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De un tiempo a esta parte, emulando a Pamela Jiles, mi tocayo Rodolfo Carter, alcalde de la populosa comuna de La Florida, parece haber encontrado una mina de oro al ordenar la demolición de casas de narcotraficantes.
Es así como de la noche a la mañana se
ha catapultado automáticamente como candidato presidencial. Los termómetros
electorales así parecen destacarlo. No es para menos. Hace rato que su radar
apunta en esa dirección emulando al actual presidente de El Salvador, Nayib
Bukele.
La trayectoria política de Carter lo
vincula estrechamente a la derecha, particularmente a la UDI, partido en el que
ha militado por más de una década y al que renunció cuando visualizó que la
desacreditación de los políticos limitaba sus aspiraciones presidenciales. No
obstante esta decisión, la derecha lo ha seguido considerando como uno de los
suyos.
Los medios de comunicación
convencionales no han encontrado nada mejor que invitarlo diariamente a
exponerse. Como una suerte de llanero solitario, de príncipe valiente, de Superman
o de Zorro, se erige enfrentándose solo a los narcotraficantes. Su enfoque
simplista, reduccionista, unilateral, le impide visualizar que el narcotráfico
no se enfrenta dando palos de ciego. Muy por el contrario, se aborda apuntando
a sus causas junto con la intervención y el combate efectivo, por parte del
conjunto de la institucionalidad del Estado –policías, municipios, gobierno,
fiscalía y otros-, dentro de sus respectivas esferas de atribuciones, en
coordinación con una sociedad civil empoderada, consciente de su rol y relevancia
en un estado de derecho.
No está de más puntualizar y recordar que el crimen organizado y el narcotráfico no se combaten con conferencias ni espectáculos mediáticos de prensa, sino que trabajando en forma ordenada, respetuosa, prudente, inteligente y silenciosamente, lejos de las luces de los medios de comunicación convencionales y de las redes sociales. Todo en el marco de la visión de la seguridad dentro de una política de Estado.
La clase política, tiene una
responsabilidad en lo que está ocurriendo al no poner en acción toda la
institucionalidad estatal en apoyo a la lucha contra este flagelo. Y de ello se
está aprovechando el alcalde que ahora está empezando a ser imitado en Calama,
otra comuna al norte de Chile en plena zona minera. Haber hecho la vista gorda
durante décadas, mientras el narcotráfico se expandía, nos está costando cara.
La tentación por el
circo, la estridencia y las declaraciones altisonantes es mala consejera. Acá no
hay atajos.
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