Últimamente han aparecido expresiones anglosajonas de difícil traducción, siendo una de ellas las fake news: hacen referencia a noticias falsas que se hacen pasar como ciertas con el propósito de desinformar y/o engañar deliberadamente y que se difunden a través de los más diversos medios de comunicación. Si bien las fake news han existido desde siempre, su “popularidad” actual se explica esencialmente gracias a su altísima velocidad de propagación a través de las redes sociales –twitter, Facebook, whatsapp- y a su influencia en los resultados de elecciones políticas de muchos países, menoscabando, depreciando el valor de la democracia.
En el ámbito político, su intención es inducir a error en la decisión de voto mintiendo descaradamente a favor de unos y en detrimento de otros. Si bien esto no es nuevo, su fuerza en los tiempos que vivimos reside en que hoy se dispone de una red de comunicación social que no existía en el pasado: las famosas redes sociales que permiten esparcir noticias falsas como reguero de pólvora.
A ello debemos agregar: a) la portentosa la capacidad actual de almacenamiento de datos, que ha dado origen a los “big data” para registrar nuestros datos personales; b) la posibilidad de rastrear nuestras actividades en las redes sociales; y c) el desarrollo de algoritmos capaces de extraer una tipología de perfiles de comportamientos.
Todo ello está permitiendo que se difundan, a velocidad de crucero, las mentiras –las fake news- más apropiadas de acuerdo al perfil que se haya confeccionado para cada uno de nosotros. Lo prueba la última elección presidencial brasileña, donde el ganador, Bolsonaro hizo uso y abuso de ellas, sembrando de dudas la legitimidad de su elección.
Para que todo ocurra, los responsables de generar fake news deben ser personas sin sentido ético-moral alguno, y al otro lado, quienes reciben las fake news, deben ser personas sin capacidad para filtrar información, discernir, reflexionar, poner en duda la credibilidad de lo que se está leyendo. De allí que en los tiempos que vivimos la buena educación esté basada en valores y un profundo sentido ético-moral, y que nos provea de la capacidad para ver bajo el agua, pensar, reflexionar, discernir, separar la paja del polvo, esto es, la mentira de la verdad.
Así de simple, así de complejo.
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