Fuente: Rodolfo Schmal |
Poco antes del último plebiscito de salida, el presidente Boric afirmó que de ganar el rechazo da por sentado que se haría necesaria una nueva convención, lo que en su momento descolocó a medio mundo. Sí, descolocó a moros y cristianos, a adherentes y opositores porque todos se planteaban de otra manera.
Mal
que mal, entre los partidarios del rechazo estuvieron quienes no quieren la
constitución actual, pero que tampoco les gusta para nada la constitución que
se propone y que decidieron rechazar para entrar a reformar la constitución
actual.
Entre
los del apruebo estuvieron quienes no les gusta la constitución que se propone,
pero que la prefieren antes que la actual. Los partidarios acérrimos del
apruebo objetaron las expresiones de Boric porque asumía, en forma implícita,
que el rechazo podría ganar. Y los extremistas del rechazo, que son quienes
quieren seguir con la constitución actual tal como está, las criticaron porque
aspiraban que un triunfo del rechazo implicara automáticamente la continuidad
de la constitución del 80.
Ahora,
con el inobjetable triunfo del rechazo en la mano, está meridianamente claro
que el país, si bien no quiere la constitución actual –lo que fue expresado
categóricamente en el plebiscito de entrada por casi el 80% de los votantes-
tampoco quiere la propuesta constitucional elevada por la convención. La
pregunta que habría que hacerse es si habría que elegir una nueva convención
para que hagan otra propuesta constitucional que habría que someter a
plebiscito, y así sucesivamente hasta que se apruebe una nueva constitución. En
matemáticas esto se llamaría el ¨método de las aproximaciones sucesivas” hasta
encontrar una constitución aceptable, esto es, aprobada por la mayoría.
Teóricamente así sería, pero no creo que lo sea porque el país resistiría vivir
varios años en este estado de “aproximaciones sucesivas”. Por lo demás, nada
asegura que esto tienda a algo, porque podrían ser también oscilaciones en
diversas direcciones y que al final no se aproxime a nada. En política las
matemáticas no siempre calzan.
El
tema es ciertamente complejo. El país pareciera estar partido en dos con
miradas totalmente opuestas. Quizás podríamos hablar de cuatro países: el de la
derecha (15%) que estuvo por el rechazo a secas para seguir con la constitución
actual sin modificaciones; una centroderecha (35%) que estuvo por el rechazo
para reformar, tomando como base la constitución actual para reformarla; una
centroizquierda (35%) en la que unos habrían estado por el apruebo para
reformar la constitución propuesta y reformar algunas de sus partes, así como
otros que habrían estado por el rechazo, pero no para mantener la constitución
actual, sino que para modificarla sustancialmente; y una izquierda (15%) que
estuvo a ojos cerrados por aprobar la constitución propuesta. Las cifras son al
azar y dan cuenta de mi impresión. Lo que quiero decir es que alrededor de un
70% estaría por otra constitución, distinta de la actual y de la propuesta.
Vamos
a ver en qué termina esto, pero tengo mis aprensiones porque no obstante
algunos gestos de buena voluntad, a la hora de los quiu, no faltan las
zancadillas. Los ánimos están demasiado caldeados en un contexto mundial
inestable en términos tanto económico-sociales como políticos. Sin embargo, la
esperanza es lo último que se pierde. Mal que mal, el horno no está para
bollos, ni para unos ni para los otros.
El
gran aliciente que existe para salir airosos del trance en que estamos, es que
si no salimos adelante, perdemos todos. Nadie gana, ni siquiera los de arriba.
En tal sentido no debemos descartar alguna salida inesperada e insospechada
imposible de predecir en un país como Chile.
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