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No deja de llamarme la atención cómo, en Uruguay, persistentemente se ande jorobando al loco Bielsa en su calidad de entrenador de la selección uruguaya, de la gloriosa celeste. Las razones que se esgrimen van desde que no es uruguayo hasta su manera de ser, que no mira a los ojos, que es obsesivo, que no cita a jugadores que debieran estar.
No deja de
sorprenderme porque Uruguay siempre ha sido un país abierto a los extranjeros,
a los mismos argentinos; porque Uruguay, futbolísticamente es un país con
pretensiones, las que están avaladas por su historia. Una historia que se
remonta a tiempos pasados. Desde mediados del siglo pasado, que no hemos
logrado campeonar a nivel mundial. Nos apoyamos en tiempos legendarios, pero
desde entonces no logramos despertar, salvo momentos puntuales, chispazos.
Tan solo de la mano
de Washington Tabarez volvimos a creer gracias a un trabajo en serio, a fondo,
a un proceso de largo aliento que nos ha permitido volver a soñar, a creer. Ese
ciclo se agotó por el paso ineludible del tiempo que, nos guste o no, deja su
huella. Así fue, y los dirigentes se abocaron a la búsqueda de un nuevo
entrenador, de un nuevo director técnico. De un nuevo coach, no para andar a la
vuelta de la rueda, sino que para sacar lo mejor de los uruguayos, para
campeonar, para dejar de jugar a la defensiva, arratonados, de contragolpe.
Se buscó y encontró un
técnico con experiencia, el loco Bielsa. Loco por cierto, obsesivo, maniático,
llevado por sus ideas, todo lo que se quiera, pero no nos olvidemos de lo que
importa ¿y qué es lo que importa? Que Uruguay salga adelante, que sea
protagonista, que los jugadores den lo mejor de sí, que seamos capaces de
pararnos de igual a igual con quien sea se nos ponga por delante, que juguemos
bien, limpiamente, mirando el arco rival, seamos capaces de resistir los 90
minutos de juego, y por último, su ganamos, miel sobre hojuelas.
¿Y qué es lo que ha
ocurrido? Bielsa llegó encantado, con plena confianza en que con los jugadores
que cuenta Uruguay, podía sacarles trote y llegar lejos con ellos. Sabía el
terreno que pisaba. Lo que no sabía, y es lo que sorprende, que tendría tantos
detractores porque no es uruguayo, o porque no pone a determinados jugadores,
porque está apostando a una renovación, a una generación de recambio. Todas críticas
que pueden tener algún grado de validez, pero a la hora de la verdad, lo que
importan son el juego que se despliega, y por añadidura, los resultados. Y éstos
están a la vista.
Pocos imaginaron que a
estas alturas Uruguay estaría en la parte alta de la tabla por las eliminatorias
en el próximo campeonato mundial de futbol. Nadie ni en sus mejores sueños se
imaginó que seríamos capaces de ganarles a los actuales campeones mundiales,
los argentinos, en su salsa; ni a los brasileros en el Centenario. Nos paramos
en la cancha como hacía tiempo no lo hacíamos, sin importar a quien tengamos
por delante. Algún mérito habrá de tener el entrenador, el loco Bielsa. Se nota
su mano.
A pesar de los logros
alcanzados a la fecha, las críticas y las zancadillas a su trabajo, a su manera
de ser, a los nombres de los jugadores que convoca, persisten, como si se
desease que fracase. A este paso corremos el riesgo de la profecía autocumplida,
esto es, que sea tanta la crítica que el cántaro se rompa. Y terminemos
mordiendo el polvo de la derrota.
Es lo que me temo
cuando veo cómo no pocos respiran por la herida a través de las redes sociales,
cuando veo a muchos de quienes nos dieron grandes triunfos en el pasado por no
ser convocados, ahora se restan, renunciando a la selección. El amor propio les
hace jugar una mala pasada.
A esta altura del
partido, si queremos llegar lejos, solo nos queda confiar en la mano del loco,
en respaldar sus decisiones, sus exigencias y su estrategia de juego que calza
muy bien con lo que somos.
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