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| Foto de Thomas Ashlock en Unsplash |
Estamos inmersos en medio de un
oleaje del que muchos no sabemos cómo saldremos, ni cómo enfrentar. Estamos ante
olas que sorprenden por su magnitud cuantitativa y cualitativa. Ahora me
referiré a los cambios en el plano laboral, donde los que hemos estado viviendo
en los últimos 50 años no tienen precedentes. Como consecuencia de los avances
tecnológicos, las empresas con miles de trabajadores manuales están, o han
desaparecido para ser reemplazadas por redes de empresas más pequeñas donde
predomina el trabajo intelectual por sobre el manual. El impacto de la
robotización, la automatización, si bien ya lo estamos palpando,
experimentando, para bien y para mal, aún no logramos dimensionarlo.
En el plano de las familias los
cambios también son de una magnitud que aún no somos capaces de aquilatar, pero
esto ya es harina de otro costal del que ya tendremos oportunidad de hablar. Ahora
centrémonos en lo que está ocurriendo en el mundo del trabajo.
Los conocimientos que hoy nos
pide el mercado laboral, y nos pedirá en las próximas décadas, poco tienen que
ver con las que nos exigían, con los que hemos estado siendo educados. Frente a
las vertiginosas transformaciones en que estamos inmersos, los sistemas
educacionales parecen estar a la vuelta de la rueda. Por lo general, los
cambios que observamos son cosméticos, no van a la raíz. A lo más introducimos
nuevas tecnologías en las aulas, cambiamos planes de estudio, modificamos programas
de asignaturas, sin ir al meollo, al núcleo de las habilidades que la sociedad
nos está exigiendo, y nos exigirá a futuro, no solo para trabajar, sino que
para vivir. No olvidemos que, aunque nos cueste creerlo, vamos tendiendo a una
disminución del tiempo dedicado al trabajo, lo que implica un aumento del
tiempo de ocio. También tenemos que aprender a saber qué hacer en estos
crecientes tiempos de ocio que tendremos.
Distintos organismos -nacionales
e internacionales- dan cuenta de que el mundo de las empresas está exigiendo
mayores capacidades de análisis, de pensamiento analítico, creativo y crítico
de los trabajadores, al igual que de adaptación a los cambios, a navegar en
ellos, a no dejarnos abrumar y enfrentarlos como oportunidades abriéndonos a
ellos. También está teniendo mayor peso la capacidad de liderar e influir
positivamente, y cuando me refiero a liderar hago especial hincapié en tener la
capacidad de reunir en una misma persona al pensador, al realizador y al
soñador, trilogía de atributos que pocos poseen en forma natural.
El tema no se agota con lo señalado,
pero es suficiente para deducir una creciente valoración de competencias
blandas no automatizables, y que se relacionan con el saber ser, estar y
conocer, antes que con el saber hacer, dado que para esto último estarán las
máquinas, los robots, la inteligencia artificial.
No hay mucho nuevo bajo el sol
dado que estas competencias blandas siempre han sido relevantes, no solo en el
mundo del trabajo, sino que en el diario vivir. Lo que ha ocurrido es que su
peso ha ido in crescendo como consecuencia de la automatización de las
competencias duras. En síntesis, a los trabajadores de hoy y mañana se les está
exigiendo cada vez mayores capacidades no automatizables, o difíciles de
automatizar. Lo positivo de todo esto es que apunta a desarrollarnos más como
personas, a ser más humanos, no más máquinas. No olvidemos que hace un siglo
atrás, en las empresas los trabajadores éramos los engranajes de las máquinas
de producción como tan bien lo ilustra la película Tiempos Modernos cuyo
protagonista principal es Charlie Chaplin.

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