Hoy, con mi señora, la misma con que me casé
hace ya más de 50 años, ya llevamos más de dos semanas en Alemania, en
Niederklingen, un pueblo con menos de mil habitantes, donde vive uno de mis
hijos con su familia. Un pueblo a menos de una hora de Frankfurt am Main, donde
nació mi madre. Un pueblo precioso, donde no hay ni una botillería, ni un café,
ni un comercio, exceptuando una pequeña carnicería que abre ocasionalmente, y
una panadería móvil sobre un motorhome que se posiciona una vez por semana, los
días viernes por la mañana. Por sus callejuelas casi no se ve gente ni siquiera
los días de sol. Nuestras caminatas diarias son a Obenklingen, un pueblo gemelo
que está a un kilómetro de distancia. Una vez caminamos hacia Habitzheim que
está a unos 4 kilómetros por caminos rodeados de campos cuidadosamente arados y
sembrados. Otra vez quise hacer el mismo camino perdiéndome, por lo que tuve
que regresarme para no perderme totalmente. Otra vez quisimos ir con mi esposa a
Hering, otro pueblo cercano, siguiendo las indicaciones que me dio mi hijo,
pero también nos perdimos, ahora en medio del follaje de los bosques que
atravesábamos. Nos regresamos con la cola entre las piernas.
Estamos en una zona llena de pequeños pueblos,
unos más grandes que otros, que están distanciados a tan solo minutos
conformando una red de poblados interdependientes y comunicados entre sí por caminos
o carreteras siempre en buen estado, gracias a empresas responsables de su
mantenimiento y que están siempre atentos a cualquier imprevisto o denuncia de
algún vecino para efectuar las reparaciones que las circunstancias exijan. Reparaciones
que están reducidas al mínimo gracias a una mantención preventiva que se realiza
escrupulosamente.
Las reglas de tránsito son respetadas por los
conductores, y pobre de quien las pase a llevar. Al menos recibirá los
improperios de quien lo haya detectado. Las exigencias para tener licencia de
conducir son altas, pero una vez que dispones de ella, es de por vida, sin
necesidad de andar renovándola periódicamente. Se te suspende o quita la
licencia si has cometido alguna falta, dependiendo de su gravedad y frecuencia.
Hoy llueve intensamente. Acá estamos ya a fines
de verano. Mañana nos vamos a Berlín, a estar con nuestra hija y nieto mayor.
Escribo estas líneas por la mañana estando los nietos en el colegio, localizado
en Darmstadt, a menos de media hora de acá. La calidad de vida por estos lares
es alta. Las casas bien construidas, con muchos paneles solares a la vista, y
muchas de ellas con sus muros exteriores reforzados con placas de materiales aislantes
destinadas a reducir la necesidad de calefacción y consumo de energía eléctrica
en invierno. Reformas que se realizan con un alto porcentaje de ayuda financiera
gubernamental.
Los espacios públicos tienen una limpieza que
para un sudamericano como uno sorprenden. No es que existan brigadas de limpieza
que estén todos los días limpiando, simplemente no se ensucian. Tan solo basta
que existan lugares con basureros donde la gente deposita sus desechos. Basureros
que nunca están llenos porque periódicamente son vaciados. Impresiona ver como
los propios visitantes se encargan de dejar todo limpio. No se ve ni un papel
tirado.
Tampoco veo la obesidad que observo en Chile. Se
ven gordos y gordas, pero no en la proporción que encontramos en Chile donde ya
es todo un tema de salud pública. Mucha gente tiene el hábito de caminar por
las calles, algunos con sus hijos o nietos, algunos con perros, otros solos. No
se ven perros sueltos, ni quiltros, ni perros sin dueños. Tampoco se ven cables,
ni marañas de cables por los aires. Sí muchas bicicletas, las que son
respetadas por peatones y conductores de coches. Ciclistas que también respetan
a peatones.
Todo en forma natural, sin que tengan que
existir policías encima para asegurar que las reglas, las leyes, o las
disposiciones vigentes se cumplan. Es algo que pareciera estar internalizado, incorporado
culturalmente, en el deber ser, en la responsabilidad de cada uno. Lo descrito
es de una fuerza tal que no solo lo he podido observar en los alemanes
propiamente tales, sino que también en los inmigrantes, que no son pocos y que
tienen distintos orígenes: turcos, sudamericanos, portugueses, entre otros. Inmigrantes
que con el tiempo, unos más que otros, se han ido adaptando y haciendo suya
esta cultura sin necesariamente renunciar a su identidad.
Una sociedad compleja no exenta de problemas,
pero que muestra signos de vitalidad y riqueza intercultural apasionantes.
Bienvenida en el viejo continente que agoniza en su lujo y obsesiones maniáticas, donde la extrema derecha nacionalista repunta en casi todos los países. En Alemania, es la otra cara del orden público, todo limpio pero con el resultado que el extranjero aparece como un mancha sucia. En Francia, el mismo nacional-centrismo disfraza la invasión de ideas radicales en ambos extremos políticos, que quieren ambos más deudas públicas y rechazan cualquier ley económica o argumento de buen sentido, y se preparan a pactizar con el fascismo ruso. Es el suicidio de un mundo flojo del bienestar, que va a caer como una fruta madura en las manos de los poderes autocráticos.
ResponderBorrarLo que señalas es una posibilidad, que espero no se concrete.
BorrarEstimado Rodolfo, muy buen relato. Como me gustaría que mi ciudad Los Andes tuviera algunas de las característica que señalas, un Los Andes limpio, sin rayados en las viviendas y comercio, sin vendedores ambulantes, sin cables en el alumbrado público, donde día a día instalan más sin retirar ninguno. Pero solo son buenos deseos. La raza es la mala como decía pariente. Saludos y ven a visitarnos.
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