La reforma educacional tiene un foco claro: que el país tenga una educación pública, gratuita y de calidad. Una educación pública que no sea de calidad, no tiene razón de ser, porque de ser así el derecho a la educación pasa a ser letra muerta. Una educación que no sea de calidad pasa a ser una estafa, una burla, un engaño. La gratuidad se relaciona con la necesidad de que todos puedan acceder a ella, y que su acceso a una buena educción no dependa del tamaño de nuestros bolsillos. Quienes deseen pagar por su educación, es su opción, pero no debe serla sobre la base de que al otro lado se tenga una educación pública pobre, famélica, incapaz de darle a los niños y niñas de Chile la formación para ser personas capaces de pensar, de discernir, de tomar decisiones por sí mismos, de actuar autónomamente.
La vía para tener la educación que se quiere, es conversable, o “cocinable” dentro de un entorno culinario, pero no en cualquier cocina ni con cualquier cocinero. Debe ser en cocinas y con cocineros que inspiren confianza, donde lo que esté en juego sean la cantidad y calidad de los ingredientes, los tiempos de cocción, y que el plato que salga no dependa de cuánto se pagó por él ni cuánta utilidad arroja. Una cocina que no seleccione quien puede comer y quién no. Lo importante debe ser que salga el plato que se pide: educación pública, gratuita y de calidad. Un plato cuyo sabor y aroma cautive, que alimente de verdad, que nos de la energía para salir adelante contra viento y marea, que nos permita mirarnos frente a frente, sin pisotearnos.
No es un plato fácil de preparar, pero en algún minuto tenemos que hacerlo. Mientras más temprano, mejor. El fin al lucro, al copago y a la selección son condiciones necesarias para lograr lo que se quiere, aunque no suficiente. Pero es un paso en la dirección correcta que tendrá que ser seguido por otros, entre los que se debe destacar el tema de la formación de los profesores. Profesores bien formados dejan huella indeleble en las vidas de nuestros hijos. Ser profesor es un honor, una responsabilidad, y como tal debe considerarse.
Las familias tienen también un rol insustituible que no es posible soslayar. El modelo de sociedad que estamos construyendo no ayuda para nada a cumplir ese rol. Familias destruidas, cansadas, que no ven a sus hijos hasta tarde por las noches cuando ya están durmiendo por estar cumpliendo jornadas laborales extenuantes. Tampoco ayuda el endeudamiento ni el consumismo desenfrenado.
Desafortunadamente, o afortunadamente, la educación tiene muchas aristas y no es monopolio del establecimiento educacional. La tarea de educar trasciende al establecimiento. En este plano, es también un error pretender creer que con una educación pública, gratuita y de calidad, tendremos resuelto el problema. Pero al menos pasa por ahí.
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