Sigo de cerca lo que está ocurriendo con Milei, desde su ascenso a la primera magistratura hasta la actualidad. No es un seguimiento puntilloso, sino a la distancia. Es claro que desde el primer día de su ingreso a la Casa Rosada, avalado en su triunfo electoral, enciende la mecha permanentemente como si todavía fuese candidato, como si siguiera en campaña. Lo demuestra cuando afirma que Argentina está viviendo un momento histórico, que es ahora o nunca, y pide, haciendo uso y abuso de las redes sociales, que lo apoyen y acompañen.
Parece olvidar que no
se gobierna insultando, ignorando o buscando capturar a la oposición, ni frente
a una pantalla de un computador o de un celular para andar contabilizando los “me
gusta” que recibe en twitter o Facebook. Parece olvidar que está gobernando un
país real, no un país virtual. También pareciera declararse en estado de guerra,
desconociendo la división de poderes. Habiendo promovido en el pasado el federalismo,
hoy, frente a un posicionamiento de los gobernadores de las provincias del sur,
no encuentra nada mejor que calificarlo de amenaza sediciosa.
Estamos frente a una
personalidad que no sé cómo calificar, pero que no dudo en considerar no apta
para gobernar democráticamente. Milei tiene legitimidad de origen, de eso no
cabe duda alguna, pero esa legitimidad debe ir acompañada de una legitimidad de
ejercicio, lo que no se observa dado que, tanto él como quienes lo acompañan,
parecen desconocer las reglas democráticas y los límites que impone el
ejercicio democrático, los que son excedidos una y otra vez. Hay toda una
paradoja, porque quienes están tras Milei surgen democráticamente, mediante el
voto, pero se apoderan del poder del Estado para lanzarse contra él, porque no
creen en él, sosteniendo que todo lo que hace el Estado lo hace mal. Asumieron
para destruirlo, y en eso están con motosierra en mano. Y de la mano de parte
de la casta política a la que tanto basureó a lo largo de su campaña.
Pero gobernar
democráticamente es otro cuento. No se gobierna democráticamente
descalificando, insultando o amenazando. La legitimidad de ejercicio implica
respetar la división de poderes imperante, respetar a la oposición, persuadir, buscar
acuerdos antes que andar imponiendo políticas avalado en mayorías electorales. Obtuvo
la mayoría para ser presidente, pero no la obtuvo en el parlamento, ni la tiene
entre los gobernadores. Esto le exige negociar, a lo que no parece estar
dispuesto. Quiere imponer, jugar al todo o nada. ¿Pretenderá gobernar por
decreto? ¿con las FFAA?
Milei no es Bolsonaro
ni es Trump. tienen parecidos, pero no son los mismos. Los une su adhesión a
una nueva derecha, una ultraderecha que ha sido capaz de desplegarse a nivel
mundial, ocupando espacios que nadie imaginó ante el vacío dejado por la caída
del muro de Berlín seguido del derrumbe del imperio soviético y de sus países satélites
que conformaban el pacto de Varsovia. Una nueva derecha nacionalista de la boca
para afuera, pero que postula un modelo global socioeconómico transnacional
específico, el neoliberal. Una nueva derecha experta en manejo de las redes
sociales para transmitir sus mensajes (“medias verdades”) al por mayor que se
distribuyen como bombas de racimo.
Una nueva derecha que
ha descubierto un nuevo modo de dar batalla, que arremete con un modo de hacer
política que en estricto rigor nada tiene de tal si la entendemos como un espacio
de debate, de pluralidad de voces, no de pensamientos únicos.
Todo esto hay que
vincularlo con las redes sociales en que se apoya Milei aprovechando que ellas
constituyen un fenómeno más emocional que racional. Milei dedica horas y horas
a las redes sociales para enviar mensajes que no son de pacificación, sino muy
por el contrario, de provocación. Siendo presidente actúa como si aún estuviese
en campaña para conquistar la presidencia. Pero ese tiempo ya fue.
Hoy, ya como
presidente no le corresponde seguir exacerbando los ánimos, y si así lo hace, entonces
cabe pensar que lo que aspira es generar un caos con el propósito inconfesado
de estresar a la población, de infundir miedo, depresión con miras a generar un
ánimo derrotista, junto con debilitar el interés y la esperanza ciudadana. Todo
esto en el marco de un plan maquiavélico, sádico, sistemático para imponer,
contra viento y marea, un nuevo modelo socio-económico.
Recordemos que Milei
es un presidente que surge de una demonización de la política a pesar de ser
parte de ella. Tanto en su discurso como en la práctica alienta la anti
política como lo prueba la forma con que se relaciona con la “casta política”,
como le gusta llamar a los políticos, el parlamento, los gobernadores y los
dirigentes sindicales. Es un presidente que surge de las redes sociales, como
panelista de la televisión, que cree que está en una suerte de reality show.
Milei siempre ha sido
así, pero que como presidente opte por estar permanentemente insultando,
descalificando en vez de persuadir, no le hace bien a Argentina ni a ningún país
del mundo y amenaza con afectar la salud mental de los argentinos, si es que ya
no están afectados. Al paso que vamos, me temo que desde el parlamento
argentino surjan voces destinadas a acusarlo constitucionalmente por
incapacidad psíquica para gobernar. Incapacidad reflejada en su permanente agresividad
e irritación con quienes no comparten sus planteamientos.
No hay que olvidar
que Milei ganó porque la rabia de los argentinos con la realidad que viven fue
mayor que el miedo a sus propuestas, pero al paso que vamos corre el riesgo de
que esta rabia se vuelque en su contra. En política el diálogo real, verdadero,
no es prescindible, es condición necesaria para salir adelante.
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