enero 18, 2025

La casa de Guardia Vieja: una compra fallida

Hace un par de semanas me escribió un amigo con quien compartimos gratas tertulias en Arica, en la segunda mitad de la década de los 80, que desde los noventa reside en Santiago. Ambos estudiamos en Beaucheff en los tiempos bravos, la segunda mitad de los años 60 e inicios de los 70. Él ingresó un par de años después. Habitualmente le hago llegar las columnas que escribo en mi blog. A continuación, transcribo el escueto diálogo que sostuvimos recientemente por whatsapp (A: mi interlocutor; B: yo):

A: Hola estimado Rodolfo ¿qué tal un artículo sobre el caso Compra Fallida de Casa de Allende? ¿Hasta cuándo el gobierno sigue en Modo Aprendizaje?

B: Jaja, una vergüenza!!! Aparte de eso, ¿de qué otra cosa podría escribir? ¿No basta con lo ya escrito?

A: Es que siempre echo de menos visiones más ecuánimes, aún cuando seas partidario de Boric. En general, las miradas con un solo prisma, en mi opinión, pierden imparcialidad y credibilidad. Este gobierno va metida en metida de pata, plagado de improvisaciones, con dramas en educación, salud y economía.

Hoy este amigo, como tantos otros, se cansó de la izquierda y se pasó a la otra vereda clamando por más seguridad y crecimiento económico. Está jubilado y creo que ha sido tentado por los cantos de sirena provenientes del sesgo de quienes guían el comportamiento de las élites chilenas. Este amigo echa de menos una visión más ecuánime de mi parte, dado que considera que las miradas con un solo prisma, les hacen perder imparcialidad y credibilidad.

El diálogo transcrito fue a raíz de la compra que el gobierno se ha propuesto de la casa donde vivió Allende para transformarla en museo, al igual que con la casa de Aylwin. Con la compra de la casa de Allende se armó la batahola porque entre sus dueños figuran Isabel Allende, actual senadora e hija de Salvador, y Maya Fernández, ministro de Defensa del actual gobierno y nieta de Salvador. Estaríamos ante un clásico caso de nepotismo y de flagrante violación de una disposición constitucional, o una ley, que prohíbe contratos de venta entre el Estado y familiares inmediatos de personeros o funcionarios públicos del poder ejecutivo, legislativo o judicial. Por ello, el gobierno tuvo que echar marcha atrás a la compra. Sin duda que se trata de un hecho grave que no debió haber ocurrido, que merece ser denunciado, y es bueno y sano que así haya ocurrido posibilitando que se echara marcha atrás en lo que se pretendía hacer. Ese es el valor de la democracia, que permite las denuncias sin que les caigan encima las penas del infierno a los denunciantes -torturas, despidos, desapariciones, muertes, etc.-.

Con lo que estaba haciendo la oposición bastó y sobró para que el gobierno se percatara que se hizo un nuevo autogol. No era necesario que me sumara al coro opositor que no conforme con la renuncia de una ministra, que no vio la flagrante ilegalidad en que se estaba incurriendo, pide las penas del infierno que nunca pide cuando los errores los cometen algunos de los suyos. ¿Es que acaso ellos son los ecuánimes, los imparciales y nosotros, quienes no comulgamos con el sibilino lenguaje mercurial y sus compañeros de ruta, los sesgados, los parciales, los incapaces de ver la verdad revelada?

En mi opinión, las casas de las familias de Allende y Aylwin no deben ser compradas, debieran ser donadas por sus respectivas familias si el Estado tuviese algún interés por conservarlas como museos, como representantes de un modelo de sociedad, de gobierno, para conocimiento de generaciones futuras.

En síntesis, no me sumo al sesgo en que sí incurre la derecha y la ultraderecha que ahora hace gárgaras frente a un caso que no le llega ni a los talones de aquellos casos que ocultaron en tiempos del innombrable. Como botón de muestra, el regalo por parte del Estado de centenares de propiedades de CEMA-Chile a doña Lucía, o las privatizaciones a precio de huevo de empresas públicas a altos personeros del régimen de entonces.

Está bien que griten, que reclamen, pero por favor, no me pidan que me sume a quienes en su momento no gritaron ni reclamaron, sino todo lo contrario. Es lo único que pido. Aunque esté equivocado, prefiero seguir en la acera en que estoy. Porque sigo creyendo más en un país visto como una sociedad antes que como una suma de individuos, cada uno rascándoselas con sus propias uñas.

 

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