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Como consecuencia de la contundente derrota de la opción a la que adhería el gobierno en el plebiscito de salida, no obstante que los análisis abundan, no por ello me abstendré del mío. Acá va.
Sin duda que la derrota cuesta asimilarla y comprenderla en
toda su magnitud. Lo más fácil es achacarla a factores externos, que si bien
existieron, no los considero determinantes para un resultado que no se
esperaba, al menos de la magnitud que alcanzó. Nadie, ni siquiera en la
oposición se atrevió a vaticinar una diferencia por sobre 20 puntos (68% versus
32%).
La oposición se encargó de distribuir noticias falsas a
través de las redes sociales de manera descarada sembrando a diestra y
siniestra dudas, inquietudes, temores, miedos. Los medios de comunicación
convencionales también contribuyeron, al igual que la difícil situación
económica que está viviendo la gran mayoría de los hogares. A ello agréguese la
disparidad de recursos financieros disponibles por parte de una y otra opción
fue enorme.
Nadie duda de lo señalado, pero no es nada nuevo. Esta
realidad también se dio en la campaña para el plebiscito de entrada y para la
presidencia, tanto en la primera y segunda vuelta. Y sin embargo, casi el 80%
quiso una nueva constitución y Boric logró acceder a la presidencia en forma
holgada. Sin embargo ahora no fuimos capaces de repetir los triunfos
anteriores, y por el contrario, perdimos por paliza, farreándonos una
oportunidad histórica.
¿Qué pasó? Sin perjuicio de factores que incidieron, pero
siempre estarán presentes cuando quieres realizar transformaciones profundas,
tengo el convencimiento de que acá fueron factores internos, errores nuestros, que
están bajo nuestra responsabilidad los que hicieron posible este traspié. Intentaré
bosquejarlos someramente.
El proceso constituyente llevado a cabo por los
convencionales estuvo plagado de incidentes desafortunados, por decir lo menos.
Como era de esperarse, estos incidentes fueron multiplicados adinfinitum por
las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales. También hizo lo
suyo el predominio de convencionales “independientes” provenientes de
movimientos sociales por sobre los convencionales “políticos”, cuya mirada
tiende a ser más amplia, larga y dúctil que la de los primeros.
El resultado de la convención, la “nueva constitución” en vez
de entregar estabilidad y certidumbre, en la práctica incorporó inestabilidad e
incertidumbre al abrir espacio a las más diversas interpretaciones, dando alas
a los más variados temores en sectores moderados que terminaron siendo
capturados por los opositores. Todo esto, por cierto, multiplicado al por mayor
por todas las vías imaginables.
El concepto de plurinacionalidad y de las autonomías
indígenas fue muy mal entendido, y por lo mismo, mal explicado, mal comunicado.
No pocos se compraron el cuento de que el país se dividiría en tantas partes
como regiones o grupos indígenas existen. Y si fue bien transmitido, significa
simplemente que el país no está preparado, no está en condiciones de asumir la plurinacionalidad.
Fuimos por todo, pero el resultado no cuajó. La mayoría
encontró en la nueva constitución al menos algo que objetar y que lo motivaba a
rechazar. Perdimos a los moderados, olvidándonos que son claves. Olvidamos que
en el plebiscito de entrada se ganó por casi el 80% gracias a que hasta
sectores de derecha votaron por una nueva constitución porque entendían que la
del 80 ya no daba para más. Olvidamos que el triunfo de Boric se produjo
gracias a que al frente había un candidato de ultraderecha y que para la
segunda vuelta moderó su programa y logró atraer para sí a todo un mundo que
tiende a ser presa fácil de la derecha. Nos olvidamos de lo que en su momento
sostuvo Boric en su primer discurso presidencial: vamos lento porque vamos
lejos.
Hay otros factores internos, pero con éstos bastan. Fuimos
por lana y salimos trasquilados. Se jugó al todo o nada, y se perdió. Así de
simple. En democracia esto es sin llorar. Solo nos queda lamer nuestras
heridas, aprender de los errores, corregirlos y levantar cabeza.
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