El neoliberalismo adquiere su máxima
expresión con Chile en tiempos del innombrable, siendo nosotros un verdadero
laboratorio experimental a nivel mundial que mereció la visita de uno de sus
máximos impulsores, Milton Friedman. Experimento impuesto a rajatabla en Chile
sin participación ciudadana alguna. Sus impulsores en Chile fueron un conjunto
de economistas formados en la Universidad de Chicago que aprovechando la
existencia de una dictadura y la crisis económica en que se encontraba el país
en 1973 ofrecieron sus “desinteresados” servicios a un gobierno militar que
carecía de una política económica.
El neoliberalismo lo podemos
caracterizar por impulsar, promover o apoyar a ultranza la libre competencia,
el libre mercado, la iniciativa privada, la organización empresarial en
desmedro de la de los trabajadores, el derecho de propiedad, y la existencia de
un Estado mínimo. No le importan los costos sociales ni políticos que esto
genere.
En Chile se vio favorecido por
implementarse en dictadura y su mantenimiento desde 1990 en plena transición
democrática se vio facilitado por la vigencia de una constitución que resguarda
estas características y que no ha podido ser modificada hasta ahora. Lo más que
se ha podido hacer es limar sus aristas más ásperas, introduciendo mínimas
regulaciones, siempre y cuando sean respaldadas por quienes impulsaron el
neoliberalismo en Chile.
Bajo este modelo el derecho de
propiedad adquiere el rango de sagrado, no así el de la vida humana.
Carabineros y las FFAA son fortalecidos no para proteger los DDHH, sino que
para proteger la propiedad privada, y en no pocos casos para violar impunemente
los DDHH. Propugna un Estado reducido a
la más mínima expresión que no interfiera en el quehacer privado y cuya razón
de ser se centra en el mantenimiento de poderosas FFAA y Carabineros destinadas
a resguardar el orden interno. Un particular orden, el de las élites en
desmedro de “los que sobran”.
El neoliberalismo promueve una
economía de mercado en nombre de la libertad individual, dejando que el mercado
se desarrolle sin la intervención del estado, razón por la cual apoya, en este
ámbito, la desaparición progresiva del sector
público en favor del sector privado. Por el contrario, procura
fortalecer el Estado en los ámbitos policial y militar, con miras a proteger los
intereses de las élites o castas económicas.
El neoliberalismo alcanzó su
máximo esplendor en tiempos de Reagan y
Tatcher, la década de los 80, con apoyo del laboratorio experimental que supuso
el gobierno del innombrable. La consecuencia del neoliberalismo ha sido un
incremento de las desigualdades sociales y la desprotección de los trabajadores
al limitar sus derechos más elementales por la vía de facilitar el despido
libre, disminuir las prestaciones sociales con el propósito de abaratar los
costos laborales.
Entre las bondades que se le achacan, se
incluye la reducción de la pobreza, lo que no ha sido sino un volador de luz
porque se trata de una reducción ficticia, falsa, inestable, frágil, precaria,
temporal, sin solidez alguna. Todo ello dado que no se basó en un aumento en
los ingresos, sino que en una liberalización de la capacidad de endeudamiento a
tasas de interés usureros. Es así como los de arriba se pueden dar el lujo de
comprar un bien a menor precio que los de abajo. ¿Por qué? Porque mientras los
de abajo compran al crédito, los de arriba lo hacen al contado. Basta una
pandemia o una crisis económica para que el pobre vuelva a su pobreza de
siempre, para que todo vuelva a fojas cero, testimoniando con ello que el desarrollo
que pregona el neoliberalismo tiene pies de barro. Es lo que estamos viendo por
estos días, donde quienes a lo largo de las últimas décadas salieron de la
pobreza, están volviendo a caer en ella.
Superar el neoliberalismo que nos corroe, con toda la carga de individualismo que trae consigo, es el gran desafío que tenemos por delante: la construcción de un modelo económico capaz de conciliar el individualismo con la solidaridad, la cooperación, capaz de armonizar el desarrollo humano con el respeto a las limitaciones de la naturaleza. Es un imperativo la construcción de una economía circular y solidaria.
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