Michelle fue elegida como presidenta, en consideración a que una mayoría significativa de chilenos, compartieron su diagnóstico, su propuesta, y las líneas gruesas del camino por el cual transitar para concretar la propuesta.
Así como hace ya más de 20 años atrás el diagnóstico puso énfasis en la pobreza y la necesidad de reivindicar los derechos humanos, hoy el foco está puesto la persistente y creciente desigualdad.
A lo largo de estas décadas se ha logrado reducir significativamente la pobreza y en el ámbito del respeto a los derechos humanos también se ha progresado en forma importante. Esto, aun cuando hace falta avanzar más si se quiere asegurar que no se repitan los flagrantes atropellos a connacionales cometidos al amparo del monopolio de las armas que ostentan las FFAA; y con el respaldo y apoyo de civiles que hasta la fecha no muestran síntomas de arrepentimiento alguno.
La reducción de la pobreza se logró dentro de los márgenes impuestos por un modelo económico, político y social centrado en la competencia dentro de un mercado desregulado, y un Estado jibarizado, reducido a la más mínima expresión para que los privados den rienda suelta a sus emprendimientos, innovaciones, e interminables abusos. El rol del Estado, de carácter subsidiario, se limitó a contener la pobreza dentro de determinados márgenes, pero no ha sido capaz de incidir en la crónica desigualdad del país, que no es solo de ahora, pero que ha pasado a ser tema de preocupación ciudadana.
El modelo de sociedad actual, instalado a sangre y fuego, está en la raíz del malestar imperante, no obstante los menores niveles de pobreza imperantes, los mayores niveles de consumo de las familias y el mayor ingreso per cápita que se dispone. La torta está distribuida inequitativamente.
La educación, concebida desde siempre como la vía para la movilidad, el ascenso social, ha dejado de serlo. Los niveles de desigualdad existentes, demuestran que la educación, el modelo educativo que tenemos desde el año 1981, ha sido incapaz de contribuir a su reducción. Los retoques que se le han hecho – subvención diferenciada, el copago- sin afectar su esencia, solo han logrado construir uno de los modelos educativos más segregados que puedan existir en el mundo. De hecho, no existe país en el mundo con un modelo educacional como el chileno, con una educación pública abandonada a su suerte. La migración de la matrícula desde la educación municipal a la educación particular subvencionada no se explica por la búsqueda de una mayor calidad en estos últimos, porque no existen evidencias objetivas en esta dirección. Se explica más bien porque las familias aspiran a acceder a redes sociales vinculadas a familias de mayor nivel social, económico y cultural.
Cambiar esta realidad exige no una reforma, sino una revolución educacional. Pero no será una revolución, no porque no se proponga modificar esta realidad, sino porque será gradual, no abrupto. Gradual en el tiempo y en las medidas. No será gratuita de un viaje, ni se elevará la calidad en un dos por tres. Cualquier con dos dedos de frente sabe que es imposible por más que se quiera hacer posible. Extraer la lógica de mercado inserta en la sociedad, no es tarea fácil. Por ello será una reforma educacional, de a poco, pero teniendo clara la concepción subyacente, que la educación no es un bien de consumo transable en el mercado, y un objetivo: tener una educación pública, gratuita y de calidad. Para allá debemos ir, ojalá con el concurso de todos para construir un mejor país.
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