septiembre 25, 2022

Especulando desde Pullay

Fuente: Rodolfo Schmal

Poco antes del último plebiscito de salida, el presidente Boric afirmó que de ganar el rechazo da por sentado que se haría necesaria una nueva convención, lo que en su momento descolocó a medio mundo. Sí, descolocó a moros y cristianos, a adherentes y opositores porque todos se planteaban de otra manera.

Mal que mal, entre los partidarios del rechazo estuvieron quienes no quieren la constitución actual, pero que tampoco les gusta para nada la constitución que se propone y que decidieron rechazar para entrar a reformar la constitución actual.

Entre los del apruebo estuvieron quienes no les gusta la constitución que se propone, pero que la prefieren antes que la actual. Los partidarios acérrimos del apruebo objetaron las expresiones de Boric porque asumía, en forma implícita, que el rechazo podría ganar. Y los extremistas del rechazo, que son quienes quieren seguir con la constitución actual tal como está, las criticaron porque aspiraban que un triunfo del rechazo implicara automáticamente la continuidad de la constitución del 80.

Ahora, con el inobjetable triunfo del rechazo en la mano, está meridianamente claro que el país, si bien no quiere la constitución actual –lo que fue expresado categóricamente en el plebiscito de entrada por casi el 80% de los votantes- tampoco quiere la propuesta constitucional elevada por la convención. La pregunta que habría que hacerse es si habría que elegir una nueva convención para que hagan otra propuesta constitucional que habría que someter a plebiscito, y así sucesivamente hasta que se apruebe una nueva constitución. En matemáticas esto se llamaría el ¨método de las aproximaciones sucesivas” hasta encontrar una constitución aceptable, esto es, aprobada por la mayoría. Teóricamente así sería, pero no creo que lo sea porque el país resistiría vivir varios años en este estado de “aproximaciones sucesivas”. Por lo demás, nada asegura que esto tienda a algo, porque podrían ser también oscilaciones en diversas direcciones y que al final no se aproxime a nada. En política las matemáticas no siempre calzan.

El tema es ciertamente complejo. El país pareciera estar partido en dos con miradas totalmente opuestas. Quizás podríamos hablar de cuatro países: el de la derecha (15%) que estuvo por el rechazo a secas para seguir con la constitución actual sin modificaciones; una centroderecha (35%) que estuvo por el rechazo para reformar, tomando como base la constitución actual para reformarla; una centroizquierda (35%) en la que unos habrían estado por el apruebo para reformar la constitución propuesta y reformar algunas de sus partes, así como otros que habrían estado por el rechazo, pero no para mantener la constitución actual, sino que para modificarla sustancialmente; y una izquierda (15%) que estuvo a ojos cerrados por aprobar la constitución propuesta. Las cifras son al azar y dan cuenta de mi impresión. Lo que quiero decir es que alrededor de un 70% estaría por otra constitución, distinta de la actual y de la propuesta.

Vamos a ver en qué termina esto, pero tengo mis aprensiones porque no obstante algunos gestos de buena voluntad, a la hora de los quiu, no faltan las zancadillas. Los ánimos están demasiado caldeados en un contexto mundial inestable en términos tanto económico-sociales como políticos. Sin embargo, la esperanza es lo último que se pierde. Mal que mal, el horno no está para bollos, ni para unos ni para los otros.  

El gran aliciente que existe para salir airosos del trance en que estamos, es que si no salimos adelante, perdemos todos. Nadie gana, ni siquiera los de arriba. En tal sentido no debemos descartar alguna salida inesperada e insospechada imposible de predecir en un país como Chile.

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