Hace un par de semanas
me escribió un amigo con quien compartimos gratas tertulias en Arica, en la segunda
mitad de la década de los 80, que desde los noventa reside en Santiago. Ambos
estudiamos en Beaucheff en los tiempos bravos, la segunda mitad de los años 60
e inicios de los 70. Él ingresó un par de años después. Habitualmente le hago
llegar las columnas que escribo en mi blog. A continuación, transcribo el
escueto diálogo que sostuvimos recientemente por whatsapp (A: mi interlocutor; B: yo):
A: Hola estimado
Rodolfo ¿qué tal un artículo sobre el caso Compra Fallida de Casa de Allende?
¿Hasta cuándo el gobierno sigue en Modo Aprendizaje?
B: Jaja, una
vergüenza!!! Aparte de eso, ¿de qué otra cosa podría escribir? ¿No basta con lo
ya escrito?
A: Es que siempre echo
de menos visiones más ecuánimes, aún cuando seas partidario de Boric. En
general, las miradas con un solo prisma, en mi opinión, pierden imparcialidad y
credibilidad. Este gobierno va metida en metida de pata, plagado de
improvisaciones, con dramas en educación, salud y economía.
Hoy este amigo, como tantos otros, se cansó de la izquierda y se pasó a la otra vereda clamando por más seguridad y crecimiento económico. Está jubilado y creo que ha sido tentado por los cantos de sirena provenientes del sesgo de quienes guían el comportamiento de las élites chilenas. Este amigo echa de menos una visión más ecuánime de mi parte, dado que considera que las miradas con un solo prisma, les hacen perder imparcialidad y credibilidad.
El diálogo transcrito
fue a raíz de la compra que el gobierno se ha propuesto de la casa donde vivió
Allende para transformarla en museo, al igual que con la casa de Aylwin. Con la
compra de la casa de Allende se armó la batahola porque entre sus dueños
figuran Isabel Allende, actual senadora e hija de Salvador, y Maya Fernández, ministro
de Defensa del actual gobierno y nieta de Salvador. Estaríamos ante un clásico
caso de nepotismo y de flagrante violación de una disposición constitucional, o
una ley, que prohíbe contratos de venta entre el Estado y familiares inmediatos
de personeros o funcionarios públicos del poder ejecutivo, legislativo o
judicial. Por ello, el gobierno tuvo que echar marcha atrás a la compra. Sin duda
que se trata de un hecho grave que no debió haber ocurrido, que merece ser
denunciado, y es bueno y sano que así haya ocurrido posibilitando que se echara
marcha atrás en lo que se pretendía hacer. Ese es el valor de la democracia,
que permite las denuncias sin que les caigan encima las penas del infierno a
los denunciantes -torturas, despidos, desapariciones, muertes, etc.-.
Con lo que estaba
haciendo la oposición bastó y sobró para que el gobierno se percatara que se
hizo un nuevo autogol. No era necesario que me sumara al coro opositor que no
conforme con la renuncia de una ministra, que no vio la flagrante ilegalidad en
que se estaba incurriendo, pide las penas del infierno que nunca pide cuando
los errores los cometen algunos de los suyos. ¿Es que acaso ellos son los ecuánimes,
los imparciales y nosotros, quienes no comulgamos con el sibilino lenguaje
mercurial y sus compañeros de ruta, los sesgados, los parciales, los incapaces
de ver la verdad revelada?
En mi opinión, las
casas de las familias de Allende y Aylwin no deben ser compradas, debieran ser
donadas por sus respectivas familias si el Estado tuviese algún interés por
conservarlas como museos, como representantes de un modelo de sociedad, de
gobierno, para conocimiento de generaciones futuras.
En síntesis, no me sumo
al sesgo en que sí incurre la derecha y la ultraderecha que ahora hace gárgaras
frente a un caso que no le llega ni a los talones de aquellos casos que ocultaron
en tiempos del innombrable. Como botón de muestra, el regalo por parte del
Estado de centenares de propiedades de CEMA-Chile a doña Lucía, o las
privatizaciones a precio de huevo de empresas públicas a altos personeros del
régimen de entonces.
Está bien que griten,
que reclamen, pero por favor, no me pidan que me sume a quienes en su momento
no gritaron ni reclamaron, sino todo lo contrario. Es lo único que pido. Aunque
esté equivocado, prefiero seguir en la acera en que estoy. Porque sigo creyendo
más en un país visto como una sociedad antes que como una suma de individuos,
cada uno rascándoselas con sus propias uñas.
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