julio 08, 2025

Ernesto Azorín


Llegamos casi juntos a Santiago de Chile, en octubre de 1962, al entonces aeropuerto de Cerrillos. Venias con tus padres desde México; yo desde Uruguay; tú como consecuencia de que tu padre se había ganado un concurso en la CEPAL; yo por quedar huérfano y ser acogido por mis tíos y primos. Nos conocimos en 1963, en los boys scouts de la Iglesia de El Bosque, en ese tiempo regentada por Karadima. Tus padres te matricularon en el Grange School, allá en Príncipe de Gales, para aprender bien el inglés; mis tíos me matricularon en el Santo Thomas Morus, en Pedro de Valdivia, al lado del Jean D’Arc, para que no perdiera mi alemán. En estos colegios, tanto tú como yo nos sentíamos como pollos en corral ajeno.

Con los boys scouts nos tocó estar en la misma patrulla, Los Cóndores, nombre que no recordaba, pero que tú sí recordabas bien. Estuvimos juntos en varios campamentos, siendo los más recordados los de Collipulli, en el fundo de los Bunster, y el de Cunaco, en el de la familia Arrigorriaga. Tu memoria, infalible, recordaba hechos que yo no recordaba para nada, como que tú eras mi ayudante de cocina, que desde entonces yo sabría preparar el arroz, en circunstancias que estaba convencido que había aprendido a cocinar cuando me casé gracias a mi señora. Por ti me enteré que me había casado en 1971 sabiendo cocinar.

Estando en uno de los campamentos de los boys scouts, en una oportunidad varios fuimos castigados, por no sé qué delito, a hacer no sé cuántas flexiones, tiburones, bajo la atenta mirada de los jefes, los zachems. Era una noche de luna llena, los castigados estábamos todos en fila frente a los verdugos. Sin mayor reflexión, ante el sentimiento de injusticia que me corroía, confiando en que sería secundado, di un paso adelante, con una proclama emitida a viva voz: “a rebelarse señores”. Nadie reaccionó. Mi rebelión fue sofocada sin dificultades, por lo que terminé siendo castigado doblemente. Años después, con tu racionalidad a toda prueba, me dijiste que no atinaste a reaccionar, que te pilló de sorpresa, que estás cosas no pueden hacerse de golpe y porrazo, que requieren ser preparadas, planificadas, no arrestos individuales que queden como meros saludos a la bandera. Así nos fuimos conociendo. Así fui aprendiendo.

Poco después nos reencontramos en la universidad, en Beaucheff, a donde ambos entramos a estudiar ingeniería en tiempos que debíamos rendir un bachillerato y que ambos sorteamos bien. Tú en 1° A y yo en 1° E porque la distribución era por apellido. Allí tuvimos un amigo común: Carlos Barceló, con quien estudiábamos aprovechando que él era, y es, organizado, ordenado, meticuloso y vivía en un apartamento tranquilo, cómodo, en Providencia, al fondo de la calle Félix Cabrera.

En algunas oportunidades nos juntábamos a estudiar en mi casa, en Pedro Torres, o en tu departamento, en San Sebastián. Allí siempre me encontraba con tu madre, de rostro siempre severo, atenta, y a tu padre, leyendo, interesado por todo.

En el verano de 1967, luego de llegar a Coquimbo con Carlos en su Citroneta, de donde era originario, y donde vivían sus padres hicimos un viaje a dedo desde La Serena. A La Serena nos fue a dejar Carlos en su Citroneta, a Arica. No sé cómo llegamos a Arica, pero tú recuerdas anécdotas que yo no recuerdo para nada. Desde Antofagasta nos llevó una camioneta que iba a Arica, pero que tenía que pasar por Iquique. Le dijimos que no importa y nos subimos. En Iquique nos dejó en la plaza diciéndonos que en una hora más volvería a recogernos. Para no andar con las mochilas a cuesta dejamos todo en la camioneta. A la hora estábamos de vuelta en la plaza para seguir viaje, pero la camioneta no aparecía. Nos miramos, no teníamos nada, ni un peso en el bolsillo, todo estaba en las mochilas. No teníamos ni para llamar por teléfono avisando que quedamos con los bolsillos vacíos. Ya estábamos por ir donde la policía denunciando lo vivido cuando aparece la camioneta. Se había retrasado, sus diligencias habían demorado más tiempo del previsto. Eran tiempos sin celulares. Nos volvió el alma al cuerpo prosiguiendo viaje, ahora rumbo a Arica, donde mas adelante el destino quiso que viviera 21 años.

En Beaucheff vivimos años políticos bravos de los que no era fácil sustraerse: tiempos de reformas, de flexibilización curricular. En cursos superiores, seguimos distintos derroteros. Tú te inclinaste por ingeniería matemáticas, yo también, pero a poco andar me cambié a ingeniería civil industrial. Viene el golpe. Tú terminas la carrera y te vas a hacer un doctorado a Francia. Pero antes de partir, te casas con Denise, tu compañera desde entonces hasta el día de hoy, a quien conociste vía su hermano Lucho quien también fue compañero nuestro. Con Carlos estuvimos en tu matrimonio amenizado por Sergio Polanski, otro compañero de esos tiempos, con su órgano Yamaha en tiempos de ritmos frenéticos.

Las circunstancias me llevan a Arica. Tú regresas a Santiago de tu doctorado al departamento de Ciencias de la Computación. Nos reencontramos en un congreso de computación en Valdivia, y también en Arica donde fuiste a dar una charla, ya no recuerdo sobre qué. Entre 1983 y 1985 me voy a España a estudiar un master en informática, reencontrándome, una vez más contigo. Allá te habías ido. A poco de llegar nos vamos un día a Alcalá de Henares, dándonos a conocer su universidad y su paraninfo, la casa de Miguel de Cervantes, y las almendras garrapiñadas típicas de allá. A través tuyo empecé a conocer los distintos estilos arquitectónicos al darme a conocer sus respectivas características: el churrigueresco, el herreriano, el barroco, el románico, y así sucesivamente.

Estando allá, tus padres un día nos invitan a ir a Cerceda, un pueblo en los alrededores de Madrid, donde tenían un departamento. Allá fuimos y pasamos un lindo día. Luego todo apunta a que regresaste a Chile, creo que a mediados del 85. Eran los duros años del innombrable, los años de la Universidad de Chile NO.

Sin mayores esperanzas postulaste a un puesto en la Comisión Económica Europea. Denise, más apegada al familión que tenía en Chile, no veía con buenos ojos esta partida, pero tú sentías que el clima político en Chile ameritaba buscar nuevos horizontes. Contra todo pronóstico, ganaste el concurso y partieron con camas y petacas para clavar estacas con vuestros dos hijos, María José y Sebastián. Te fuiste con el propósito de asentarte definitivamente.  Todo fluyó, a gusto, trabajando en Bruselas y viviendo en Luxemburgo. Este último país lo hiciste tuyo, a punto tal que te luxemburguesaste a mucha honra.

En uno de tus viajes a Chile con Denise, y habiéndome ido de Arica a trabajar a Talca, nos llega una invitación tuya desde Luxemburgo para asistir al matrimonio de tu hija María José en Santiago de Chile porque acá residía el familión de Denise. Fue un precioso matrimonio en el que tuvimos el gusto de compartir mesa con Carlos y Norma, nuestros amigos de siempre. 

Posteriormente, en otro de tus viajes a Chile, reencontramos en Viña del Mar, en el pequeño departamento que habíamos comprado con Cielo. Encuentro que programamos para que vinieras con Carlos, donde a última hora se bajó Carlos por un resfrío de su esposa. Entre paréntesis, recordemos que Carlos es reacio a viajes, le incomodan. Lo concreto es que llegaste solo, en bus. Desde la estación de autobuses de Viña nos fuimos caminando al departamento poniéndonos al día luego de años sin vernos.

Poco después te pierdo la pista. Te escribo sin respuesta. Por años. Nada sabía de ti ni de los tuyos.  Hasta que un día, mi hijo, quien vivía en Barcelona, me cuenta que por esas casualidades de la vida, se había encontrado con Sebastián, tu hijo, quien por esos días, como médico, trabajaba en un hospital y era compañero de trabajo y amigo del marido de Constanza, prima de mi hijo. Conversando y conversando, atando cabos se empiezan a percatar que sus respectivos padres se conocían y eran amigos. En uno de mis viajes a Barcelona a ver a nuestros hijos que allí vivían, tuve ocasión de estar con tu hijo Senastián. Fue un encuentro muy especial. Quedamos en juntarnos  por el mercado San Antonio y no llegaba, lo que me extrañaba. Con Cielo ya nos estábamos resignando a que no nos encontraríamos, cuando de repente se aparece en bicicleta. Venía todo compungido, no tenía cómo avisarnos, que se atrasaría por una urgencia hospitalaria. El trabajo de los médicos es así. Lo concreto es que nos invita a un bar-cafetería-restaurante que conocía donde nos enteramos que estabas complicado, sin darme mayores detalles, y que esperaba que tú me los dieras, que él transmitiría mis saludos e interés por saber de ti porque hace años que nada sabía. Es así como a poco andar, me escribes que te había sobrevenido un accidente cerebro vascular, y luego una depresión de la que esperabas poder salir pronto.

Gracias a este fortuito encuentro entre nuestros hijos, volví a saber de ti y luego de insistentes correos de mi parte, me llega respuesta tuya, revelándome que te habían jubilado sin querer jubilar. Lo que se supone es un derecho, la jubilación, lo habían convertido, en tu caso en una obligación. Este hecho te habría desencadenado una profunda depresión que te sumergió en un pozo negro del que te costó mucho salir. Las partidas de tus padres, el no haber estado viviendo cerca de ellos también te afectó. Tus palabras transmitían mucho dolor. La figura materna te era muy fuerte.

Recuperar el contacto, la conexión gracias a nuestros respectivos hijos, nos hizo mucho bien. Nos escribimos casi a diario desde el año 2020 por más de 5 años, como para recuperar el tiempo perdido. En uno de tus viajes a Chile, tuve el gusto de recibirte en Talca, en mi casa a pleno campo, donde estuvimos rememorando viejos tiempos. Y hace unos pocos años nos reencontramos con Carlos, en Santiago, en su casa junto con Norma y Denise. Cielo se lo perdió. Ya no recuerdo por  qué no pudo ir. Un reencuentro memorable, donde recordamos viejos tiempos.

Siento una tristeza infinita con tu partida. Duele. Me queda el privilegio de haber tenido tu amistad, y la esperanza de que nos reencontremos en el más allá, arriba de alguna nube, de esas que tanto conocías tan bien, conversando sobre lo divino y lo humano.


1 comentario:

  1. Anónimo5:01 p.m.

    Hermosa y emotiva columna Rodolfo se percibe la pena de perder a un gran amigo.

    Tuve la fortuna de tenerlo como profesor y un día de verano me sorprendieron con su visita. Un gran hombre, inteligente, sobrio y con una inteligencia a toda prueba. Aún tengo las pruebas de TALF, Teoría de Autómatas y Lenguajes Formales.Gracias a él seguí la línea de ciencia de la computación.

    ResponderBorrar