octubre 25, 2023

Una oportunidad perdida

Foto de Mikhail Pavstyuk en Unsplash

Hace poco más de un mes atrás la figura presidenciable mejor posicionada, Evelyn Matthei, afirmó que no estaba disponible para poner su capital político para aprobar la constitución en camino de ser propuesta en diciembre próximo. Tenía varios y severos reparos a algunos de sus acápites, pero en lo fundamental su frustración obedecía a que este proyecto constitucional no estuviera siendo fruto de un acuerdo más amplio, que fuera más allá de la derecha.

Hoy, a pesar de sus reparos y frustración, afirma que votará a favor. No podía ser de otro modo dado el mundo del que proviene y representa. Y lo hace, en lo fundamental para cerrar un proceso abierto desde hace cuatro años, asumiendo que con ello se despeja la incertidumbre en la materia.

Dudo que un triunfo a favor reduzca la incertidumbre puesto que se abre un nuevo escenario marcado por una constitución cuyo sesgo hacia la derecha es más que evidente en circunstancias que el proceso constituyente fue gestado desde las entrañas de la izquierda. En tal sentido el resultado no podría ser más paradojal, a punto tal que se podría afirmar que a la izquierda le habría salido el tiro por la culata.

Desgraciadamente temo que más que un voto a favor en vez de reducir la incertidumbre, la incremente. Una constitución partisana, conservadora, integrista, cuasi religiosa y engañosa, llena de subterfugios y trampas como la que se está proponiendo, difícilmente nos traerá la paz y el desarrollo al que aspiramos. Esta intuición, asentada en la población, explica la ventaja que el voto en contra tiene hasta la fecha como lo ilustran las sucesivas encuestas. Habrá que ver si se consolida, o si la atosigante y bien aceitada publicidad en que se ha empeñado la derecha política y económica será capaz de revertir esta ventaja de quienes están en contra.

Se ha despilfarrado una oportunidad única de obtener lo que muchos ansiaban: la de tener una constitución que nos una, que sea la casa de todos. Recordemos que el proceso anterior fracasó por atender las demandas de tan solo un sector del país aprovechando la mayoría de convencionales alcanzada. La soberbia los hizo fracasar. Hoy estamos ante un escenario similar, pero donde ahora la mayoría ahora está en manos del sector opuesto. La mayoría alcanzada por la derecha y la ultraderecha, a pesar de sus expresiones de buena crianza iniciales, a la hora de la verdad no resistió la tentación de pasar máquina, de desmantelar la democracia al reducir el espacio para legislar, constitucionalizando aspectos destinados a introducir más amarres a los ya existentes, en vez de reducirlos.

Al inicio de este proceso confiaba en que hubiera un aprendizaje del proceso anterior que me inducía a votar a favor. El borrador que emergió del consejo de expertos, consensuado entre representantes de todos los sectores alimentó esa esperanza. Sin embargo, la introducción de enmiendas por parte de los republicanos sin mayor interés por alcanzar acuerdos, desnaturalizaron el borrador. Es así como a nuestras manos llegará una propuesta constitucional que me está forzando a votar por la opción en contra. Mi deseo de cambiar la constitución del 80 es para tener más democracia, no menos; más derechos, no menos; más libertad, no menos; más justicia, no menos; más igualdad, no menos; más estabilidad, no menos; más desarrollo, no menos.

Todo apunta a que quienes han elaborado esta propuesta constitucional que se plebiscitará, han tenido presente las palabras de Jaime Guzmán Errázuriz, ídolo de cabecera de muchos de ellos: “La Constitución debe procurar que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque – valga la metáfora – el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella sea lo suficientemente reducido para ser extremadamente difícil lo contrario”.


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