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Este domingo 24 de noviembre del 2024 tuvieron lugar dos procesos electorales, en Uruguay y en Chile. Ambos correspondientes a balotajes o segundas vueltas. En el caso uruguayo, a una elección nacional presidencial entre las dos primeras mayorías, Álvaro Delgado y Yamandú Orsi; en el caso chileno, a una elección regional de gobernadores en todas aquellas regiones donde ninguno de los candidatos había alcanzado la mayoría necesaria en la primera vuelta.
La relevancia de ambas elecciones residía en que se
dan en un contexto mundial propenso a la polarización, incertidumbre, y
desgaste de la democracia, contexto en el que las posturas extremas están
sacando mayores réditos. Prueba lo señalado los gobiernos presididos por Milei
en Argentina, Maduro en Venezuela, Bukele en El Salvador, Ortega en Nicaragua,
Trump en EEUU, Putin en Rusia, Netanyahu en Israel. Y están al acecho en Brasil
y Francia, al igual que en muchos otros países.
A diferencia de lo que estamos viendo en esos países,
en Uruguay sus ciudadanos se dieron el gusto de dejar pasar al balotaje a los dos
candidatos con posturas más moderadas, uno representando a la centroderecha, y
el otro a la centroizquierda, dejando fuera a los candidatos extremos.
Álvaro, del Partido Nacional, cargó sobre sus hombros
la responsabilidad de ser el candidato de la continuidad del gobierno de
Lacalle Pou, desgastado tanto por un narcotráfico que llegó a las puertas
mismas de su oficina presidencial, como por una política proclive al
neoliberalismo. Su contrincante Yamandú, del Frente Amplio, por el contrario,
reivindicó la necesidad de acotar los espacios de acción al neoliberalismo, reivindicando
el rol del Estado para hacer frente a la desigualdad. Su origen provinciano, su
carácter humilde, su condición de profesor, y su talante proclive a la búsqueda
incesante de los acuerdos, fueron sus cartas de presentación que finalmente
posibilitaron su triunfo. Un triunfo que tonifica no solo a la izquierda
uruguaya, sino mundial.
Por su parte, en Chile se daba por sentado que la
derecha y la extrema derecha triunfarían por paliza en el balotaje de la
elección de gobernadores. Tenían todas las de ganar ya sea por la tendencia
mundial más arriba mencionada, como por el caso de abuso sexual de parte del
subsecretario del interior (Monsalve) que les vino anillo al dedo, como por los
problemas de seguridad imperantes y las dificultades del gobierno para impulsar
el crecimiento económico y llevar a cabo su agenda. Se presumía que el triunfo de
la derecha sería arrollador. Para sorpresa de todos, no hubo tal triunfo
arrollador que aseguraran un próximo gobierno de derecha. Sin perjuicio de lo
expuesto, siguen teniendo todas las de ganar, al menos en tanto no surja con
nitidez un candidato en representación de las fuerzas de izquierda y centro
izquierda.
Lo más importante de los resultados de la elección de
gobernadores, es que muestran un claro rechazo a posturas maximalistas, dando
preferencia a quienes están dispuestos a ceder, a buscar acuerdos y puntos de
encuentro. Eso pareciera explicar gran parte de la derrota tanto de candidatos opositores,
como de proclives al gobierno. Es el caso de los candidatos del partido
republicano que llegaron a la segunda vuelta, pero no pasaron este tamiz, al
igual que la candidata de la UDI en Valparaíso (María José Hoffman). O el caso
de Alejandro Navarro, quien pensó que la ciudadanía obviaría su respaldo a
Maduro en tiempos no muy lejanos.
En fin, se me quedan muchas cosas en el tintero, pero
lo relevante, es que los procesos electorales en Uruguay como en Chile, por
parte de gobiernos de distinto signo, se llevaron a cabo democráticamente y en
forma ejemplar, con resultados conocidos en la misma noche, aceptados por todos.
Todo esto marca una enorme diferencia con el proceso electoral que no hace
mucho se llevó a cabo en Venezuela, pleno de vacíos, y donde su gobierno presume
de un triunfo que no ha sido capaz de demostrar hasta el día de hoy.
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