No obstante haber sido escrito
hace ya tanto tiempo -¿eran otros tiempos?- no pocos de sus acápites conservan
una vigencia sorprendente, al menos en lo medular. Si alguno de quienes me leen
conserva el libro en algún rincón olvidado de sus casas, le sugiero lo
desempolve, sacude y devore. Les aseguro que no se arrepentirán. A continuación,
van algunas de las ideas contenidas en este libro.
La gringa Sillie fue una
periodista norteamericana enviada a Chile para reportear respecto de una
eventual revolución que se estaría a punto de producir. Al arribar a Chile tuvo
que dar una conferencia para “los chicos de la prensa”. No obstante estar
recién llegada y venir a recoger antecedentes, parecía ser ella la que tenía
que rendir cuentas.
-¿Qué le parece Chile?- le disparó
un periodista apenas pisó tierra chilena. Ya le habían anticipado que esta
sería una de las primeras preguntas que le harían. Su respuesta no se hizo
esperar: “Es un país maravilloso. Espléndido clima, lindas mujeres, excelentes
vinos”. Los periodistas presentes hincharon sus pechos.
-¿Qué candidato cree que va a
ganar las elecciones?- lanzó otro reportero. Sillie respondió: “No lo sé. soy
extranjera, no conozco el ambiente¨. “Por eso es importante su opinión, no
tiene prejuicios, es imparcial” retrucó el periodista.
A poco andar, Sillie detecta
en Chile un gran valor por todo lo foráneo. De las marcas registradas observa
que un alto porcentaje, sobre el 70% tienen nombres ingleses, y no encontró a
nadie que supiera decir en español buffet, closet o gasfiter. Incluso en pleno
centro de la capital Santiago, encontró un negocio de artesanía nacional
llamado “Chilean Souvenirs”. ¿Hemos abandonado este hábito de extranjerizar? Por
esos años este exagerado respeto por todo lo extranjero ¿sería indicio de la
inquietud de un pueblo que sueña con trascender sus fronteras y aprender de otros
más civilizados? Según lo explicaba entonces un joven sociólogo, esto se
correspondería con una cierta tradición nacional llamada siutiquería.
En una de sus correrías,
nuestra gringa se topa con un ascensorista, de entonces de filiación política radical,
a quien luego de vencer su reticencia inicial a manifestar su opinión respecto
de la pregunta ¿habrá revolución?, responde en forma fulminante: “No señora. El
chileno es más aguantador que pisadera de micro. No se aburre nunca de que lo
embauquen”. Toda una filosofía.
El aire que se respiraba por
esos años estaba completamente politizado. El tema candente en calles,
esquinas, bares y oficinas, no era otro que el de la política. Nadie obligaba a
los chilenos a hablar de política: lo hacían por su propio, inte4nso e
insaciable gusto. y de la forma más curiosa imaginable: despotricando contra la
política. Cuando algo olía a podrido, se dejaba caer todo el peso del escarnio:
“ahí está metida la política”, “eso es pura política”. Nadie parecía recordar
la elemental definición de que la política es el arte de gobernar. Toda esta
mentalidad fue la que condujo a que por esos años el presidente no fuera otro
sino un militar elegido por la voluntad popular y que alegaba como virtud la de
no ser político. El General Carlos Ibañez del Campo.
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