lo quitaba nadie. Fueron minutos, días de gloria. Vi todo como un meteorito, como el sueño de un pibe de 70 años.
Al cabo de unas semanas me llama Raúl.
Continuará!
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